“He estado en muchos sitios y donde más traiciones he visto ha sido en política”
Entrevista a José Ramón del Río
Desde hace casi quince años publica sus artículos en los periódicos del Grupo Joly. Ahora ha recopilado una selección de un centenar de ellos y los ha transformado en libro
JOSÉ Ramón del Río (Cádiz, 1935) sacó en 1961 las difíciles oposiciones a Abogado del Estado como número 2 y le faltó tiempo para pedir Cádiz como destino, la ciudad donde había nacido, aunque llevaba ya varios años viviendo en Madrid. Desde entonces Cádiz es su referente, aunque viva en El Puerto, lo que ha plasmado ahora en un libro con la selección de un centenar de artículos que desde el año 2004 publica en Diario de Cádiz y todas las cabeceras del Grupo Joly. El resultado lo presenta mañana lunes en el Casino a las 19,30. Es una excusa como cualquier otra para hablar con un hombre que fue presidente de la Caja de Ahorros de Cádiz, parlamentario andaluz en las dos primeras legislaturas y rendido cofrade.
–¿Cuál es la primera imagen que se le viene de Cádiz?
–A ver, creo que nací en la calle San José esquina con Ancha. Digo creo porque yo no me acuerdo, claro.Lo primero que recuerdo pues sería el año 39 o 40, cuando acababa de terminar la guerra civil. Es cuando uno se acuerda de las primeras cosas, con cinco o seis años. Y debía de ser un Cádiz tristón, figúrese, que eran los años de las cartillas de racionamientos. Pero yo era un niño y en la infancia todo se ve como un descubrimiento, así que no es que tenga una imagen desoladora. Recuerdo que íbamos de pequeños al Tenis y que estuve en San Felipe, el colegio del centro, que entonces no existía el de Puerta de Tierra, pero mis padres me dejaron de llevar porque yo era un niño muy nervioso.
–¿Y entonces?
–Tenga en cuenta que entonces no era como ahora, que cada vez los padres se quitan antes a los niños de casa. A mí me enseñó una profesora que se llamaba Guadalupe Fajardo y que mucha gente de mi generación recordará porque daba muchas clases. Yo fui al colegio a los nueve años para hacer el examen de ingreso.
–¿A qué se dedicaba su padre?
–Era marino de guerra.
–¿Hizo la guerra?
–Estuvo embarcado en el Ciudad de Alicante, que no entró en acción o, al menos a mí mi padre nunca me lo contó.
–¿A usted no le hacía tilín la milicia?
–Nada, yo no encajaba en la vida militar. Y estuve en el colegio de huérfanos de la marina, aunque yo no era huérfano, pero ahí era donde te preparaban... Yo le dije a mi padre que lo que quería era estudiar Derecho. Él me dijo que de acuerdo, pero que si quería estudiar Derecho me tenía que ir a Madrid, nada de quedarme en Cádiz. Estudié en El Escorial, un lugar precioso, y luego acabé en el CEU San Pablo con profesores que eran ayudantes de cátedra. Casi todos acabarían en catedráticos. Manuel Olivencia fue profesor mío, un gran profesor. Tenía la ventaja que éramos pocos alumnos, siete u ocho, por lo que aprendíamos mucho y rápido.
–Sacó el número dos en las oposiciones a abogado del Estado, que era una oposición dura. Era buen estudiante.
–Qué va, nunca he sido un empollón. De hecho me presenté a las oposiciones del año 60 y, aunque superé todas las pruebas, me quedé en el último ejercicio. No se me olvida, me cayó dictamen de sucesiones y yo no había llegado hasta ahí. Me quedé mudo. Pero me vino bien fracasar.Me di cuenta que para estudiar el derecho civil hay que reposar los conocimientos. Cuando le das diez vueltas te das cuenta de que todo el ordenamiento jurídico, que parece tan disperso, está conectado.
–Coincidió su época de estudiante con los primeros movimientos estudiantiles que desafiaban al franquismo.
–La verdad es que yo me dedicaba a estudiar y como no estaba en la Universidad tampoco me enteraba mucho. Sabía que pasaban cosas y estaba el sindicato de estudiantes, el SEU, que era oficial, de los falangistas, pero que muchas veces no se sabía si estaban a favor o en contra.
–No pasó mucho tiempo fuera de Cádiz. Pidió aquí la plaza. ¿Estaba muy cambiada la ciudad?
–Pues yo le diría que estaba casi igual de triste que cuando la dejé. Trabajaba en el edificio que hoy es Diputación. Allí estaba también la propia Diputación y el Gobierno Civil. Vivía en el edificio Fénix, que es lo que ha dado nombre al libro, que por entonces estaba recién estrenado. Apenas teníamos vecinos, pero nos habían rebajado la renta y contaba con un lujo que entonces no era muy habitual: tenía calefacción.
–¿Cómo le iba con sus otros vecinos, con los gobernadores civiles, que eran gente de cuidado?
–Pues tuve un par de problemas. Uno fue cuando monté con un primo mío, siguiendo la ley de asociaciones que permitía el último franquismo, algo que llamamos Grupo Institucional y que tenía como objetivo la defensa de los derechos humanos. Al gobernador civil no le gustó que dos de sus asesores se dedicaran a hablar de derechos humanos. El otro encontronazo fue más curioso. En aquella época en Cádiz, cuando hacía levante, había buitres que se desnortaban. Entonces me llama el portero del Fénix asustadísimo para decirme que había un buitre en la terraza de su casa, porque él vivía en lo alto del edificio. El buitre no se iba ni para atrás. Había decidido quedarse allí. Así que me fui a coger la escopeta y dije al portero que avisara a la gente de la calle que se apartara, porque un buitre cayendo a plomo puede hacer mucho daño. De modo que subí y lo abatí. Cuando bajé ya no estaba el buitre, alguien se lo había llevado, aunque no me figuro para qué porque no creo que sea muy comestible un bicho que come carroña. Cuando se enteró el gobernador civil me hizo llamar decirme que me había denunciado por alterar el orden público.
–¿Qué quería que hiciera con el buitre, que lo adoptara?
–Es que la cosa tenía más miga porque al día siguiente llegaba Franco de visita a Cádiz, con lo que al gobernador civil no le convenía que un día antes se supiera que en Cádiz se mataba a tiros a los buitres. Pero el juez municipal me absolvió, por lo que el gobernador me puso una multa de tres mil pesetas y también me la quitaron. Así que, muy enfadado, el gobernador dijo pues nada, que siga matando buitres.
–¿Cuándo empezó con lo de escribir?
–Yo escribía algunas cosas de Semana Santa y no sé por qué pensaron que sería buen pregonero. Yo acepté, pero no soy poeta, soy incapaz de hacer un pareado. Pese a ello no salió mal porque era muy reivindicativo y le pedía a la Iglesia que aprovechara la fuerza de las cofradías. Por entonces yo estaba en el Parlamento de Andalucía y un compañero, Gabino Puche, me dijo que le había fallado su pregonero para su pueblo, que era Baeza y me pidió que le hiciera el favor. Así que sin haber visto ni un solo paso de Baeza ni conocer Baeza, di el pregón de Semana Santa de Baeza. La verdad es que era casi el mismo que el de Cádiz.
–¿También se descubrió como articulista?
–Eso fue bastante después y también tiene que ver con las cofradías. La cofradía de los Afligidos tenía un problema económico, estaba casi en quiebra y yo, por ayudarles, escribí un artículo en Diario de Cádiz que se llamaba Salvemos a los Afligidos al estilo de Salvemos los Astilleros. Al director de entonces, José Joaquín León, le gustó me dijo que por qué no escribía un artículo todas las semanas. Luego José Joly me dijo que escribiera para todo el Grupo, lo que para mí era como jugar en Primera División. Y desde entonces.
–¿Cuántos artículos habrá escrito?
–Unos ochocientos desde 2004.
–Su libro tiene cien. Le habrá costado seleccionar.
–Bueno, he tratado de seleccionar aquellos más divertidos y que fueran más intemporales. Los artículos me obligan a estar permanentemente informado.
–Pues de los cien dígame uno.
–No sé... el que escribí cuando el Rey estuvo en Cádiz para celebrar los 150 años del Diario. “Cádiz de primera”, se llamaba. Ese día me sentí muy orgulloso de ser gaditano.
–Usted ha estado en el otro lado, ha sido político. ¿Prefiere ser observador o actor?
–Para ser actor ya no tengo edad. Mi tiempo en política fue una etapa que ahora, creo, me permite ser observador con más conocimiento de causa, tienes más ojo.
–Estuvo dos legislaturas en el Parlamento de Andalucía. ¿Hay alguna ley que me pueda decir esa tiene algo mío?
–Difícil porque estábamos en la oposición y el PSOE tenía mayoría absoluta. Defendí nuestra postura en la ley de reforma agraria, aunque yo de campo no tenía ni idea, pero me había ayudado Miguel Arias, que ya estaba en Europa y sabía por dónde iban a ir los tiros, que precisamente no era por la reforma agraria de Manaute, que para Europa era un disparate. Me felicitaron mucho por aquella intervención.
–¿Qué tal se llevaba con la gente del PSOE?
–Muy bien. Ni los maltratábamos muchos ni ellos a nosotros. Era unParlamento con gente muy preparada. Había catedráticos y éramos al menos tres abogados del Estado. Dejé buenos amigos. Creo que en el Parlamento de entonces había gente bastante más cualificada que en el de ahora. Es una impresión, no sé si será cierta.
–Usted se metió en política siendo, además de abogado del Estado, presidente de la Caja de Ahorros de Cádiz y, además, vicehermano mayor de la Buena Muerte. ¿Qué necesidad tenía de más líos?
–Por probar cosas nuevas, no quería adormecerme. En realidad, yo no tengo muchas cualidades políticas, me gustan los debates técnicos, pero no el jaleo que tanto se ve hoy en las tribunas y en las televisiones. Y luego llevaba mal el pastoreo de los afiliados. Eso es tremendo. Yo he estado en muchos campos en mi trayectoria y yo no he visto más traiciones que en política. Y no quiero desprestigiar a los políticos porque también he conocido políticos muy desprendidos y con buenas ideas Pero no era lo mío.
–Hemos hablado del Cádiz en el que usted nació y el Cádiz al que regresó en los 60. ¿Y el de ahora?
–No sé, se dice que ha perdido mucha vida. Sé que, en parte, nos echan la culpa a los que nos hemos ido, como yo, que me fui a El Puerto porque no tenía sitio en casa para mis hijos. Pero no creo que el éxito de Cádiz se tenga que medir por el número de habitantes, sino en hacer las cosas bien y saber hacerlo atractivo porque lo tiene todo para ser una ciudad de éxito.
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