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Cádiz

Un hombre exquisito

A Antonio Montero del Carmen sólo se le podía hablar de usted. No porque él lo reclamase, algo imposible en una persona exquisitamente sencilla, si no porque su también exquisita educación, su trato con la gente e incluso su propio porte invitaban a hablarle de usted, lo que por otra parte debería de ser una norma generalizada en la sociedad.

Hace apenas unos días Antonio Montero del Carmen fallecía, a los 86 años de edad, tras haber luchado contra la enfermedad que le obligó a retirarse antes de lo que él hubiera querido del trabajo activo. Y en su marcha ha dejado un legado personal del que no sólo su familia, su mujer, María Dolores Roncero y sus seis hijos, se han beneficiado sino también los que durante décadas han trabajado o se han relacionado con él.

Montero del Carmen nació en un pequeño pueblo de la provincia de Orense al que llegaron sus padres. Él, encargado de la puesta en marcha de fábricas de harinas, recaló en la localidad gallega de forma accidental. Pronto retornaron a Zaragoza, lugar de origen de la familia, donde Antonio se crió en unos años especialmente duros al quedar huérfano de padre a muy corta edad. Esta circunstancia le llevó a estudiar en los Infantes del Pilar en régimen de internado donde ya comenzó a estudiar un oficio .

Entró pronto a trabajar en el Heraldo de Aragón, referente periodístico en la región, dentro del departamento de contabilidad hasta que pasó, en los años cuarenta, a la empresa Tranvías de Zaragoza, también en el área económica. Esta firma gestionaba por aquel entonces el servicio del tranvía de Cádiz a San Fernando.

Estamos a finales de 1947 y Antonio Montero llega a un Cádiz profundamente herido por la explosión del polvorín de la base naval ocurrido en el mes de agosto. Viene para seis meses, con la misión de activar la puesta en marcha del trolebús. Seis meses que se convertirán en más de sesenta años. Irá ascendiendo hasta sustituir en la dirección de Tranvías a Octavio Comes. Tranvías había pasado a manos de Asunción Comes, que había comprado la empresa a Zaragoza Urbana, iniciándose una nueva etapa en la que él prefirió seguir residiendo en Cádiz. Una etapa en la que, también, comienza su relación con el sector turístico. Se encarga de finalizar el proyecto del hotel Octavio en Algeciras y de la compra del antiguo Hotel Playa. Participó en la fundación del Skal Club, comenzando una afición a los viajes por todo el mundo de la que disfrutaría tras criar a sus seis hijos.

Montero era un empresario de la antigua usanza. Vivía en y para la empresa que gestionaba. Primero en San Fernando y después en Cádiz, residió en el propio edificio de las oficinas de Tranvías. Sólo tenía que bajar las escaleras para acudir a su despacho.

Durante cerca de medio siglo mantuvo un estrecho contacto con toda la plantilla, primero integrada por un numeroso grupo de personas procedentes de Zaragoza y, al poco, por trabajadores ya contratados en Cádiz. Se hizo querer y respetar por todos incluso en aquellos momentos en los que las negociaciones del convenio colectivo se encrespaban y acababan en un conflicto laboral. Todos, sin embargo, elogian su capacidad de diálogo, una de las máximas que trasladó a quienes le sustituyeron en la gestión de Tranvías de Cádiz a San Fernando y la Carraca.

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