V Premio Federico Joly

La decisión del jurado: Rafael Manzano, el defensor más férreo de la arquitectura clásica

  • Los miembros del jurado del premio Federico Joly, compuesto por José Antonio Carrizosa, David Fernández, Braulio Medel y presidido por Hernán Cortés, reconocen a Rafael Manzano la capacidad de integrar en el mundo actual los valores tradicionales de la arquitectura

David Fernández, Hernán Cortés, Braulio Medel y José Antonio Carrizosa, miembros del jurado del Premio Federico Joly.

David Fernández, Hernán Cortés, Braulio Medel y José Antonio Carrizosa, miembros del jurado del Premio Federico Joly. / Julio González

Fue en Cádiz donde el prestigioso arquitecto de la calle Veedor Rafael Manzano aprendió el lenguaje de la arquitectura clásica. En la casa de su abuela de Puerto Real, en las fincas centenarias,la luz trémula y marina de su ciudad natal y en las iglesias del Jerez de su niñez, donde su padre lo llevaba a rezar. Desde su más tierna infancia, Manzano porta la vocación de arquitecto y pasea el amor por el carácter vernáculo de la arquitectura, y en su juventud y madurez ha aplicado estos ideales hasta la saciedad, lo que le ha valido el V Premio Federico Joly, que patrocina la Fundación Unicaja, y que recibirá próximamente en el Parador Atlántico de Cádiz.

El jurado de la distinción compuesto por José Antonio Carrizosa, David Fernández, Braulio Medel y presidido por Hernán Cortés destacan en el acta “la defensa férrea de los valores clásicos de la arquitectura y de la preservación del patrimonio, en la que se ha inspirado desde el máximo respeto por el pasado, pero teniendo siempre en cuenta su legado al futuro, desde una pulcra integración en el mundo actual de los conceptos del arte y la arquitectura”. Pero no sólo destacan en el documento el respeto máximo por la preservación de los valores originales en su obra arquitectónica, sino la difusión de los mismos en la labor docente que ha desempeñado como Catedrático de Historia de la Arquitectura de Escuela de Arquitectura de Sevilla, cuyas clases eran un auténtico privilegio según narran sus propios alumnos. Cuentan que durante estas horas de enseñanza magistrales y siempre repletas, era capaz de levantar el alzado a lápiz o tiza del patio de los leones de la Alhambra o del Salón Rico de Medina Azahara. Ningún edificio se escapaba del gran dominio del dibujo que siempre exhibió.

Por todos estos valores, el gaditano que ahora recibe esta distinción por parte de Diario de Cádiz, tiene en su haber el Premio de Arquitectura Clásica más prestigioso del mundo, el Richard H. Driehaus, siendo el primer español que lo consiguió en 2010, además del premio que cada año se entrega en su nombre, y que ya suma trece años, el Premio Rafael Manzano, del que siente gran orgullo.

Ahora recibe el premio Federico Joly, que además toma todo el sentido en una tierra donde Manzano esgrime “que el clasicismo es perfecto”. Una ciudad donde nació un 6 de noviembre de 1936 y en donde vivió hasta los 5 años, que se trasladó junto a su familia a Jerez por los negocios de su padre. Manzano nació en el seno de una familia numerosa y es hijo de una gaditana “muy gadirita” que nunca se adaptó a vivir fuera de su tierra,“por lo que siempre veníamos a Cádiz”, recuerda Rafael, que ha perpetuado hasta la actualidad este ritual materno. “Era tan exclusivista con Cádiz, que cuando acabé de restaurar mi casa en Sevilla me dijo que cómo siendo yo gaditano podía tener ese azulejo sevillano en mi patio”, ríe Manzano, poseedor de un sentido del humor muy autóctono.

Después se marchó a estudiar la carrera de Arquitectura a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, y también fue arquitecto del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación. Pero su maestría se impregna del sello de los que considera sus grandes maestros, a los que tiene presentes en las fotografías que atesora en una mesita de su biblioteca. Entre ellos Gómez Moreno, “un gran arqueólogo”, Leopoldo Torres Balbás, “el gran restaurador de la Alhambra”, y Fernando Chueca Goitía, “del que aprendí durante más años en una convivencia prodigiosa”, además de Félix Hernández Jiménez, “mi antecesor en Medina Azahara, con quien tuve un trato de amistad previo enorme y del que procuré tomar lo mejor de lo suyo con algunos retoques míos”.

Porque aparte de hombre sabio, sencillo y modesto, de arquitecto y docente, Rafael Manzano fue nada menos que director Conservador y Alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, cuyos trabajos desembocaron en importantes descubrimientos, y fue vocal del Real Patronato de la Alhambra y el Generalife de Granada, donde presidió la comisión de obras y asesoró muchas de las ejecutadas. Su obra más importante y preciada la firmó en la ciudad califal de Medina Azahara en Córdoba, de la que fue director restaurador desde 1975 a 1985, y donde dio su aspecto definitivo al Salón Rico, la casa militar, el gran salón basilical de la terraza alta, el Salón Occidental, el Palacio de Yaafar, su inmediato patio y jardín, y los grandes arcos de la al-Muzara o Plaza de Armas.

Ha sido restaurador de monumentos y urbanista, y en Cádiz, donde ha trabajado muy poco por sus avatares profesionales, también ha legado una casa reciente en la Alameda con una torre mirador, intervino en la Santa Cueva y siempre tuvo el anhelo de dar un final feliz a su Catedral.

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