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Cádiz

Los voluntarios de la Aecc, el incansable primer hombro de las pacientes

Julia, voluntaria de la Aecc (a la derecha de la foto), con usuarias y una de las responsables de la asociación.

Julia, voluntaria de la Aecc (a la derecha de la foto), con usuarias y una de las responsables de la asociación. / Lourdes de Vicente

“Sin el voluntariado esta asociación no tendría sentido”. Estas contundentes palabras que pronuncia Ana, la responsable de pacientes y servicios de la Asociación Española Contra el Cáncer en la provincia de Cádiz, dan buena muestra de una de las labores más importantes que desarrolla la asociación para llegar a los pacientes de cáncer y a sus familiares. Voluntarios que se visten con bata blanca y acuden a las habitaciones a ofrecer su hombro, ese primer pañuelo de lágrimas y esa vía a la esperanza de saber que hay un equipo dispuesto a acompañarte en todo lo que necesites durante el tránsito del tratamiento, la operación, las alegrías y las recaídas que hay que asumir después del diagnóstico.

Julia es una de las voluntarias de la Aecc en Cádiz. Lo es desde 2018, porque tras atender a una madre con demencia y “un problema familiar grande” con una de sus hijas, “quedé en un vacío y me sentía fuerte, así que me ofrecieron la oportunidad y me fui a la Aecc” a prestar su ayuda, a regalar parte de su fortaleza, fruto de su experiencia.

Julia acude una vez a la semana al hospital junto a dos compañeros, “porque a mí me gusta el voluntariado físico, el cara a cara”. Allí, en la quinta planta (Oncología) tiene su campo de acción. Y siempre que el paciente acepta -“hay otros que dicen que no nos quieren recibir”, señala- “entramos en la habitación, entablamos conversación con ellos y les ofrecemos las prestaciones de la asociación”. “Para mí es algo muy gratificante, es fundamental en mi vida”, cuenta Julia.

En su experiencia semanal en el hospital, hay una realidad con las pacientes de cáncer de mama que Julia pone sobre la mesa: “las pacientes de mama ingresan para la intervención y a los dos días están en casa, mientras otros pacientes se llevan mucho tiempo ingresados. Ellas van al hospital y a las 48 horas regresan a sus casas con la vida totalmente cambiada”, cuenta en relación a las amputaciones de mama. También ha aprendido en estos años que el cáncer de mama no entiende de edades, “hasta personas de 80 años he visto diagnosticadas”.

¿Y cómo regresa un voluntario a casa después de pasar el día abordando casos tan difíciles, situaciones tan negativas? “Hay que dejarlo en el hospital”, se propone Julia, que reconoce situaciones muy duras en su labor, con pacientes que llevan años de lucha, con otros que salen y al tiempo vuelven a ingresar, con enfermedades que se reproducen, recaídas…

“El voluntariado nuestro pasa por entrevistas, sesiones, formación… Tenemos un protocolo específico para elegir a los voluntarios y el destino de cada uno de ellos. Todo eso está muy estandarizado”, explica Ana. Por eso una de las voluntarias es Julia, porque “psicológicamente estoy en el mejor momento de mi vida, y si puedo ayudar a otros, me hace muy feliz”. “Tenemos que ser el hombro donde el paciente llore y nosotros recibamos”, resume.

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