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Laurel y rosas

Tres visiones de la batalla de La Barrosa

Hace ya más de dos años –realmente va para tres– que me propuse responder a una pregunta que me había hecho muchas veces, cada vez que iba a La Barrosa atravesando la Primera Pista. ¿Quién era doña Violeta? ¿Por qué daba nombre a aquella urbanización desde los años 70? En ese 2016, la Librería Navarro nos había propuesto a los miembros de su Círculo de Autores un libro con relatos históricos sobre La Barrosa. Pensé que esa podía ser la ocasión para explorar a aquella enigmática doña Violeta, de la que realmente sabía muy poco, más allá de su lazo familiar don Guido Williams, bodeguero y cónsul británico. Fue entonces cuando Pepe Verdugo me puso en contacto con el ornitólogo y naturalista Javier Ruiz, coordinador junto a Paco Hortas del proyecto Limes Platalea. Es decir, uno de los descubridores de la migración de la espátula común hacia África por el corredor La Barrosa-Cabo de Roche. Javier también le seguía la pista a “Villa Violeta”, que era como se llamó la finca de veinte hectáreas que doña Violeta Buck y su marido, el pintor y ornitólogo William Hutton Riddell, habían adquirido en 1929 en La Barrosa. Juntos trazamos una hoja de ruta para conocer a fondo al matrimonio británico, que se iba revelando fascinante. Llamamos a muchas puertas. Y todas se abrieron de par en par. Son, realmente, innumerables. Dos han sido esenciales. La de Beltrán Domecq Williams, nieto de don Guido y presidente del Consejo Regulador Jerez-Xérèz-Sherry. Y la de la familia Mora-Figueroa Williams, que nos brindó el legado documental que conserva sobre el matrimonio, sobre todo en el castillo de Arcos. Porque fue doña Violeta quien salvó de la ruina –y del derribo– esa singular fortaleza que culmina la peña de Arcos al transformarla en su casa. En mi relato en “De torre a torre, historias de la playa de La Barrosa” (Navarro Editorial), que titulé “Villa Violeta, 1944”, esbocé algunas de las vivencias del matrimonio. El castillo de Arcos nos deparó ingente documentación escrita y fotográfica, sobre todo, un amplio manuscrito que pronto publicaremos y que Riddell acabó poco antes de fallecer en 1946: “Aves desde un castillo en el sur de España”. Libro extraordinario –y que se creía perdido– en cuanto que le reivindica como discípulo y epígono de Abel Chapman, su mentor, y de Walter J. Buck, su suegro, autores de la “España inexplorada” y la “España salvaje”. Entre los legajos que fuimos examinando en Arcos, también descubrimos un manuscrito sobre la batalla de La Barrosa que Riddell tuvo la intención de publicar en 1933 en la revista “Blackwood’s Magazine”. Hizo hasta otras tres versiones, pero no vio la luz. Nos apasionó. Porque era el relato de quien era muy consciente de que en “Villa Violeta” vivía sobre historia, sangre y leyenda. Además, incorporaba suculentas anotaciones sobre el campo de batalla en aquellos primeros años 30. ­Lo teníamos que publicar. Fue Riddell quien nos dio la pista sobre el relato de otro gran naturalista, el coronel Willoughby Verner, que el 5 de marzo de 1911, en el centenario de la batalla, vino a Chiclana y se encontró con el marqués de Bertemati sobre la loma del Puerco. A modo de crónica periodística, publicó lo que encontró y vio junto a algunas fotografías impactantes. Y ese texto nunca había sido traducido. Como tampoco otro elocuente relato de la batalla que incluyó en 1919 en su historia de la Rifle Brigade. También lo teníamos que publicar.Si Riddell mostró interés por la llamada Batalla de Chiclana lo fue, creemos, por la pasión con la que la vivía Guido Williams. Así que el futuro libro que comenzamos a concebir sobre la Batalla debía de ser un singular homenaje a las conmemoraciones del “Barrosa Day” que entre 1946 y 1959 –hasta que murió– organizó don Guido entre la loma del Puerco y “Villa Violeta”, finca que adquirió a la muerte de Riddell. Examinando la documentación que nos ofreció Beltrán Domecq, nos encontramos con Richard J. Milward, un brillante historiador de Wimbledon que pasó temporadas entre Chiclana y Jerez, sobrino de Nina Milward, la esposa de don Guido. Escribió en 1950 un opúsculo muy revelador sobre la batalla que don Guido imprimió –en 1959 hubo una segunda edición– como regalo para sus invitados. La marquesa de Bertemati recibió un ejemplar, entre otras razones, porque la loma del Puerco aún pertenecía a la finca de Campano. Con 98 años lo tradujo al español, manuscrito que halló José Luis Aragón Panés. Ahora lo publicamos, también.Es decir, las de W. H. Riddell, W. Verner y R. J. Milward, son sugerentes “aportaciones inéditas del naturalismo británico a la narrativa de la batalla del 5 de marzo”. Y compone este libro, un homenaje a don Guido, que hemos titulado “Tres visiones de la batalla de La Barrosa” (Editorial Palitroque) y que presentamos el próximo viernes, 22 de febrero, a las 19,00 horas en el Centro de Interpretación del Vino y la Sal. Responde al impulso y al interés de la Asociación Pro Fundación Batalla de La Barrosa, así como al proyecto Limes Platalea-Sociedad Gaditana de Historia Natural. Y no hemos hablado de las numerosas sorpresas que contiene…

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