El “bulto” de Emilio Castelar
Historias de Cádiz
La escultura realizada por el escultor Eduardo Barrón y situada en la plaza de Candelaria, presentaba al político con una abultada entrepierna
Protestas de un grupo de señoras
La historia de Cádiz contada con sencillez y profundidad
El 5 de octubre de 1905 fue inaugurada la estatua de Emilio Castelar en el centro de la plaza de Candelaria, en una de cuyas casas había nacido el ilustre político gaditano. La estatua es obra del famoso escultor Eduardo Barrón, artista muy reconocido y que en aquellos años había recibido numerosos premios.
La idea del monumento a Castelar había surgido a raíz de su fallecimiento. El Gobierno de España promovió un homenaje nacional, pero Cádiz quiso apartarse de la idea para llevar a cabo uno propio. A tal fin se abrió una suscripción popular que encabezó el Ayuntamiento de nuestra ciudad con diez mil pesetas y en la que tomaron parte varios pueblos de nuestra provincia y varias entidades particulares.
Para la inauguración de la estatua llegó hasta Cádiz otro insigne gaditano, Segismundo Moret. La ceremonia estuvo rodeada de la natural solemnidad. Moret, vestido de riguroso frac y luciendo la banda de la Orden de Carlos III llegó al Ayuntamiento para presidir una procesión cívica hasta la plaza de Candelaria. Cientos de gaditanos acudieron a San Juan de Dios para vitorear a Moret, un gaditano que desde la presidencia del Gobierno había favorecido especialmente a nuestra ciudad.
Moret, el alcalde Juan Arámburu, y numerosas autoridades marcharon andando desde el Ayuntamiento hasta Candelaria. El público saludaba desde las aceras y Moret respondía agitando protocolariamente la chistera. En la plaza aguardaban más de cinco mil gaditanos y hubo algunos sustos y empujones que no tuvieron trascendencia alguna.
Por fin, el alcalde y Moret procedieron a quitar la bandera que cubría la estatua y tras la correspondiente salva de aplausos, Juan Arámburu pronunció unas palabras señalando que Castelar, presidente de la Primera República española, había sido el gaditano que mayor rango político había ostentado.
Lo cierto es que todos los presentes elogiaron la obra de Barrón. Emilio Castelar aparece en actitud oratoria, como era natural para el considerado mejor orador de la historia española, y con sus característicos y enormes bigotes.
Pero, al poco tiempo, algunos descubrieron algo extraño para una estatua. En efecto, desde algunos ángulos, bajo los pliegues del pantalón y sobre el muslo izquierdo de don Emilio aparecía claramente su miembro viril y, además, con considerables dimensiones. Sin duda se trataba de un efecto óptico, pero lo cierto era que el “bulto” de don Emilio Castelar fue objeto de comentarios jocosos durante muchos años. Y también objeto de bromas, pues a muchos forasteros, y forasteras, se les llevaba a la plaza de Candelaria y se les situaba convenientemente para que pudieran observar la pierna del ilustre político y escuchar los correspondientes comentarios.
Lo verdaderamente curioso es que para asesorar al escultor Barrón fue designada una comisión de gaditanos formada por el alcalde, presidente de la Diputación y gobernador civil, Cayetano del Toro; el catedrático Alfonso Moreno Espinosa; Rafael de la Viesca, el director de Diario de Cádiz y los concejales del Ayuntamiento. Ninguno de ellos, en las numerosas visitas realizadas al estudio del escultor, pudo ver el mencionado “bulto”. Todos fueron unánimes, por el contrario, en señalar que el trabajo de Barrón era impecable y que la estatua estaba perfectamente realizada.
En 1932 con motivo del centenario del nacimiento de Castelar volvió a la palestra la famosa pierna de Castelar. En septiembre de dicho año con motivo del centenario del nacimiento del político llegaron a Cádiz representantes de las repúblicas de Hispanoamérica. Hubo colocación de lápidas en la base de la estatua y en el acto no faltaron las clásicas alusiones jocosas al sospechoso “bulto” que presentaba el ilustre tribuno en su pierna izquierda.
Finalizada la Guerra Civil una ola de estricta moralidad invadió toda España. Y, aunque hoy nos pueda parecer increíble, un grupo de señoras y señoritas acudió al Ayuntamiento para hacer ver al alcalde que la voluminosa entrepierna de Castelar suponía un grave ataque a la moral y a las buenas costumbres. Alegaban que las bromas que se producían en torno a la estatua ofendían las buenas costumbres que debían regir en una ciudad culta como Cádiz.
El alcalde, en principio, no hizo caso a la insólita petición, pero el grupo de señoras defensoras de la moralidad volvió a insistir en el tema. Entre estas beatas había algunas de cierta “influencia” y el alcalde se vio obligado a tomar definitivamente cartas en el asunto. Por teléfono se puso en contacto con los talleres de fundición de Ricardo Láinez Rodríguez, entonces situados en la plaza de España, para que sin excusa o dilación alguna procedieran a “rebajar” el bulto de don Emilio Castelar.
Ricardo Láinez, nieto del fundador de los talleres, relataba que su abuelo ordenó al encargado, Francisco Vázquez, que llevara a cabo la insólita tarea sin dañar ni deteriorar la estatua. Por la noche, para evitar la mirada de los curiosos, Francisco Vázquez y varios operarios acudieron a la plaza de Castelar con unas escaleras y el material adecuado y procedieron a limar el bronce haciendo desaparecer el famoso “bulto”.
Además de con nocturnidad y rapidez, la operación se llevó a cabo sin dejar rastro alguno. Ni siquiera hubo factura y los talleres Láinez lo consideraron un favor personal al alcalde. Todos temían los comentarios siempre ingeniosos de los gaditanos si llegaban a conocer la operación de rebajar la entrepierna de Emilio Castelar.
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