Brainwashed: Sex-Camera-Power | Crítica

¿Quién lava el cerebro a quién?

La cineasta y profesora Nina Menkes en una imagen de su documental.

La cineasta y profesora Nina Menkes en una imagen de su documental.

Nina Menkes lleva cuarenta años de aguerrido activismo feminista tanto desde la práctica cinematográfica (Massaker, Amor fantasma) como desde la reflexión académica sobre los procesos visuales y narrativos del cine mainstream que, según sus planteamientos, deudores de las teorías de Laura Mulvey, no sólo ha sido históricamente discriminatorio en términos de género, sino que cosifica y sexualiza sistemáticamente a la mujer como objeto de una mirada patriarcal que, siguiendo su básico esquema causa-efecto, está detrás de lo que ahora se llama “cultura de la violación”. 

Brainwashed expone sus teorías con abundante material probatorio y un discurso sin fisuras, matices, ni contexto con escenas de títulos que van del cine mudo a blockbusters recientes, pasando por clásicos sospechosos como Hitchcock y De Palma, todos ellos preclaros ejemplos de cómo el cine comercial norteamericano ha construido siempre una mirada masculina, dominante y depredadora sobre la mujer convertida en objeto listo para ser consumido, devorado y, en última instancia, violentado.

La estrategia de Menkes funciona al vacío en su efectismo sin réplica ni debate (las teorías fílmicas feministas han expuesto ya hace tiempo sus propias contradicciones), en la elección precisa de escenas culpables, en el contraplano de una audiencia boquiabierta ante las selectas obviedades. El problema es que sus argumentos se aferran a un estrecho discurso totalizador y son incapaces de ir más allá o hacia los lados de todo aquello que hace de la mirada y el deseo, masculinos o femeninos, un elemento entre muchos de la experiencia cinematográfica. A la postre, Brainwashed también traiciona su propio espíritu con unas formas tan impositivas y dirigistas que las que dice impugnar a toda la historia del cine.