Historias de Cádiz: Mosquera, ídolo de los cadistas
El jugador peruano formó parte de la plantilla del Cádiz durante la temporada 1962-1963 l Con la llegada del frío y la lluvia el futbolista perdió su olfato goleador
Motorismo en la playa Victoria de Cádiz
El peruano Máximo Mosquera Segura ha sido uno de los grandes ídolos de la afición futbolística gaditana. Su peculiar estilo de juego, repleto de habilidades y adornos, su facilidad goleadora y el color de su piel, algo extravagante por aquellos años sesenta del pasado siglo, hicieron de él un jugador admirado y querido por todos. A pesar de jugar una sola temporada en el Cádiz, su nombre, unido al de un popular estribillo de Carnaval, permanece en el recuerdo de los aficionados al fútbol.
Mosquera llegó al Cádiz prácticamente de carambola. Había jugado en su Perú natal en el Alianza de Lima y en el Sporting Cristal, llegando a ser veinte veces internacional. Fichó por el Atlético Baleares, donde demostró su clase y facilidad goleadora. Debido a las deudas de su club, Mosquera quedó libre y le fue ofrecido al Cádiz a través del famoso intermediario Luis Guijarro.
Hay que recordar que por aquellos años, los clubs de fútbol tenían enormes dificultades para fichar jugadores extranjeros. En primer lugar porque la Federación solamente permitía a dos extranjeros por club y en segundo lugar porque la contratación de no nacionales en aquellos años había que realizarla por medio de divisas, lo que no era sencillo con la legislación entonces vigente.
Guijarro era uno de los escasísimos intermediarios, hoy agentes FIFA, que existían en España y un hombre imprescindible para la contratación de futbolistas o equipos extranjeros. Sus gestiones, por ejemplo, sirvieron para la presencia de grandes equipos extranjeros en el Trofeo Ramón de Carranza y en Cádiz entabló grandes amistades. Precisamente por ello, al quedar libre Máximo Mosquera, Guijarro ofreció sus servicios a la directiva del Cádiz, cuyo presidente era Márquez Veiga.
Con el visto bueno del entrenador gaditano, José Luis Riera, el futbolista peruano quedó incorporado a la plantilla en el verano de 1962.
Patita, como era llamado por sus compañeros, jugaba de interior y tenía un fácil regate y olfato de gol. En la parte negativa estaba su frágil constitución, que le hacía huir de cualquier choque con los jugadores contrarios, y una acusada debilidad ante el frío y la lluvia.
El debut oficial de Mosquera tuvo lugar ante el San Fernando en partido de Liga de Segunda División, que terminó con victoria del equipo amarillo por dos goles a cero. La temporada 62-63 fue brillantísima para los gaditanos, que terminaron en cuarta posición. Junto a Mosquera había grandes jugadores como Bolea, Gerardo, Arteaga, Almagro, Llona o Manolo Soriano.
La primera vuelta de esa temporada 62-63 coincidió con el esplendor de Mosquera, máximo goleador cadista. Sus vistosos regates eran ovacionados por el público que llenaba a rebosar las gradas del estadio Carranza y sus goles hacían perdonar que no fuera un jugador de lucha y entrega.
Coincidió este auge del peruano con las Fiestas Típicas de 1963 en la que dos agrupaciones obtuvieron premio especial de comparsas por su enorme calidad; ‘Los corrusquillos gaditanos’, de Paco Alba y ‘Los dandys negros’, de Enrique Villegas. Este último grupo llevaba el famoso estribillo que cantó, y sigue cantando, medio Cádiz, “....Mosquera, Mosquera, metete otro gol, que vamos a Primera, Mosquera, a Primera División, ja ja ja ja ja”.
Todo parecía sonreír al simpático futbolista peruano, cuya esposa dio a luz una niña en la gaditana clínica del doctor Fernando Muñoz. Pero llegó el frío, la lluvia y los campos de fútbol totalmente embarrados y con ello el fin futbolístico del popular Patita. Mosquera perdió su olfato de gol y era incapaz de soportar noventa minutos sobre esos campos en pésimas condiciones. Riera lo llevó al banquillo y la ausencia de goles hizo que el Cádiz olvidara la ilusión de alcanzar el ascenso a la Primera División.
Al finalizar la temporada los técnicos consideraron que lo más oportuno era darle la baja definitiva, ya que el Cádiz necesitaba que quedara libre una plaza de extranjero. Pesaba también la idea de que Mosquera era de mayor edad a la que figuraba en su ficha federativa. De manera elegante, el jugador peruano se despidió de la afición a través de las páginas de Diario de Cádiz para regresar a su tierra y trabajar como entrenador. También anunció que si veía en Perú algún jugador interesante lo mandaría en primer lugar al Cádiz.
En efecto, la relación de Mosquera con el Cádiz no terminó en ese momento ya que, diez años más tarde, tendría un curioso epílogo que ya fue relatado en su momento por nuestro compañero Diego Joly.
Resultó que Mosquera volvió a Cádiz de la mano de un joven peruano, también de color, del que hablaba maravillas y con objeto de que fuera fichado por el club que entonces presidía José Antonio Gutiérrez Trueba.
El joven futbolista, llamado La Rosa, fue evaluado en el mismo estadio Carranza por Adolfo Bolea y otros miembros del equipo técnico en presencia de los directivos gaditanos. Se trataba de un fornido joven de 19 años y de 1,83 de altura que había pertenecido al Bolivariense de Lima. El jugador lanzó varios disparos a puerta y remató unos balones lanzados por el propio Máximo Mosquera. Al día siguiente tomó parte en un partido amistoso en el que también probaron su aptitud varios jugadores.
Todo parecía ir correctamente a la espera de los correspondientes exámenes médicos. Y ahí saltó la liebre. Los doctores del club descubrieron que el mocetón peruano “padecía una molestia impropia de un futbolista”, como indicaba el parte médico, o unas ladillas en términos coloquiales.
Mosquera y La Rosa emprendieron el viaje de regreso a Lima en el siguiente vuelo.
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