El jesuita Hervás y su fantasioso relato masónico

Historia de Cádiz

El religioso ilustrado mantuvo como cierto que Cádiz tuvo hacia 1748 varias logias masónicas con 800 miembros, un extremo no confirmado por las fuentes históricas

La masonería: de 1812 a la Revolución Liberal

Retrato de Lorenzo Hervás y Panduro.
Retrato de Lorenzo Hervás y Panduro.
José María García León
- Historiador

13 de julio 2025 - 06:00

La intrigante cuestión de las sociedades secretas y su influencia en la Historia Contemporánea arranca ya desde finales del siglo XVIII, aunque un estudio riguroso y objetivo, sobre todo el relativo a sus inicios, encuentra serias dificultades, pues la mayor parte de las veces nos encontramos ante una tesitura donde la fantasía, la propaganda, tanto a favor como en contra, así como la falta de testimonios seguros resultan meros lugares comunes. Todo ello provoca que el historiador, cuando aborda dicha cuestión, se desenvuelva entre incertidumbres y recelos.

Precisamente en España, el papel jugado por la masonería es discordante en cuanto a su intensidad, dado que no fue hasta 1814, una vez derogada la Constitución de 1812, cuando empezó a actuar con una cierta intencionalidad política de la mano del liberalismo. Aun así, esta intencionalidad ha resultado exagerada o fuera de lugar en otros importantes acontecimientos posteriores, tal vez ajenos a ella, imponiéndose a partir de ahí un relato interesadamente elaborado a medio camino entre la leyenda y las medias verdades.

Como punto de partida, se toma el año de 1728 cuando un grupo de ingleses fundó una logia masónica en una fonda de Madrid, Las Tres Flores de Lis, ubicada en el número 17 de la calle Ancha de San Bernardo, y que, pronto, en los círculos secretos se conocería con el nombre de La Matritense. A la cabeza estaba un curioso personaje, el estrambótico duque de Wharton, cuya enigmática figura no ha estado exenta de todo tipo de inventivas, incluida la de ser el promotor de una serie de antros clandestinos donde se juntaban todas las fuerzas del mal y de la depravación. Curiosamente, al morir a los treinta y tres años, fue enterrado en el monasterio de Poblet, aunque no sabemos muy bien por qué dieron a parar sus huesos allí. Precisamente, Franco, que se interesó mucho por la figura de Wharton, a quien dedicó bajo el pseudónimo de Jakin Boor unos artículos en el diario ‘Arriba’, cuando visitó dicho monasterio ordenó que inmediatamente los restos de Wharton fueran sacados de allí y esparcidos lejos del lugar. No sabemos si tan tajante precepto se cumplió al pie de la letra, aunque hay quienes aseguran que en un jardincillo anexo está la respuesta.

Con todo, tratando de buscar un fondo de verdad entre tanta imaginativa, Inglaterra, siempre codiciosa de la presencia española en América, por aquellos años ya trataba de frenar el rearme naval que, con la llegada de los Borbones, nuestra nación proyectaba. Para ello, tanto las lisonjas como las promesas de entendimiento, sinceras o no, que pudiera hacer con España eran pocas, aunque, eso sí, deberían llevarse a cabo con el mayor sigilo y discreción posibles. Descartados, pues, los conductos oficiales, pudiera ser que Wharton fuera en realidad el agente británico ideal que encajara en estos planes y la masonería el medio más discreto para conseguirlo. No en balde, en el ‘Libro de Actas de la Gran Logia de Inglaterra’, ya entonces al servicio del Estado, constaba que España era la primera nación del continente europeo que había solicitado fundar en la península una célula masónica. Toda una buena puesta en escena, pues, aunque no exenta de ciertos atisbos de verdad.

Una logia en Cádiz con 800 afiliados

El 28 de abril de 1738 el Papa Clemente XII, en su bula ‘In eminenti’, condenaba la masonería en todo el orbe católico. En parecidos términos se manifestaría Fernando VI en Madrid, al declararla “sospechosa a la Religión y al Estado” el 2 de julio de 1751. Quedaba claro, pues, que, al menos por lo que respecta a la España de mediados del siglo XVIII, la masonería se topaba con la aversión tanto de la Corona como de la Iglesia

De entre los distintos autores que, siguiendo esta línea condenatoria de las sociedades secretas, destacaron entonces, nos encontramos con la figura de uno de nuestros ilustrados más brillantes, el jesuita Lorenzo Hervás y Panduro. Nacido en Cuenca en 1735, como un miembro más de la Compañía de Jesús al ser expulsada de España en 1767, se instaló en Italia, donde llevó a cabo una fecunda labor investigadora, con buena parte de su producción en italiano. Notable humanista, adscrito a la llamada Escuela Universalista Española, escribió sobre un buen número de materias, filosofía, pedagogía, filología, cosmografía… destacando su libro sobre el aprendizaje de los sordomudos, aunque su obra más conocida es la titulada ‘Causas de la Revolución Francesa’. De su atenta lectura se obtienen una serie de datos muy controvertidos contra las sociedades secretas del momento, especialmente la masonería, a la que se juzgaba como inspiradora de la mayor parte de los males que aquejaban a la Europa de entonces.

Comienza argumentando que toda esta corriente revolucionaria se debió principalmente a una serie de sectas “las más execrables e impías”, aunque lo más curioso de esta afirmación es que no solo comprendía entre ellas a la masonería, a la que, en contra de lo que afirmaban las Constituciones de Andersen, no le otorgaba ninguna antigüedad anterior a la revolución de Cromwell. También señalaba a las distintas corrientes que fluían dentro de la propia Iglesia católica, a las que acusaba de permisividad con la herejía y a su estrecho contacto con todo tipo de filósofos y de los verdaderos “enemigos de la religión”. En definitiva, presenta la masonería como una secta “popular” de la Filosofía en cuanto a sus máximas morales y políticas, pero que se dejaba llevar por el “oscurantismo y la maldad”.

De especial relevancia es la impactante información que atañe a Cádiz, consistente en el aviso que el embajador español en Viena había enviado a Madrid alertando de que, hacia 1748, en una logia masónica alemana se había hallado un manuscrito titulado ‘Antorcha Resplandeciente’, donde se hacía referencia a diversas logias en distintas partes de España y, entre ellas, se nombraba a las de Cádiz con un total de hasta 800 afiliados. Llama la atención que no se haga referencia a una sola logia, sino que da a entender que había varias en la ciudad. En realidad, no hay rastro archivístico alguno, en la correspondencia diplomática de estos años entre Viena y Madrid, que pruebe esta afirmación tan fuera de lugar. Tampoco por ningún otro medio se ha podido encontrar dato alguno que la corrobore

Junto a este relato sensacionalista, todavía resultan menos creíbles otras afirmaciones que, siguiendo el espíritu ocultista y revolucionario del momento, mantienen al aventurero Cagliostro como fundador de logias en Andalucía y Cataluña. Asumiríamos, así, la creencia, común a buena parte del siglo XVIII, respecto a las andanzas de una serie de aventureros y nigromantes, no solo del propio Cagliostro, sino también de Casanova o, incluso, de nuestro Diego de Torres y Villarroel, alquimista, matemático a veces y siempre díscolo, cuando no burlón. Uno más, pues, tampoco importaba a la hora de fantasear.

Asimismo, por estos años encontramos ciertas referencias a una posible presencia masónica en Cádiz, principalmente a cargo de franceses e ingleses, radicados o bien de paso en la ciudad, principalmente en relación con la vecina Gibraltar. Con todo, hay una tendencia a identificar a algunas figuras importantes del reinado de Carlos III como pertenecientes a la masonería, caso del conde de Aranda, aunque carecemos de certezas evidentes. Sí, en cambio, está probada la pertenencia a la masonería de varios oficiales gaditanos pertenecientes a una escuadra de nuestra Armada que, al mando del almirante Mazarredo, realizó una estancia en Brest entre el 8 de agosto de 1799 y el 29 de abril de 1802. Una vez que contactaron con logias a las que pertenecían oficiales franceses, fundaron una propia, ‘La Reunión Española’, que desarrolló cierta actividad allí, aunque, una vez que desembarcaron en Cádiz, pronto se perdería su pista.

A vueltas con la realidad

La masonería comúnmente no ha sido nunca uniforme, dada su propia diversidad, estando, además, sujeta a los distintos contextos históricos, lo que le ha supuesto un serio condicionante muy a tener en cuenta. Su propia ambivalencia entre el secretismo y la discreción ha marcado, también, el grado de aceptación o rechazo en la sociedad, habida cuenta de que lo primero le ha otorgado una cierta connotación adversa, que la hizo blanco de todo tipo de críticas. En cambio, lo segundo le ha supuesto un marco más posibilista.

Para el caso español, a pesar de todas esas noticias que arrancan del siglo XVIII y de un cierto protagonismo en el siglo XIX, la presencia de la masonería en España sería intermitente. Nos equivocaríamos, no obstante, si pensáramos que iba a ser un remedo de su homóloga británica, pues una sucesión de conjuras, pronunciamientos y tramas oscuras de todo tipo, verdaderas o falsas, pero por lo general atribuidas a ella, la convertirían en punto de referencia preferido, cuando no obligado, para todos aquellos aficionados a las conspiraciones y a los misterios. No sería hasta la revolución de 1868 y durante todo el Sexenio Democrático, cuando empezamos a tener noticias más fiables de la masonería, con una serie de datos que ya se pueden analizar con una mayor carga objetiva.

Siglo XVIII: ceremonia masónica de iniciacion de un aprendiz.
Siglo XVIII: ceremonia masónica de iniciacion de un aprendiz.

A partir de aquí las nuevas leyes respecto a la libertad de asociación irían facilitando, aunque con algunas cortapisas, la creación de logias masónicas, sobre todo en el último tercio del siglo XIX. No deja de ser muy significativo que, cuando en 1892 se organizó en Madrid uno de los Congresos Mundiales de Librepensamiento, que ya se habían celebrado antes en otras capitales europeas y al que concurrían ciento doce logias españolas, fuera suspendido el mismo días después de su inauguración por el Gobierno que presidía Cánovas del Castillo. Años después, durante la Segunda República, las logias experimentarían un notable crecimiento.

Desde Antonio Machado a Mario Conde, pasando por Ramón y Cajal y Martínez Barrios, sin olvidar tampoco a Sagasta o Pi y Margall (ni, por supuesto, a Cantinflas), la masonería sigue todavía hoy su camino.

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