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Pañolada negra en una tarde gris

  • La afición pasa de la crítica inicial por los arbitrajes a la desilusión que frustra a los más ambiciosos del lugar

Los aficionados cadistas protestaron antes del pitido inicial con pañuelos negros por los arbitrajes que sufre el equipo.

Los aficionados cadistas protestaron antes del pitido inicial con pañuelos negros por los arbitrajes que sufre el equipo. / joaquín hernández kiki

El Ramón de Carranza vivió ayer una de esas tardes que no quedará grabada obviamente entre las inolvidables de su historia. La programada protesta inicial por los más que polémicos arbitrajes que viene sufriendo el Cádiz esta temporada, con buena parte del estadio repleto de pañuelos negros cuando saltaron al campo los dos equipos y el colegiado junto a sus asistentes, dio paso a un partido bastante gris, como el día, con emoción por la igualdad de fuerzas pero exento de una propuesta brillante sobre el césped.

Espoleado sin duda por el empuje de la afición, calentita tras la pañolada al trencilla, en la primera mitad el equipo dio motivos para la ilusión sólo en los compases iniciales y en los momentos previos al descanso. Sin embargo, las clarísimas ocasiones desaprovechadas por Ortuño y Salvi no fueron sino un espejismo, una excepción, porque la realidad es que el juego del Reus, el toque corto y con criterio hasta encontrar algún espacio, hizo mella en la grada, silenciada durante buena parte de los 45 minutos del primer acto por la superioridad visitante y, sobre todo, en la acción en la que Carpio evitó la tragedia en la mismísima línea de gol. Tampoco el navarro Eduardo Prieto Iglesias dio motivos para la crítica del cadismo. Ningún error importante que soliviantara al personal. Algo es algo. Si no te dan, al menos que no te quiten.

A la vuelta del vestuario, el conjunto de Álvaro Cervera sí invitó a que la hinchada se creciera, a que creyera en que la victoria era posible a pesar de que el adversario seguía transmitiendo buenas sensaciones, de cierto poderío, aun sin acercarse al área local. Ayudó también, todo hay que decirlo, que la lluvia, más persistente durante el periodo anterior, aflojó y los paraguas casi desaparecieron del paisaje. Un par de internadas de Álvaro, alguna galopada de Salvi, la entrada al rectángulo de juego de Aketxe o un remate del en otras ocasiones salvador Aitor García levantaron al público de sus asientos. Pero no era el día.

Al final, tablas a cero. Para unos, lo peor que puede suceder en el fútbol, penalizado cuando falta la salsa del gol. Para otros, un punto de inflexión que contribuye a mantener bien firmes los pies en la tierra y entender que el sumado ayer permite ver ya los puestos de descenso nada menos que a 14 de distancia. Y para los más ambiciosos del lugar, los que sueñan sin límites, una pena porque se pudo ganar y abrir brecha con el séptimo. Todos llevan razón, que para eso pagan.

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