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Chiclana

El despertar de una generación

  • El autor rinde homenaje al IES Poeta García Gutiérrez, un centro en el que la EDUCACIÓN se escribe con mayúscula

El despertar de una generación

El despertar de una generación

El Instituto Poeta García Gutiérrez podría contarnos la historia de los últimos 50 años de Chiclana y de sus gentes sólo a través de los sucesivos retratos de sus aulas. El relato sería el de una historia de cambios tan radicales como el que va de las cartillas y manuales a las tecnologías digitales; de la rígida fotografía en blanco y negro a la imagen de photoshop o de Instagram.

50 años de historia en la que esta ciudad ha pasado de tener 160 alumnos en ese único Instituto, que ni siquiera tenía nombre, a los casi 5.500 estudiantes de que hoy se reparten entre los 6 institutos con los que cuenta la Chiclana de 2018.

La inmensa mayoría de alumnos de aquel 1968 conservamos una amistad forjada en las aulas"Nuestro primer institituto fue y sigue siendo una gran escuela de hombres y mujeres libres"

Estos 50 años de cambios se sienten en los rostros y en las vidas de quienes fuimos niños de 10 años y estrenábamos, no sólo el primer centro educativo de Bachiller, sino una nueva etapa estudiantil a la que pocos alumnos de Chiclana habían tenido acceso hasta entonces.

Aquella generación, de la que tuve el privilegio de formar parte, fuimos espectadores y a la vez protagonistas, junto a otros, de la transformación y el avance social, cultural y económico más profundo experimentado nunca por esta ciudad.

La inmensa mayoría de los alumnos de aquel 1968 conservamos una amistad forjada en las aulas, independientemente de la vida y el destino de cada uno. Todos sentimos un inmenso orgullo de haber pertenecido a él. Todos recordamos con emoción esos bonitos días de nuestra juventud.

Las primeras vocaciones, el uniforme azul y gris con camisa blanca, los diferentes profesores con sus peculiaridades, los partidos de balonmano, los primeros amores, las discusiones sobre la vida, las ansias de libertad y ese espíritu colectivo de estar viviendo unos cambios para los que el Instituto era un verdadero templo de saber y experiencia que le dio significado real a la palabra EDUCACIÓN.

Este centro fue una auténtica escuela de libertad donde se forjó una nueva generación que hoy está formada por buenos trabajadores: médicos, abogados, empresarios, y un sinfín de profesiones. También, un importante grupo de responsables políticos, entre los que me incluyo humildemente.

Estos 50 años fueron una historia de cambios personales y colectivos que empezamos a forjar en las aulas del que hoy es Instituto Poeta García Gutiérrez, nombre que recibió en 1974. Su inauguración fue en sí mismo un síntoma para Chiclana del fin del largo letargo del que nos desperezábamos en la década de los 60. Aún entonces, la educación que dominaba este país era heredera de los códigos estrictos, represivos y mojigatos impuestos por la dictadura franquista. Pero, para nosotros, para quienes fuimos los primeros alumnos de Bachiller en Chiclana, este Instituto significaba una puerta abierta a la lejana Educación Superior y Universitaria; una puerta abierta al futuro, que hasta entonces sólo atravesaban contados alumnos de familias muy esforzadas, más bien privilegiadas o pudientes, a quienes les era posible pagar los estudios y especialmente el desplazamiento a Cádiz o Jerez, y prescindir de la fuerza de trabajo familiar que entonces eran los niños desde los 11 y 12 años.

Nuestros mejores amigos, nuestros compañeros de aulas y los profesores de este primer centro en Chiclana estaban haciendo historia sin ser conscientes de ello, rompiendo las dinámicas de familias poco acostumbradas a tener hijos con aspiraciones universitarias. Éramos el germen de una población más formada que iba a crecer en progresión geométrica en los años sucesivos.

En 1968, cuando el que hoy es IES Poeta García Gutiérrez abría sus puertas, Chiclana superaba apenas los 25.000 habitantes, tras años de lento pero continuado crecimiento desde principios del siglo XX. La tabla poblacional, sin embargo, iba a experimentar por aquel entonces uno de los saltos más espectaculares de su entorno, multiplicando por dos la población en apenas 20 años, y casi cuadruplicándola hasta llegar a los más de 83.000.

En poco tiempo, al Instituto le iba a ser imposible absorber el crecimiento de población educativa. Aquellos 160 alumnos se han convertido en 1.347, en turnos de diurnos y nocturno, y representan el 24% del total de estudiantes de estas etapas de la ciudad.

Chiclana también despegaba entonces tímidamente. Aún se recuperaba del duro golpe que fueron las inundaciones del río Iro; tendría que enfrentarse a algunos duros reveses como la práctica desaparición del poblado de Sancti Petri y la industria pesquera aledaña y soportaba todavía la persistencia de una población emigrante que buscaba opciones fuera del municipio.

Sin embargo, algo se movía en Chiclana, una incipiente industria turística, una mayor diversificación de su economía hasta entonces eminentemente rural, un movimiento cultural en ciernes y los aires de modernidad y desenfado que traían los años 70.

A la vuelta de unos pocos años estos aires de cambios se convertirían en vendaval y superarían de largo las expectativas de aquella primera generación de alumnos que llegamos a las aulas del primer Instituto de Chiclana con toda la ilusión, pero con el peso de una educación desfasada, sabiendo que estrenábamos una etapa y una nueva forma de estar en el mundo.

Los profesores nos elevaron a un nuevo concepto de vida que aspiraba a superar ese ambiente rural y que quería dejar atrás la economía de subsistencia y la estricta división social de clases y de género. El Instituto fue un auténtico ascensor social y una palanca para el cambio impulsado por la enseñanza. Era un paso adelante en el tiempo y en la historia, un paso que nos sacó de una infancia sencilla y nos abría opciones para cambiar nuestro futuro y, con él, el de todo nuestro pueblo.

Me vienen a la memoria muchos de los nombres de los profesores de entonces, algunos de ellos hoy amigos personales. Y aunque no los mencione a todos, sí me gustaría reconocerlos de alguna forma en la figura simbólica de José Antonio Rubio Segovia, eterno director, tristemente fallecido, que sintetiza el trabajo y el esfuerzo de los que, con dedicación y pocos medios, consiguieron formar parte de nuestras vidas para siempre.

Creo que no exagero si afirmo que para la mayoría de los que compartimos esos años, el Instituto sigue siendo nuestro lugar de referencia personal de unos años clave y que, cuando pasamos por sus inmediaciones, nos recorre el gusanillo de la nostalgia, el orgullo y el cariño que nos unirá a todos. Nuestro primer Instituto fue y sigue siendo un gran centro de enseñanza, una gran escuela de hombres y mujeres libres, integrado por un gran grupo de enseñantes con los que Chiclana tendrán siempre una deuda inmensa de gratitud.

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