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Ciudadanos de cádiz

"Uno entiende ahora conceptos muy abstractos como la libertad"

  • Alberto Campo Baeza. El arquitecto de prestigio internacional hace un repaso por los episodios de una vida que arranca en Cádiz y que parte hacia Madrid en la conquista de su gran vocación

LA obra de Alberto Campo Baeza ha protagonizado revistas, monográficos, libros y exposiciones en todo el mundo. Nominado y premiado en repetidas ocasiones, el arquitecto vallisoletano de nacimiento pero criado en la esencia de Cádiz, ha llenado con su bella, blanca, sobria, sensible y meditada arquitectura espacios de toda España, Italia o Nueva York.

-¿Qué recuerda de aquellos primeros años en Cádiz?

-Tuve una infancia felicísima. Mi padre vino a Cádiz exiliado, era de Valladolid. Y mi madre era la hija del arquitecto municipal de allí. Mi padre que era profesor de anatomía hizo las oposiciones a médico militar en el año 36 y las ganó. Pero en la guerra le cogió en el otro bando y todo esto desemboca en que en lugar de quedarse allí como médico militar destinado, le dicen que no, que iba en su lugar otro más adepto. Y lo destierran a Cádiz. Mis hermanos y yo siempre decimos que en buena hora, porque aquí hemos sido muy felices y la gente de Cádiz es la mejor del mundo.

-Su padre, don Juvencio Campo, fue un médico muy querido en Cádiz. ¿Nunca se planteó seguir sus pasos?

-Jamás. Mi madre se encargó de pincharme para que fuera arquitecto como lo era su padre. Cada dibujo que hacía decía: "¡El niño tiene que ser arquitecto!"

-En cierto modo es cirujano de ciudades.

-Pues sí. Soy el catedrático más antiguo de mi departamento, que no el más viejo, y en textos que he escrito siempre digo que para un arquitecto la docencia es como afilar los instrumentos con los que uno trabaja, igual que el cirujano afila sus bisturíes. El juego de bisturíes de mi padre era precioso porque era de plata. Siempre pongo este ejemplo, en cierto modo, para evocar la figura de mi padre.

-Siempre lo tiene presente.

-Era una gran persona. Al ser médico del Hospital Militar asistía a todos los vecinos de nuestra calle, lo tenían a mano. A la vez también era médico del seguro, que eran todos del barrio de la Viña. Como yo solía coger también los avisos en casa recuerdo las calles del barrio. Él se llevaba muy bien con la familia militar y la del seguro. De hecho, murió hace dos años con 104 años y cuando mi hermana lo llevaba ya en el carrito a los italianos a tomar un helado, le paraba la gente y le decía que mi padre a los pobres no les cobraba.

-La Casa Gaspar fue la primera que hizo en la provincia de Cádiz. Un edificio que levantó con dos perras, como ha dicho, pero que le ha reportado muchas satisfacciones. ¿Qué ha cambiado de la concepción de la arquitectura esencial de Alberto Campo Baeza?

-Más que cambiar, uno sigue estudiando y he visto que algunas de las cosas que dije hace tiempo en la conferencia sobre Álvaro Siza Vieira en el Colegio de Arquitectos de Cádiz siguen siendo válidas. Un arquitecto debe ser poeta, creador e investigador. Soy sobrio en la arquitectura que hago y sigo entendiendo que la poesía no es minimalismo literario, sino la forma de decir con menos palabras el máximo de ideas, de la manera más aromática y sacando el máximo partido. En arquitectura pasa igual, aunque resulte más seca y sobria. Para lo que yo defiendo, me sigue costando más tiempo hacer los proyectos. No es que me siga costando más trabajo, sino que necesito más maduración en los proyectos. Creo que el tiempo le sienta bien a los proyectos.

-Vincula la arquitectura, con la poesía, la literatura y el tiempo.

-Es que la creación artística necesita tiempo. Me acuerdo de eso que decía un poeta polaco sobre la lentitud que tiene la miel al salir del frasco, que por mucho que lo vuelques, sigue saliendo lentamente. Y yo en este sentido agradezco la edad. Tengo la sensación de estar empezando a pensar. Tengo encima de la mesa La Odisea y la veo con otros ojos. Y es un gusto redescubrir que en El Quijote sale el Panteón de Roma. Cómo no voy a verlo, pensé cuando me lo dijeron. Y es que tengo un contrato de toda la vida con mis alumnos que es que el alumno que va a Roma , al Panteón, y llore, me tiene que mandar una postal diciéndome que ha llorado. En el capítulo octavo de la segunda parte del Quijote hay una página preciosísima en la que Don Quijote le está aleccionando a Sancho sobre la vanidad y la humildad, en la que lo pone como ejemplo y que dice algo así como que "un amigo mío poeta estando en Roma le enseñó La Rotonda hecha con el modelo de la media naranja", que hace referencia clara al Panteón. La anécdota es muy graciosa. Y estas cosas las descubre uno a estas edades.

-¿Y ha descubierto alguna obra suya que quiera reproyectar?

-No y sí. No porque no se me ocurre reproyectar nada. Pero sin embargo, después de la Casa del Infinito, en la playa de los Alemanes, he hecho una casa en Madrid, la Casa Cala, y el resultado es muy hermoso. Me he dado cuenta que de la Casa Turégano, la primera que hice, bebe mucho la Casa Asencio, y que la Casa Cala también recoge de la Turégano. En este último trabajo hago tres espacios concatenados pero recoge temas de aquella misma casa. Así que no reproyecto, pero regreso.

-Los arquitectos viajan mirando hacia arriba. ¿Qué arquitectura le ha sorpendido últimamente?

-Estuve en Las Palmas y estuve en la Ciudad de la Justicia que es de Pepe Sosa. Y cuando vengo a Cádiz, cerca de casa de mi padre, también descubro cosas. Me gusta el IES Cornelio Balbo, antiguo Náutico. Y frente al Atlántico, veo el Pabellón Municipal del Parque, y me gusta. Las cosas de Álvaro Siza Vieira, que me sigue pareciendo un maestro. De Souto de Moura, tan cercano, y de Manuel Aires, tres portugueses, por cierto. Y de gente jovencita, el otro día me llamaron de la revista Art & Design para que estuviera de jurado este año. Y voy a proponer como arquitecto a José María Sánchez, que ha hecho en Badajoz el Templo de Diana y varias cosas estupendas. Se me cae la baba ver cosas de gente joven y que no son arquitecturas ortogonales. Me sigue sorprendiendo la buena arquitectura, igual que la buena literatura o pintura. Aunque exigiría más componentes humanísticos.

-¿No es lo suficientemente humanista?

-No lo suficiente y creo que es consustancial a la propia arquitectura. Yo siempre pido en clase que levanten la mano aquéllos que tocan instrumentos y se me cae la baba. En clase pueden salir muchos temas de poesía o música. Así me preparo las clases. Un arquitecto es un humanista.

-¿Qué opina de las grandes obras de infraestructuras como la que acaba de inaugurarse en Cádiz, el Segundo Puente?

-Todavía no lo he pasado. Me preguntaron el otro día si me hubiera gustado hacer el puente y dije que zapatero a tus zapatos. Es cosa de ingenieros. Y si ha venido a hacer esta operación uno de los mejores ingenieros de caminos españoles supongo que lo habrá hecho genial.

-Es que estamos en un momento donde los partidos políticos hablan de políticas sociales. Creo que hoy la sociedad no aprobaría la construcción de una obra faraónica como ésta. Y en este sentido ha tenido críticas por los ciudadanos.

-Es que creo que en general, la sociedad actual, es muy inculta y muy pretenciosa. Sobre cualquier tema. Esto se ve en los blogs. Son desahogo de gente que no es capaz de hacer otras cosas que desahogarse en los blogs. Además el tono general de los blogs y similares es negativo porque la gente normal y positiva no acude a ellos. Yo me he negado a estar en twitter, facebook..., etc. Sólo tengo la página web puesta al día y después a Flickr. Y mira, hace unas semanas hemos celebrado ¡los dos millones de visitas!

-Sobriedad hasta en el uso de nuevas tecnologías.

-No, qué va. Yo defiendo que los medios son maravillosos. Escribo te quiero y en un solo click lo ven en la otra punta del mundo. Pero creo que con estos medios tendría que estar la gente más formada. Si quiero recordar un poema de César Manrique, pongo medio poema en google, y ahí está. Lo que antes hacía consultando mi colección de poesía lo tengo ahí. Cuando escribo un texto, primero lo paso a mano, y mientras lo hago hay cosas que olvido. Luego lo paso a word y lo consulto desde internet. Te ayuda mucho. Los medios son maravillosos, pero la gente sigue muy inculta. Es como la televisión, que es maravillosa pero que no tengo debido a la capacidad que tenemos de perder el tiempo, yo el primero.

-Entre sus últimos proyectos figura una torre en Dubai. Verticalidad, que se contrapone a la arquitectura horizontal a la que nos tiene acostumbrados.

-Bueno, la torre de Dubai es una acumulación de planos horizontales. Esas terrazas profundas con filtros blancos como la jaima, que tiene en el techo unos ventiladores que permite la ventilación cruzada. Estoy muy orgulloso porque como arquitecto son plantas muy estudiadas y eficaces. Y porque en un skyline en el que aparecen torres tan disparatadas, aparece esta torre serena, blanquecina, que por dentro es maravillosa, pero por fuera es silencio. Es como un testimonio de lo que puede hacer la arquitectura en medio de una arquitectura contemporánea en la que todos quieren sobresalir.

-¿El arquitecto es libre cuando hace arquitectura?

-Claramente. Siempre existen condicionantes, como la misma vida. Sí te digo que la libertad no es libertinaje, es la voluntad propia. Pero la libertad se entiende con el tiempo. Uno entiende ahora conceptos muy abstractos como la libertad y la honestidad. Con el tiempo se toca con la mano. Merece la pena no comerte de postre la tarta completa por razones médicas o estéticas. Así que me como un solo pedazo. Libertad para todo, para temas morales, incluso.

-¿Y cómo pueden entender los arquitectos de ahora la libertad cuando incluso las administraciones potencian que ganen las arquitecturas que son simplemente más baratas?

-No puedo más que dar gracias a Dios por todo. Siempre he tenido poco trabajo, el que he querido. Pero a mí me da susto, no por mí, sino por la gente más joven y valiosa. Como mis alumnos, gente magnífica. No puedo hacer más que recomendarlos en cartas para ir a Columbia. Y eso es positivo, que salgan. Yo tardé cinco años en hacer mi primera casa. Otra cosa es que vuelvan y encuentren trabajo. En este apartado creo que los colegios de arquitectos tendrían que socializar más, hacer algo para repartir el trabajo. No sé cómo se puede hacer. También tendrían que intervenir en los precios. Hay muchos que tienen mucho trabajo, otros que nada. Nosotros no tenemos tanto, el que queremos. A mí me dicen los colaboradores que no nos son rentables las casas. Pero es como el que prefiere comprar en Carrefour en lugar de Hipercor.

-¿Qué le gustaría proyectar ahora mismo en Cádiz?

-Cualquiera de los proyectos que no he podido hacer como El Castillo de San Sebastián, pero que está ahí. Y por supuesto la apertura del muelle a la ciudad, para que la ciudad recupere su salón, como cuando era pequeño. Recuerdo todavía cuando paseaba por el muelle, al grito de ¡cuidado niños, no os acerquéis al borde! Sería lógico que fuera abierto. Simplemente hay que tratarlo con delicadeza, abierto, sin descubrir la pólvora.

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