Enriqueta Moreno, primera violinista de Manuel de Falla
Retrato de otra época
La intérprete, que acompañaba al músico en sus conciertos en Cádiz, visitaba con frecuencia a Gitanilla del Carmelo para hablar de literatura
Nació en 1906 en Málaga y falleció en Madrid en 1974
La polaca más gaditana del colegio San Felipe Neri
Las piedras del Conservatorio de Cádiz esconden el misterio de un Stradivarius. Dicen que una joven violinista acarició sus cuerdas antes de tener que elegir entre sus dos amores: la música o su familia. Enriqueta Moreno Mocholi fue primera violinista de Manuel de Falla cuando este daba recitales en la ciudad durante sus primeros años con la Orquesta Bética de Cámara. La joven tuvo la oportunidad de unirse a la orquesta del célebre compositor gaditano, pero su padre consideró ‘poco decoroso’ que una jovencita viajara sola por Europa y rodeada de músicos varones. Así que Enriqueta y su violín se quedaron en Cádiz para transformar el viento en música y la educación en buenos tiempos.
Cuenta la leyenda que no se trataba de un violín cualquiera. En los mentideros gaditanos se decía que sus virtuosas manos tocaron un Stradivarius y algunos poemas así lo atestiguan: “Enriqueta, grande de alma como su Stradivarius”. Nadie sabe si existió realmente ni dónde acabó tan singular instrumento. Quizás se tratara del conocido ‘Cádiz Stradivarius’, fabricado por Antonio Stradivarius y adquirido por el estadounidense Josep Funch en 1946. Quizás solo sea una leyenda más de las muchas que vagan entre las calles de esta vieja ciudad.
Aunque Enriqueta nació en Málaga, en 1906, se trasladó a Cádiz con su familia siendo una bebé. En la casa de la calle Sacramento, sus padres -Miguel Moreno y Enriqueta Mocholi- le inculcaron desde niña la afición por la música, al igual que a su hermana Margarita, quien estudió la carrera de piano antes de contraer matrimonio con el empresario gaditano Pedro Lamet Orozco. Sus hermano pequeño, Miguel Moreno Mocholi, cambió las partituras por las leyes y llegó a ser magistrado del Tribunal Supremo.
Enriqueta fue profesora de violín en el Conservatorio de Música de Cádiz y, en 1921, obtuvo el premio de canto de la Academia Filarmónica Santa Cecilia de Cádiz. Bohemia y divertida, tuvo mucha relación con los principales exponentes de la vida cultural de la época. Mantuvo una estrecha amistad con la poetisa Adela Medina Cuesta, conocida como Gitanilla del Carmelo, a la que iba a visitar muchas tardes a su casa del número 4 de la plaza del Mentidero para hablar de literatura.
En Cádiz, era conocida como ‘el jardín ambulante’ porque siempre llevaba muchas flores prendidas en la solapa. También era famosa por su bolso a lo Mary Popinns, en el que portaba cosas tan dispares como una pluma y un tintero , tisanas, ungüentos, hilos para coser medias de cristal, panchitas (magdalenas pequeñas), libros, partituras y un camisón ‘por si acaso’.
La violinista era muy gadita, con esa intercesión genial donde el talento y el surrealismo se cruzan. Muchas anécdotas ilustran su personalidad excepcional. De camino al conservatorio, Enriqueta solía pasar todos los días por el edificio del Ocaso para recordar que se esmeraran en caso de que ella muriera. “A ver qué caja me vais a poner”, advertía. Un día el dependiente , cansado de su insistencia, le contestó: “Señorita Enriqueta, quédese tranquila, va a ir usted como Blancanieves, en una caja transparente de plexiglás”.
En aquellos años convulsos usó el humor y el coraje como armas de mujer en un mundo de hombres. Dedicó su vida a la música y a la docencia como profesora de escuela en San Fernando. Sin saberlo, inventó el refuerzo positivo aplicado a la enseñanza porque cuando regañaba a sus alumnos por las malas notas, a reglón seguido les daba un dulce para ayudarles a pasar el mal trago.
Era cariñosa pero firme en sus convicciones. Cuando durante la República se prohibieron los símbolos religiosos en las aulas, Enriqueta puso una imagen del Sagrado Corazón presidiendo la suya. “A mí me da igual, que me fusilen”, decía ajena todavía a la violencia que le tocaría vivir.
Solo tuvo un gran amor. Hay cartas que atestiguan que mantuvo una relación sentimental con un joven republicano llamado Urbano. Sabemos por sus testimonios que se quedaba dormido en el cine porque posiblemente trabajaba de noche en una imprenta. Un día, sin fecha, lo fusilaron. Algún amigo común se lo comunicó a Enriqueta. Así lo corrobora un poema de la violinista, en el que plasma el desgarro que el produjo la muerte de su prometido:
“Cuando me lo contaron sentí frío
de una hoja de acero en las entrañas.
Cayó sobre mi espíritu la noche.
En ira y en piedad se anegó mi alma.
Y entonces comprendí porqué se llora’".
(Extracto del poema de Enriqueta Moreno a su novio fusilado)
La violinista nunca se casó ni volvió a enamorarse. Aunque reconocía públicamente que su corazón se debatía entre dos amores platónicos, Manuel de Falla y José María Pemán, a quien había conocido porque era amigo de su hermano Miguel y cuya foto dedicada conservaba con gran admiración.
Aferrada siempre a su violín, fue una mujer independiente y adelantada a su tiempo. Una ‘rara avis’ entre las mujeres de su ambiente. Ganaba un sueldo -3.000 pesetas anuales, según los documentos oficiales- con el que se compró un piso en la calle la Torre, donde vivía con su madre, Enriqueta Mocholi. Era una mujer culta, que había viajado a Nueva York y que hablaba un francés perfecto. Tras un incendio en su casa, la violinista sufrió graves quemaduras y se trasladó a vivir con su hermana. En el chalet Las Margaritas situado en Bahía Blanca, Margarita tocaba el piano y Enriqueta el violín, en las multidinarias fiestas en las que se congregaba la sociedad gaditana de la época. A aquellas veladas asistían artistas como José Cubiles y cantaores como Pericón de Cádiz o la Paquera de Jerez.
Durante esos años Enriqueta disfrutó de sus sobrinos que la recuerdan como un ser “mágico” que conectaba con su alma de niños. “Era muy cariñosa y honesta. Tenía una energía especial”, comenta su sobrino nieto Pedro Galván Lamet, pintor y residente en Cádiz. “La persona mas talentosa de la familia”, dice su sobrino nieto Enrique Galván Lamet.
Enriqueta nunca tuvo hijos, pero sí un ahijado que, además de heredar su nombre, heredó su vocación por la docencia. Enrique tiene dos hijas, Marta y Mireia. Una toca el piano y la otra, la guitarra. Quizás sean ellas las portadoras del legado de la violinista gaditana. Y, quien sabe, quizás le corresponda a ellas resolver algún día el misterio de su Stradivarius.
Aunque Enriqueta murió en Madrid en 1974, su alma quedó en Cádiz. Todavía hoy, en los días de levante, se puede oír su violín. Es la voz de Enriqueta, la voz del jardín ambulante.
Agradecimiento a Ana Lamet Moreno y Rocío Galván Lamet por la colaboración del texto y fotografías.
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