Adiós a la bodega Miguel Guerra… con una copa de Fino Palillo

Laurel y rosas

Juan Carlos Rodríguez

Chiclana, 13 de septiembre 2020 - 06:30

Cuando muere un bodega, una parte del corazón de Chiclana –de toda la ciudad, de toda nuestra historia– también fallece. Cuando desaparece una bodega de la enjundia de Miguel Guerra, se pierde una parte de nuestra identidad. Sí, la bodega de Miguel Guerra dice adiós después de casi noventa años en los que hizo del Fino Palillo bandera y honor de los vinos de Chiclana. Realmente, va mucho más allá todavía porque el negocio bodeguero que Miguel Guerra Virués fundó en los años 30 adquirió las soleras del Fino Sanitario de la bodega Vda. e Hijos de Guerrero, fundada en 1864, y asentada en la calle de las Huertas, es decir, Jesús Nazareno, 11, en un casco bodeguero que se denominaba Bodega Santa Ana. Y porque, además, Miguel Guerra Virués compró, muy cerca, la que se conocía como Bodega San José y que mandó construir en 1880 José Manuel Mendaro Renette, monseñor y bodeguero, epígono de una acaudalada familia de banqueros gaditanos.

Aquella solera de Fino Sanitario –que fue en los años 20 uno de los primeros intentos de venta de vino embotellado en Chiclana– pasó a la solera de otro fino, Palillo, que creó Miguel Guerra Virués, “hombre activo y lleno de iniciativas”, como le recuerda la familia Guerra. “Tenía un almacén de leña de pino en la calle de la Plaza donde también tenía unas botas que atesoraba la cosecha de sus viñas. Año tras año, amplió las viñas, las botas y la solera en el almacén de leña de pino en donde almacenaban los palillos, que es como llamaba a los rodrigones, y del que tomaría nombre el Fino Palillo”, según el relato de su nieto Juan Guerra Vélez. Ese fue el origen de la bodega y del fino, que sin duda ha estado entre los preferidos de la ciudad durante estas casi nueve décadas. Y que no va a desaparecer. La familia Guerra –Miguel y Juan al frente– y la Bodega Cooperativa, la Unión de Viticultores Chiclaneros, hará posible que esa marca, referente en el siglo XX en Chiclana, permanezca.

Ambos, familia y Cooperativa –con su presidente, Manolo Manzano, y todo el Consejo Rector–, han entendido que no solo la solera, transportada en sus propias botas, debía quedarse en Chiclana, sino que esa marca debía seguir estando entre nosotros. Será a partir de noviembre, para la campaña de Navidad, cuando la Cooperativa comience a comercializar el Fino Palillo. Sin duda, al menos, una extraordinaria noticia dentro de lo que supone la extinción de la Bodega Miguel Guerra. Y también una forma de que permanezca en nuestras mesas, en las barras, en los supermercados, la memoria y la pasión de Miguel Guerra Virués y, sobre todo, de Miguel Guerra Guerrero y “su maestría en el arte de la crianza de los vinos finos de Chiclana”, como refiere su hijo Juan. Además, del propio Juan Guerra Vélez, enólogo y gerente de la bodega en estos últimos años, a quien solo tengo agradecimientos. No es fácil domeñar el negocio bodeguero en estos años de constante transformación y, menos aún, desde una empresa familiar. Pero la pasión, la ilusión, el conocimiento, la perseverancia no la podemos negar.

“Me contaba mi padre que aquí teníamos catorce lagares que se pisaban a pie –narra Juan–. Me acuerdo de los burros que venían con serones cargados de uva. Y, claro, antes se tardaba muchísimo. Se cortaba la uva, se cargaban los burros y se traían, o los carros con los mulos, y chorreaba. Venían en capachos de esparto y el mosto chorreaba. Había muchos más aromas.

Había también mucha más cantidad de uva, teníamos entonces en Chiclana casi noventa bodegas, mosteros, que hacía la fermentación y vendían el vino. Eso es inolvidable”. Los recuerdos se le acumulan y rebosan, lógico porque encierran la pasión de una familia cercana y entrañable. Su padre, Miguel Guerra Guerrero, combatió como pocos por mantener una tradición que ha marcado el devenir de Chiclana. No solo con la construcción de un nuevo y moderno casco bodeguero en la hoy Avenida de la Diputación a finales de los años 60, en el que incluyó un sistema continuo de prensa, sino en otros muchos frentes. Juan asumió que había que seguir en esa lucha: “Tenemos que dar a conocer más lo que es la historia del vino de Chiclana y tenemos que darle valor. Que no es una cosa que hemos creado ahora, sino que llevamos muchos años, desde nuestros antepasados, con ella”.

La empresa se extingue, el edificio de la calle Mendaro permanecerá: ese coqueto y amplio casco bodeguero que el presbítero José Manuel Mendaro Renette hizo construir según los cánones, con naves de vigas de madera y un patio central en el que luego, desde 1940, creció la reparia dando sombra a la historia de la bodega Miguel Guerra. La familia emprenderá una breve restauración y anunciará un nuevo uso dentro de un año, seguramente hostelero. Sin duda que el edificio es uno de los últimos testimonios de un patrimonio cultural, pero la memoria de la bodega Miguel Guerra, sus vendimias, sus vinos, su historia, su sacristía siempre abierta a una copa de cortesía y amabilidad, no deben perderse tampoco de la memoria. Por fortuna, el Fino Palillo estará ahí para recordárnoslo. Gracias Juan, gracias Miguel y gracias a la Cooperativa.

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