Crisis del coronavirus

Cádiz, a las puertas del fin de semana

  • Los gaditanos saben ya cuánto mide un metro y medio a simple vista y mantienen las distancias tanto en las colas de los supermercados como en la propia vía pública

  • Las autoridades temen la reacción de la juventud durante un viernes, sábado y domingo en el que será más difícil el encierro domiciliario

Dos mujeres hablan en plena calle guardando las distancias.

Dos mujeres hablan en plena calle guardando las distancias. / Julio González (Cádiz)

Los encargados de velar por la seguridad de los ciudadanos saben prever lo que está por llegar. No tienen esa bola de cristal que todos desearíamos tener pero huelen el ambiente. Son también padres o madres y, muchos jóvenes. Saben que el fin de semana, como Dios manda, siempre ha sido sinónimo de juerga y calle pero el coronavirus es ahora el que impone su ley marcial y acecha por nuestras calles y parques en busca de una víctima fácil.

Pero Cádiz se lo está poniendo difícil. Los gaditanos saben ya para qué se usa una mascarilla, cómo lavarse las manos, qué es un hidrogel y cuándo hay que usarlo y saben a ojo de buen cubero cuánto es ese metro y medio que debe distanciarnos si queremos vencer a ese "puto coronavirus".

La primera parte de esta crónica callejera debería haber empezado a las 10 de la mañana a las puertas de la iglesia de San José, pero el periodista que les "habla" hizo una primera parada en la farmacia Aguilar, ubicada en la calle Acacias. Allí, Lola Palomino nos dio los primeros consejos del día y nos recomendó una serie de productos y su forma de utilizarlos para intentar luchar con las herramientas adecuadas contra el "bichito".

"De usar guantes en casa nada, eso es desperdiciar material, y mucho menos las mascarillas". De todas maneras, Lola Palomino insiste en que han dejado ya de tener mascarillas y que tan sólo cuentan con las de su uso del personal. "Ponga en el Diario, por favor, que no tiene sentido que Madrid haya confiscado todas las mascarillas y nos hayan dejado sin material tanto para nosotros como para nuestros clientes". 

Al llegar a San José, uno de los pocos establecimientos abiertos al público es la oficina de Correos, en la que nos atienden a la perfección los dos empleados sentados tras el mostrador hasta que llegó el que parecía ser el responsable de la oficina prohibiendo el desarrollo de nuestra labor informativa. El fotógrafo tuvo que salirse a la calle para hacer, desde allí, la foto a la oficina y el periodista tuvo que quedarse tan sólo con las declaraciones de los dos empleados que sí querían contarle a Cádiz su día a día, hasta que llego el jefe.

"Aquí tan sólo recogemos las cartas hasta los dos kilos de peso y la paquetería que llega sólo en el paquete azul que es el que permite el servicio postal universal". A pesar de ello, es muy poco el público que se acerca estos días a Correos. Allí están de cara al público, siempre guardando las distancias, entre las nueve y las doce y media de la mañana.

En cuanto a la efectividad del servicio, estos empleados de Correos afirman que desconocen el tiempo que tardan los paquetes en llegar. "Hay algunos centros logísticos que están cerrados, de manera que eso sí que no se lo podemos decir".

Ya más para la Avenida, bajo los soportales, la Óptica Albarracín. Allí, su titular, Pablo Gómez Albarracín, habla del limbo en el que se encuentran establecimientos como el suyo en los que es realmente difícil llevar a cabo su habitual cometido. Y es lógico porque para probarle unas gafas es imposible, de momento, hacerlo a metro y medio de distancia. "Para nuestra actividad no es posible esa distancia de seguridad y no tenemos acceso a elementos de protección individual, sólo los que tenemos en casa y así es difícil de ejercer". Gómez Albarracín, que ya se encuentra sólo, sin empleados en tienda, no descarta cerrar una vez que ponga en orden varios asuntos pendientes de su establecimiento.

Uno de los protagonistas de la mañana ha sido Manuel Molina Guerrero, un señor de 90 años que paseaba a la altura del colegio Reyes Católicos. La primera intención es tacharlo de irresponsable pero él intenta justificarse y casi lo logra: "Tengo 90 años, vivo solo, soy diabético y tengo que andar todos los días un poco. ¿Qué hago, me quedo en casa y me muero? ¿O me expongo al bicho y le demuestro que yo soy más fuerte que él?". Allí estaba, con su bastón y con su mascarilla 3M esperando el paso de la mañana hasta que llegue la hora de que su hijo le deje en su casa la comida. Su sobrina Rita es la que se acerca una vez en semana a echar un vistacillo y darle un limpiadito a la casa de don Manuel. 

Manuel Molina, en su inevitable paseo matinal. Manuel Molina,  en su inevitable paseo matinal.

Manuel Molina, en su inevitable paseo matinal. / Julio González (Cádiz)

"¿Y por la tarde qué hace usted? En casita viéndo el Sálvame?", le pregunta este periodista. "De eso nada, por la tarde otro paseíto".

A muy pocos metros, un agente de la Policía Nacional se encontraba en una de las puertas de acceso al hospital Puerta del Mar. Había sido requerido junto a otros compañeros para mediar en una leve disputa que se había planteado durante una entrega de un material. Le preguntamos que qué haría él si se encontrara de cara con don Manuel. "Yo qué quiere que le diga. Le recordaría las recomendaciones sanitarias pero  también le entiendo".

Este agente, al que, por cuestiones obvias, ni le requerimos su identificación, contaba que se estaba encontrando con una ciudad muy responsable. "El gaditano está demostrando que es muy disciplinado cuando le da la gana y cuando realmente hay que serlo pero también conoce a la perfección lo que es intentar darnos coba o la picaresca que siempre nos ha caracterizado". Hay veces que ven, según cuenta este policía, a la misma persona tres veces con una bolsita vacía en las manos "y ya le preguntamos y siempre te suelta aquello de voy para el supermercado o voy a la farmacia".

En lo que sí se mostró preocupado este agente de la Policía Nacional es con el fin de semana que se avecina. "A ver quién contiene a la juventud en sus casas. Yo soy joven también y sé que hay muchos chavales separados de sus novias, porque cada uno vive en casa de sus padres, y este fin de semana, muchos de ellos intentarán hacerse una escapadita". "Lo sabemos y estaremos atentos porque debemos seguir dando ese ejemplo de responsabilidad ante esta situación que nos ha tocado vivir".

Otros dos personajes de categoría, Jesús y Jonathan (él mismo nos autoriza, con arte, a ponerlo con hache o sin hache). Son dos empleados de Sufi Cointer, del servicio de limpieza. "Somos barrenderos". Allí estaban sentaditos en la balustrada del Paseo Marítimo comiéndose el bocata de media mañana. "Aquí nos tienen sin mascarillas y casi sin protección", cuenta Jonathan. "Menos mal que en cuanto llego a casa la ropa va del tirón para la lavadora y listo", cuenta Jesús, que afirma que donde sí están totalmente en peligro es a la hora de cruzarse los dos turnos que tienen establecidos. "Allí, en el cuartelillo nos vemos 27 tíos en muy pocos metros cuadrados".

Sobre la arena, una arena en la que sólo se ven marcadas las pisadas de este periodista, el chiringuito Beach Club Potito. Allí están con las puertas cerradas a cal y canto pero, en su interior, un grupo de personal de mantenimiento del Grupo Potito aprovecha el cierre forzoso por el corona para hacer una limpieza general. Allí estaban quitándole el óxido a las mesas, limpiando las neveras y adecentando el lugar para que, en cuanto pase la crisis, poder abrir al público con más ganas que nunca. Allí, con la tele encendida para no perderse puntada informativa mientras que trabajan opinan que "el Gobierno se debería haber anticipado un poco más". Y lo peor es que tras la cristalera del Potito "vemos aún a demasiada gente paseando y así no podremos ganarle la batalla al virus".

Imagen de esta mañana de la terraza exterior del Beach Club Potito Imagen de esta mañana de la terraza exterior del  Beach Club Potito

Imagen de esta mañana de la terraza exterior del Beach Club Potito / Julio González (Cádiz)

A la sombra de la residencia de Tiempo Libre, ya en obras desde hace días, un autobús de la línea 7 aguardaba a salir para hacer su ruta Ingeniero La Cierva-Simón Bolívar. Su conductor,  Miguel Pérez, contaba apenado que la ocupación de pasajeros ronda ahora mismo el 60%, "pero hago diariamente viajes de ida y vuelta totalmente sólo, sobre todo a ciertas horas del día, algo que no ocurre, sobre todo cuando coincide la hora de entrada o salida de los centros de trabajo".

Ya en la Avenida, en la zona de residencia, una furgoneta de Muving, de la empresa de motos de alquiler, aparcaba cerca de la parada del bus. El conductor contaba que han tenido que retirar la mitad de la flota de la calle y "ahora intentamos siempre tener las motos agrupadas en ciertos puntos de la ciudad para hacer más fácil su limpieza y mantenimiento". En ese aspecto, esta empresa afirma que se ha tomado muy en serio la continua desinfección de los vehículos así como de sus accesorios, aunque no deja de ser cierto que el uso es muy puntual. Y es lógico. Precisamente hoy sábado, los usuarios de las motos de Muving han recibido un mail notificando la suspensión temporal del servicio. Cae otra víctima del "punto coronavirus", como decía un sin techo estonio afincado en los baños del Balneario de La Palma.

Ya parece que la ciudad se ha acostumbrado a esta situación que aún no tiene cuenta atrás. Aún sigue sumando que no restando días a este confinamiento en el que los gestos de responsabilidad dictarán cuando será, por fin, el final de esta triste historia de la que todos sacaremos algo en positivo, aunque sea saber medir las distancias.

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