Caballero Bonald y Fernando Quiñones juntos y en su calle
Dos placas recuerdan que ambos escritores fueron vecinos en el mismo edificio de la calle María Auxiliadora, 5 de Madrid
El acto madrileño, en el que estuvo Luis García Montero, fue el más andaluz posible
La eterna amistad entre Quiñones y Bonald
José Manuel Caballero Bonald, caballero de Andalucía y de Sanlúcar, y Fernando Quiñones, chiclanero de la vida y gaditano, estuvieron juntos años de su vida, separados tan solo por unos cuantos pisos del número cinco de la calle María Auxiliadora de Madrid. Caballero nació en 1930 y murió aquí, en este sitio, en 2021, y su vecino, el amigo Quiñones, vino al mundo que tanto quiso en 1930. Se le llora desde 1998.
Los dos están cerca de nuevo, en la calle que los juntó, donde ayer a mediodía les rindió homenaje Madrid dedicándoles a ambos, juntos, el frontispicio del lugar donde vivirán cerca la eternidad que ya los reúne, y donde Pepa Ramis, la viuda de Pepe, y Mauro Quiñones, uno de los dos hijos de Fernando, no sólo guardan la memoria de ambos sino también las crónicas de la vida y de la alegría que dejaron.
El acto madrileño fue el más andaluz posible, y el más alegre. Estaba, por ejemplo, el poeta Luis García Montero, que ahora dirige el Instituto Cervantes, pero que ayer estaba como lo que es en el alma, uno de los muchos poetas que tanto quisieron a estos personajes que ahora contemplan la calle María Auxiliadora desde el regalo que les hace Madrid.
García Montero vino aquí, a esta casa tan vivida (y cerca vivió Paco Brines también, por cierto), para rendir homenaje a los que hicieron que su generación recordara para siempre a la generación del 50, donde estaba también otro inolvidable, Ángel González…
Al lado de García Montero estaba, celebrando el día y el futuro de la memoria de sus amigos, el también poeta gaditano José María Velázquez-Gaztelu, que empezó siendo como un hijo de Pepe (y de Pepa, cuyos hijos son numerosos, por cierto) y terminó siendo de los más queridos de sus amigos, hasta ahora mismo. Para Gaztelu jamás se ha olvidado a esta gente que ahora está registrada en la pared: “Aquí parece como que de pronto van a aparecer y vamos a brindar de nuevo con vino de Jerez”.
En el momento de los discursos hubo anécdotas extraordinarias, porque ni Pepe ni Quiñones fueron jamás solemnes o aburridos. Pepe rompía todos los años nuevos, a las cuatro menos diez de la madrugada, las viandas de la Nochevieja. Juntaba en su casa a tanta gente que siempre había alguien nuevo que sentía como inesperado el sonido de aquella travesura. La primera vez que Gaztelu fue testigo de ese estruendo sintió que era como si viniera el fin del mundo. Y no: Pepe le dijo: “Esta es la manera de darle la bienvenida al año que viene”.
El hijo de Quiñones leyó un hermoso, y tremendo, poema de su padre, extraído de una historia que le asaltó en la antigua Yugoslavia. Reconocer de nuevo, en las proximidades de la casa donde vivió con los suyos, y con sus amigos, el latido de esa voz que fue la suya y que ahora recogía su hijo, fue como recordar ese aliento chiclanero que también fue, y de qué manera, el latido universal de Andalucía.
Julia, la hija de Pepa y de Pepe, y que ahora preside la Fundación Caballero Bonald en Jerez, leyó otro poema de su padre, del libro Desaprendizajes… Como si lo leyera Pepe, sonaba en esta vecindad como un modo de romper el aire tranquilo de las noches cuando se acaba el año…
Julia, profesora que enseña a muchachos en Andalucía, contó que Quiñones, casado con Nadia, los llevaba al colegio a ella y a sus hermanos, y a sus propios hijos… A veces el poeta, aquel gran narrador, les cantaba en aquel coche abarrotado: “¡Hoy no vamos al coliejo, hoy no vamos al coliejo!”. Claro que iban, pero por otro camino. Entonces la risa y la alegría vivían en esta calle que ahora tiene dos nombres propios que nunca conocerán el olvido.
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