Cádiz

"El mostrador te enseña más que una universidad siempre"

  • Miguel Ángel Castellano Pavón. Es un perfecto conocedor del patrimonio de la ciudad y su gente, a la que lleva atendiendo toda la vida, primero en su horno La Torre y ahora en Quorum

MIGUEL Ángel Castellano lleva toda su vida atendiendo al público, primero en el horno La Torre de su familia y luego en Quorum. Sus ratos libres los disfruta rescatando del olvido la historia de la ciudad y contemplando su patrimonio. En la plaza de San Francisco, uno de sus lugares favoritos, conversamos con este gaditano amante de su tierra.

-Toda una vida detrás de un mostrador.

-El mostrador y el contacto con el público siempre te enseña mucho más de lo que te puede enseñar la Universidad. La Universidad te enseña una teoría que luego tienes que poner en práctica; y el contacto con el público, al ser diario, te da una especie de psicología que aunque no se haya estudiado la carrera se podría decir que todo el que ha estado detrás de un mostrador tiene una base bastante seria y un conocimiento de cómo tratar al ser humano.

-¿Se podría decir entonces que lo suyo es por vocación?

-Hombre, es que toda mi familia se ha dedicado a eso. Y esas vivencias la he tenido toda la vida. Incluso mi abuela materna tenía en Rota una especie de bazar donde se vendía de todo. Y recuerdo que de chico contaba que todos los finales de mes iba a Sevilla para comprar mercancía y venderla luego en Rota. Al terminar la carrera mi hermano me pidió que me quedara y acepté.

-¿Y se ha arrepentido alguna vez de tomar este camino?

-En los últimos años, todos los días; aunque hablando con mis compañeros de carrera y viendo cómo está el alumnado me dicen que no está la cosa para la docencia. Pero en la panadería nunca me arrepentí, y eso que trabajaba diez o doce horas diarias y prácticamente no cogía vacaciones.

-El horno de la Torre le traerá muchos recuerdos...

-Antes de que yo naciera ya estaba mi familia en la panadería. Mi padre estaba trabajando en una panadería en Rota y tuvo noticias de que en Cádiz se quedaba una panadería libre ubicada en Torre 33 y cuya propietaria era María Pellicer. Ramón de Carranza, que conocía a mi padre, sirvió de fiador, y por eso se pudo venir mi padre a Cádiz. Además nosotros vivíamos en el primer piso, por lo que las vivencias en la panadería no tenían nada que ver con cualquier negocio; prácticamente se hacía vida también en el obrador y había una convivencia con los empleados, que habían estado allí toda la vida.

-¿Qué tenían las recetas de La Torre?

-Algunos maestros pasteleros y bolleros habían estado embarcados, y cuando se establecieron aquí trajeron recetas novedosas. La más famosa era la torta de aceite, de la que Pemán llegó a decir en una ocasión que no había día que pasara en Cádiz que no desayunara una torta de aceite del horno de La Torre. Doña Carmen Domecq iba a comprarlas semanalmente con su chófer y las cogía del obrador con su propia mano.

-¿Se perdieron esas recetas con el cierre del negocio?

-No. La mayoría de trabajadores que estaban en La Torre se fueron a otras panaderías y se llevaron las recetas.

-¿Por qué se fue al traste el horno?

-El principal motivo creo que fue una falta de adaptación a lo que demandaba en esa época un negocio, la implantación de las nuevas técnicas no se hizo en su tiempo. Eso, sumado a la crisis de aquellos años, propició el cierre.

-Y de ahí pasó a la librería Quorum en San Francisco...

-No. A la semana siguiente de cerrar la panadería entré a trabajar en el Obispado, donde estuve durante cuatro meses al cargo de la capilla de El Pópulo, porque había participado en unos cursos de Patrimonio y me llamaron. Y estando allí, Quorum abrió La Marina y pasé a la plantilla de la librería.

-En los cuatro meses en El Pópulo disfrutaría de su pasión por el patrimonio y la historia de la ciudad, ¿no?

-Lo primero que hice fue modificar todo lo que había dentro en cuanto a la atención al público, lo que motivó que incluso me llamaran la atención. Abrí puertas que antes no tenían acceso al público, y ponía siempre de fondo música sacra para que los visitantes se envolvieran del espíritu religioso que el centro debía tener. Allí disfrutaba yo como un enano, explicándole a la gente el rico patrimonio que tiene Cádiz.

-¿De dónde le viene ese amor por el patrimonio?

-Desde muy pequeño mi hermano Manolo, que tenía una gran sensibilidad para el arte, me llevaba a visitar iglesias y museos no solamente de Cádiz, sino de la provincia. Incluso conocí la Semana Santa de Sevilla por primer vez en el año 1963 porque me llevó él siendo yo muy chico.

-Entonces se lo debe a su hermano.

-Yo creo que sí. Él pintaba además de estar en el negocio familiar.

-¿Cómo ve la relación del patrimonio con la ciudad y de la ciudad con su patrimonio?

-En Cádiz son muy pocos los que son conscientes del rico patrimonio que tenemos. Y en parte eso se debe a los dirigentes que hemos tenido, que lo desconocían y desconocen, o que por imposiciones de partidos o de ideas no lo han potenciado. Como resultado, el patrimonio ni lo conoce lo suficiente el gaditano ni está explotado como debiera.

-¿Cuál es su ruta, su visita o su rincón favorito de la ciudad?

-Yo soy un enamorado de Cádiz. Y de hecho, antes de entrar en el trabajo todos los días me doy un paseo por Cádiz. Y a mi edad siempre descubro algo nuevo y me asombra mi ciudad. Eso quiere decir que es una ciudad inacabada de ver, que siempre hay cosas que te asombran. De hecho, una amiga mía que está fuera de Cádiz, María Luisa Cano, me comentó que había hecho un trabajo sobre los mascarones en las puertas, en los aljibes, en los pozos... y que no había encontrado a nadie que se lo publicara. Le pedí que me mandara un resumen y me quedé asombrado al leerlo por la decoración tan genuina que tenemos en los dinteles de las puertas, casapuertas, aljibes e incluso en fachadas. Le doy un dato muy curioso: En la calle Santiago número 13, en el dintel de la puerta hay tres mascarones de tipo manierista que están sacados de las tumbas mediceas del gran Miguel Ángel; en concreto, el mascarón que lleva el Giuliano de Medici en la coraza y los dos cierres de la armadura. Sólo este dato tan curioso nos da a entender que Cádiz no es una ciudad cualquiera. Fíjese si una ruta propiciada por estos datos sirviera para conocer esas casas palaciegas y hacer un recorrido por esos mascarones; sería un nuevo atractivo que incorporar a la ciudad.

-¿No cree que el gaditano hace hoy en día una defensa de Cádiz que nada tiene que ver con poner en valor a la ciudad?

-Hay que partir de que el gaditano nunca se ha sentido como propietario de nuestro patrimonio por lo diversa de su procedencia. Cádiz es la menos andaluza de las ocho provincias, porque siempre ha estado mirando al mar y no hacia dentro de la Península. El otro día en el encuentro sobre Turismo y Semana Santa así lo defendí, poniendo de manifiesto la diferencia tan abismal que hay entre la Semana Santa de nuestra tierra y de cualquiera de nuestras localidades más próximas.

-Ha citado usted otra de sus pasiones: la Semana Santa.

-Cierto, esa es otra de mis debilidades. Pero he llegado a la conclusión de que en Cádiz desgraciadamente la Semana Santa no se puede comparar a ninguna otra que conozcamos puesto que falta cultura cofradiera y conocimiento de base. Posiblemente esté propiciado por la idiosincrasia de nuestra ciudad, por el gran potencial del Carnaval y sobre todo por la mezcla que hay entre nuestra gente a la hora de casarse, que ha hecho que se cree un tipo de ciudadano un tanto amorfo en cuanto a sus orígenes, podríamos decir.

-¿En qué sentido?

-En que no hay una identidad propia. Tan solo hay que ir al libro Naciones extranjeras en Cádiz durante el siglo XVIII, de Hipólito Sancho de Sopranis, para comprobar la cantidad de poblaciones y de gente de fuera que vino a poblarla desde un principio. Nos podemos remontar incluso a la época de Alfonso X El Sabio, que repobló la ciudad en un 90% con gente del norte.

-A pesar de su relación con la Semana Santa y de sus trabajos sobre imágenes y hermandades, no ha estado en ninguna junta de gobierno.

-En la hermandad del Caído estuve tres o cuatro años de consiliario adjunto en la junta, por la proximidad que tenía con la junta, empezando por Bernardo Periñán, que era muy amigo de mi cuñado Manolo Fernández de la Puente, que fue fiscal durante mucho tiempo. De ahí recuerdo los Lunes Santos, cuando se recogía Misericordia, que íbamos con cubos por la calle San Rafael hasta La Palma para llevarnos las flores de los pasos para que Manolo Delgado de Mendoza las colocara al día siguiente a los titulares del Caído. Después no ha habido ocasión ni a mí tampoco me ha interesado para nada formar parte de ninguna junta. Mi mujer perteneció a la reorganización de Vera-Cruz y me hice hermano, pero nada más.

-¿Y de Carnaval nada?

-Bueno, cuando en 1963 escogen de reina infantil a María del Carmen Martínez Bordiú y de reina mayor a Milagrosa del Moral Cabeza, se creó el Batallón Infantil coordinado por Vicente del Moral, entonces concejal de Fiestas. Pero estuve muy poco tiempo, sólo dos años. En ese intervalo hicimos una visita a El Pardo un día de la Virgen del Carmen y nos pasó revista el caudillo en el Salón de los Pasos Perdidos. Fuimos acompañados por Vicente del Moral, Francisco Alarcón, Enrique Láinez, Rafael Corbacho y por supuesto el alcalde José León de Carranza; y el gobernador civil, Guillén Moreno.

-¿Concibe los artículos, trabajos e investigaciones que hace como un grano de arena que aporta a la ciudad?

-Lo hago porque me encanta y porque después del cambio de trabajo me propuse tener más tiempo libre; y de hecho me matriculé en el seminario en Teología, y tengo aprobado hasta tercer curso, que ya lo tuve que dejar porque era incapaz de asimilar los nombres de los teólogos alemanes.

-¿Cree que se publican pocos libros sobre la ciudad, lo que puede influir en ese desconocimiento de la ciudadanía?

-Últimamente sí se han incrementado las publicaciones sobre Cádiz una enormidad. Antes apenas existían, es verdad. Desde los clásicos Un paseo por Cádiz de Martínez del Cerro, o El arte en Cádiz de César Pemán se han incrementado las publicaciones de una manera realmente considerable. Y los libros sobre Cádiz son de los más vendidos últimamente.

-¿No participa en ninguna tertulia?

-Sí estuve en una hará unos veinte años, cuando Gregorio López, que acababa de dejar el cargo de gobernador civil de Córdoba, propuso una plataforma para declarar a Cádiz Patrimonio de la Humanidad. Tuvimos infinidad de reuniones en El Parisién, pero por mucho que se luchó nunca cuajó por falta de diálogo entre las administraciones. Actualmente se pretende declarar Patrimonio de la Humanidad todo el casco amurallado, así que espero que tenga mejor acogida que la que tuvimos nosotros en su día.

-¿Logrará Cádiz ese reconocimiento?

-Cádiz tiene más que suficiente para ser declarado Patrimonio de la Humanidad. El casco antiguo debería estar ya declarado porque es uno de los mejores conservados del siglo XVIII, incluso con las atrocidades que se acometieron en los años 60 y algunas que se han hecho en los últimos años.

-¿Tiene algún sueño, deseo o proyecto especial que le gustaría ver realizado en la ciudad?

-Me encantaría que al nivel cultural de la ciudad se le diera la importancia que merece. Para esto habría que incrementar el presupuesto, cosa difícil hoy en día. Que la ciudad tenga una programación a lo largo del año del nivel que se merece y que siempre tuvo. Y que haya más diálogo entre administraciones para que grandes proyectos que han quedado en la cuneta se lleven a efecto y vuelvan a hacer de Cádiz una ciudad única.

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