Enrique Blanco, el hombre que siempre luchó por la formación de niños y jóvenes y el bienestar de sus vecinos
Obituario
El portavoz del Comité Oscar Romero de Cádiz rememora la ingente labor de entrega del presidente de la Asociación de Vecinos del Cerro del Moro
“¡Hola, amigo!, ¿cómo estás?”, le pregunté. “Ya ves, echándole valor a la vida”, creo que me respondió. A lo que añadí: “A ti nunca te faltó el coraje ni la fe por la lucha”. Se rió y continué. “Gracias a ello conseguiste tantos logros por el bien de tu barrio y su gente”. Asintió, regalándome una mirada orgullosa. “Pero debes dar gracias a la vida por esa excelente compañera que la vida te ha regalado, sostén y guía de tus incansables batallas sociales –me atreví a decirle– Sin ella nunca hubieses cosechado tantos triunfos para tu Barrio”. Emocionado, lo reconoció.
En ese momento, solitario y bastante emocionado, coloco una mano sobre el monolito dedicado a Enrique Blanco, con el que estaba hablando en solitario. Al poco, suelto unas lágrimas de agradecimiento y admiración por Enrique y por aquellas juntas directivas de la Asociación de Vecinos del Cerro del Moro, tanto como por Baldomero, Maíllo, Almenara, Cristóbal, Miguel Ángel, entre otros que, en la década de los ochenta, noventa y principios de siglo lucharon con generosidad, sensatez y espíritu de lucha por el bienestar de todos sus vecinos.
También recuerdo a esas ejemplares mujeres que en asociaciones de vecinos o de mujeres entregaron lo mejor de sus vidas por ayudar, formar o paliar los sufrimientos de sus vecinas y vecinos, como la propia Carmen Natividad; Carmen, la de Cerro Marcha; Lola, de Educadores o Lucía Olano, entre otras. Y también la fructífera Asociación de Educadores Nuestro Barrio, con su Escuela-Taller “Maestro Fermín Salvochea”. Todas estas asociaciones trabajaban en armonía y muy unidas por “El Barrio”.
Enriquito, le llamábamos en el colegio de San Rafael, cuando compartimos años de vida en la Primaria. Muy sociable, líder apreciado y maravilloso jugador de fútbol. De familia humilde, pero de padres riquísimos en ofrecer una gran educación de la que surgió esa gran persona y excelente gaditano comprometido con su pueblo y con su barrio, como es Enrique Blanco. Y admirable padre de tres prodigiosos hijos.
Aún recuerdo cuando, después de muchísimos años sin vernos, acudió a nosotros para que le “echáramos un cable” en la educación y formación de los niños y jóvenes del Cerro del Moro. Una de sus principales preocupaciones, además del empleo, era la erradicación de la droga, y la vivienda, demanda en la que resultó crucial colaboración ofrecieron Fermín del Moral, desde la Junta, y Enrique Huguet, desde Dragados.
Sin duda alguna, Enrique, su compañera Carmen y otras personas más del barrio supieron tomar la antorcha del responsable y comprometido servicio a sus vecinos; cómo en la década de los setenta, supieron encenderla aquellos inolvidables curas que, abnegadamente, se volcaron con el Cerro del Moro: Jesús Maeztu, Goyo y Juan Cejudo, sembrando semillas de dignidad humana, que más tarde darían sus frutos gracias a personas como Enrique y Carmen y las asociaciones mencionadas.
Con el horizonte del milenio, El Barrio fue transformándose; tras el derrumbe de un perímetro de murallas que lo convertían en un gueto llamado antiguamente “la ciudad sin ley”. Se levantaron nuevas viviendas, se hicieron mejoras en las infraestructuras, con nuevas plazas, parques y jardines y hasta una nueva parroquia y amplios locales para la Asociación de Vecinos. El esfuerzo de Enrique Blanco y resto de componentes de la Junta y anteriores presidentes, había dado sus frutos. El “Cerro” dejaba de ser un suburbio para convertirse en un barrio más de Cádiz, donde la droga apenas existía, se reducía el índice de desempleo y donde reinaba la alegría, la ilusión y la vida.
El milenio avanzaba y la Asociación de Vecinos se mudaba a las nuevas instalaciones, dejando el espacio completo a “Educadores Nuestro Barrio”. Enrique, Carmen y el resto de la Junta se esforzaban por dar contenido a los nuevos locales de la Asociación, siempre pensando en las verdaderas necesidades de la gente: Gimnasio para los jóvenes y mujeres, coordinación con otros barrios, ofertas culturales y una gran biblioteca para los jóvenes del barrio. Este empeño obstinado de Enrique, consciente de la importancia de la formación, posibilitó que muchos jóvenes del barrio dispusieran de un cómodo local y materiales para poder desarrollar sus trabajos. El fracaso escolar disminuía ostensiblemente. A la Asociación Juvenil y Escuela-Taller, también acudían jóvenes de otros barrios cercanos y lejanos.
Dejé mi remembranza y desde la calle o plaza de Enrique Blanco me dirigí a la acera, frente a la terraza-balcón de su casa. Sentí su espíritu, su nobleza y su presencia, como también la pude percibir por todo el paseo que di por El Barrio. La gente me detenía para darme la noticia de Enrique. Me emocioné nuevamente con el recuerdo de su digna lucha y su obra, reconocida por todos los vecinos. No tengo dudas; Enrique continúa vivo. Y es que, como decía Alí Primera: “Los que luchan por la vida no merecen llamarse muertos”.
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