Reyes Magos
Miguelo el redero por JAVI Osuna
MIGUELO, EL REDERO DE BRONCE DEL BARRIO DE SAN JOSÉ. Zarpaba al alba, rumbo a marcas personales, heredadas algunas y todas intransferibles localizaciones pesqueras; secretas reservas marinas; marcaciones fijadas en la entrenada memoria que, ayudadas por la enfilación mental de dos o tres puntos visibles de tierra (una torre, una cúpula, una espadaña), se localizaban sin necesidad de 'gepeeses'. Cualquier elemento claro del perfil de costa era válido: torre con torre, torre con cúpula, cúpula con antena... aunque su pericia y la confianza en su experiencia le hacían desatender los puntos de referencia. ¿Destino?, evocadores nombres de bajos y bajíos, referencias toponímicas vernáculas, hábitats y abrigos de grandes bolos de pesca: 'Las Pieras Perdías', 'La Garita', 'El Cabezo', 'La laja de San José', 'El Lance del Caballo', 'Las Leonas', 'La Gola', 'La laja la Bujera', 'El Socorro', 'El Potalazo del Chorlo', La Noria', 'La Borriquera', 'Los bajos de León', 'La piera Cajón', 'El Monturrio', 'La Cuesta Ganao'... 'Por fuera de' (mar adentro); 'por dentro de' (hacia la orilla); 'Por tierra' (cercano a costa). Sabía muy bien dónde calar; tanto embarcado, como 'arrepie'. Dependía de los vientos, de los grados de la marea, de tendencias climatológicas, de cientos de aguajes con información acumulada y algo también de supersticiosas creencias, heredadas en parte y de una cierta raigambre: embarcarse con pie determinado; besar el hueso de corvina engastado en oro... Rezos laicos para advocaciones marinas (que no marianas). —«¡No enfademos a lo dioses atlánticos», decía sonriendo y mirando al sol de horizonte. Su viento favorito era el poniente: 'viento de los medios' o 'viento del Castillo'; su viento más temido el noroeste, 'viento de boga' o 'viento de travesía'. Consideraba por orden de astucia primero a la dorá, capaz de mariscar en contra de la mar; siempre proa a la mar. En segundo lugar, al robalo y al charrán (que sabe demasiado). Salmonete, borriquete y urta, copaban el bando más inocente. Bodiones y cabrillas la camarilla de desconfiados. El arte a bordo, prácticamente ocupaba todo el vaso de su barquilla. Una enorme esponja de foamen aguardaba para achicar el agua. La potala de piedra horadada con el orificio donde el cabo la atravesaba. Olor a yodo, a salitre, a madera vieja y a gasolina. En la 'crujía', es decir, en el centro de la barquilla, ordenada y en espiral, la pesada red de enmalle que mostraba remiendos de hilo blanco cosidos en alguna tarde de anteayer. Plomillos y corchuelas enroscados, con erbitanas a ambos lados de la malla central: las tres mallas del trasmallo (como el caballo blanco de Santiago del que, redundante, alguien pregunta su color). En la propia raíz del nombre del arte de pesca se desanuda su acertijo etimólogico: 'trasmallo', porque hay 'tres mallas'. Artes de pared: al son de marea, las boniteras, tres brazas, cuatro brazas; el cazonal, de malla bastante clara, la piquera, para el 'piqui'; artes para calarlas en arenilla-piedra. O arte de tiro, como el 'bolichi' o 'boliche', con ambas 'piernas'. Las erbitanas, ayudadas por el enganche de la espina dorsal y por la frenética huida del pescao, anudaban su salida y lo 'embolsaba' de forma sumamente eficaz. Así, rascacios de ojos rojizos, bailas y robalos (moteados los primeros, plateados los segundos); cazones, cañabotas y caellas, chapetones terciaos, salmonetes bigotudos, maragotas multicolores, picuos y pargos coloraos, urtas y borriquetes de boca rojiza y lomo marrón-grisáceo. Brecas y garapellos; algún carajo de mar despistado, media docena de sapos, otra media de caracolas carroñeras que seguramente entraron en el ocaso con las primeras cabrillas y bodiones; centollas y ermitaños grandes y rabichis de zafíos y morenas, que liaban y destrozaban el arte. De vuelta, ya con la línea de flotación más baja por el peso de las capturas y con la red hasta arriba, sus manos guiando la caña del fueraborda y su rostro de satisfacción, miraba el rumbo de la proa con el ceño fruncido por el sol, sus gafas de vista y el cabello movido por el viento. En los alrededores del barrio no lo había más curtido y más de bronce que 'El Miguelo' (Miguel Otero Péculo), frente a 'El Socorro', donde, tiempos ha tuvo su gran caseta de madera, cercana al Cementerio, donde manejaba la tarraya y el medio mundo. Se lo enseñó de niño Luis Cortés, toda una eminencia en asuntos de la mar, a quien siempre le reconoció su maestría. Delante mía lo hizo muchas veces. Ya en la arena, con la lona a pie de barquilla, había que 'chorrar', que es un verbo que la docta RAE desconoce, pero que nosotros vamos a conjugar para que los académicos se lo aprendan y lo incorporen a su saber: chorrar. 1. Acción de desenmallar todo elemento orgánico de un trasmallo, sea animal o alga. ¿Que cómo se conjuga? Así: Infinitivo: chorrar Gerundio: chorrando Participio: chorrado... Ya con el pescao vendido, el barco recogido con la lona, pertrechado y encallado con las cajas de cervezas, se oyó: —«¡Mañana te espero a la misma hora, Javi: a las seis!»
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