Hernán Cortés: El gran retratista de la presencia y de la esencia

Hernán Cortés busca los rasgos esenciales de cada persona, realizando una construcción simbólica y muy personal

'La luz de Cádiz en Hernán Cortés' brilla en Madrid

Hernán Cortés durante la presentación de su documental en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid
Hernán Cortés durante la presentación de su documental en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid / José Ramón Ladra

Hace más de 47 años que Hernán Cortés expuso por primera vez en Cádiz. Aquel debut estuvo marcado por paisajes de la Bahía y de su provincia natal, una tierra que lo vio nacer y cuya luz, formas y rincones recorrió desde niño de la mano de su padre.

Aquellas escenas locales no solo marcaron su primer paso firme en el mundo del arte que después desarrolló con gran éxito en Madrid tras formarse en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y la de San Fernando de Madrid, sino que sembraron la semilla de una vocación que, aunque precoz, tardaría en definirse plenamente en torno al retrato.

Fue su madre quien alimentó ese primer impulso creativo cuando le regaló su primera paleta de colores a los 6 años. Y las conversaciones con figuras como Dámaso Alonso o Pedro Laín, las que le ofrecieron un entorno cultural fecundo que terminó por reafirmar su destino. Iba para médico, como su padre, pero su alma, sin duda, ya pertenecía a la pintura.

Desde entonces, Hernán Cortés ha sido mucho más que un pintor de talento: se ha convertido en uno de los retratistas españoles más relevantes de las últimas décadas, capturando con maestría a los protagonistas más ilustres de la vida pública y social del siglo XX y XXI como los ponentes de la Constitución española, los poetas de la Generación del 27, y personalidades del Senado y el Congreso. Ninguno se ha resistido a su dominio técnico, ni a su mirada capaz de trascender lo físico y la presencia para alcanzar la esencia.

Su estilo ha estado profundamente influido por la ciencia, la geometría, la abstracción, la anatomía, el mundo clásico y, sobre todo, por el retrato renacentista. Pero Cortés va más allá del “parecido”. Busca los rasgos esenciales de cada persona, esos detalles únicos que los hacen irrepetibles. “¿Puede aspirar a considerarse retrato toda obra con una figura humana como protagonista?”, ha cuestionado alguna vez el artista. A lo que responde con una construcción simbólica y profundamente personal, con la que pareciera alcanzar el alma.

Sus obras no solo plasman rostros, sino que contienen toda una narrativa interna. Asomarse a ellos es entrar en el universo del retratado de forma sutil, pero definitiva. Su búsqueda de la imagen con vocación de permanencia, capaz de resistir el desgaste del tiempo y la memoria, es parte de su sello inconfundible.

“Se trata de concebir una obra a partir de una persona, con sus rasgos físicos, sus atributos y su presencia en el espacio”, ha manifestado el pintor. Porque también el modo en que alguien “entra en escena” nos habla de su carácter.

A lo largo de su trayectoria, Hernán Cortés ha construido una galería humana de inusitada profundidad. Pintor de cuerpos, sí, pero sobre todo de presencias. De gestos y esencias. Un retratista que ha hecho del arte de mirar un acto de comprensión y de permanencia.

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