Crónicas del Trienio en Cádiz

La arriesgada apuesta de San Fernando por la Revolución de 1820

  • El pronunciamiento de Riego en Las Cabezas de San Juan no encontró el respaldo inmediato en la capital gaditana, que resistió militarmente desde la defensa de la Cortadura

  • La prensa gaditana en el Trienio Liberal

Retrato de Rafael del Riego.

Retrato de Rafael del Riego.

Cuando el comandante del batallón de Asturias, Rafael del Riego, proclamó la Constitución de 1812 en Las Cabezas de San Juan el 1 de enero de 1820, prácticamente cogió por sorpresa con esta acción a la mayoría de conjurados, que ya habían fracasado en la fallida intentona de julio de 1819 en El Palmar de El Puerto de Santa María. Solamente un cúmulo de circunstancias, no previstas y fuera de todo cálculo, propiciaron su triunfo en unos momentos en que la causa rebelde había quedado solamente en manos de algunos jefes de batallón, habida cuenta de que ningún general quiso participar en una nueva conjura. Fueron, pues, momentos de gran incertidumbre, donde buena parte de los militares no sabían a qué carta quedarse, ante el temor de ser delatados y perder sus rangos o, incluso, la propia vida.

A partir de entonces todo quedaba en el arrojo de Riego y en las improvisaciones más o menos chuscas, como el atrevido intento de un joven Mendizábal por disfrazarse de general y arengar a las tropas. Tras leer aquél una proclama previamente redactada por Alcalá Galiano, pasó a nombrar las nuevas autoridades que se suponían adictas al liberalismo. Como quiera que el conde de Calderón, nuevo general en jefe de las tropas expedicionarias en sustitución del general O’Donnell, había establecido su cuartel general en Arcos de la Frontera, allí se dirigió Riego y lo apresó junto con su plana mayor en medio del estupor más humillante.

Algo parecido ocurrió en Villamartín, ciudad en la que había estado días antes el general Pedro Girón, que no quiso sumarse a Riego, dándose cuenta, por los movimientos que presenció, de que la conspiración todavía seguía en pie. Después se sumó Bornos, donde los gestos generosos y románticos volvieron a darse, al ofrecerse dejar marchar libremente a cuantos no estuvieran de acuerdo con las ideas constitucionales. Pero, fue la iniciativa del coronel Antonio Quiroga de sumarse también al pronunciamiento lo que de verdad dio un nuevo y decisivo impulso a los sublevados.

La gran incógnita era saber cómo iba a responder la ciudad de Cádiz, a la que en principio se la presuponía adicta a la causa en aquellos momentos tan críticos, donde primaban el recelo y la incertidumbre. Sin embargo, para sorpresa de todos, los acontecimientos tomaron un giro distinto al pensado y Cádiz acabaría siendo una de las últimas ciudades de España en sumarse al pronunciamiento constitucional de 1820.

La toma de San Fernando

Por de pronto, el paso inmediato, casi decisivo, fue la ciudad de San Fernando, en la que entró Riego el 6 de enero de 1820 y que, por cierto, fue tomada de la forma más fácil y pintoresca que pueda imaginarse, pues su guarnición, al ver llegar a los sublevados, creyó que éstos formaban parte de las nuevas tropas de apoyo que se esperaban, claro ejemplo del confusionismo imperante. Como si esto no fuera suficiente, se hallaba en la ciudad el ministro de Marina, almirante Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien, al ser detenido, incluso llegó a pensar que se le arrestaba por orden del Rey. Según ‘La Gaceta Patriótica’, que por entonces empezó a editarse en San Fernando, “la ciudad yacía en tal abandono, que fue entrada a la luz del sol sin resistencia o, digamos mejor, sin que nadie lo advirtiese”. Con todo, se insistió en lo sorpresivo del hecho ante un asalto tan incruento como efectivo, quedando “los sanfernandinos sumidos en el asombro y pasividad”.

La toma de San Fernando supuso una gran inyección de moral y, a la larga, resultó decisiva para el triunfo de la causa constitucional, pues, a partir de aquí, como escribiría Quintana, “los sublevados tenían vencida la dificultad y la historia era suya”.

La gran esperanza última era ya Cádiz, pero esta plaza, vital por todos los conceptos, desde el estratégico al simbólico, tardaría algún tiempo en ser ganada. Con todo, aquellos oficiales rebeldes, jóvenes e impetuosos, que pronto ascendieron varios grados en el escalafón por decisión propia, confiados en un destino trascendente no dudaron en seguir adelante con todas sus consecuencias.

El 11 de enero, reunidos los principales jefes en junta general, acordaron el asalto a la Carraca, cuya guarnición seguía fiel al Rey. Aunque el arsenal, a un lado de la Isla, no contaba con grandes defensas, suponía para ellos un molesto punto de inseguridad que urgía controlar, máxime si, como temían, estaban próximos a llegar refuerzos. Decidido el ataque, en la noche del 12 al 13 salieron desde el puente Suazo varios lanchones al mando del teniente de navío Francisco Guiral. Previamente habían sido arengados por Quiroga, tras la distribución de la debida ración de aguardiente. Les exhortó por el éxito de la operación, del que dependía la seguridad de San Fernando, la franquicia del camino hacia Puerto Real y, en definitiva, hasta la propia revolución. Cuando se acercaron, sus vecinos acudieron en su ayuda y ante la poca resistencia se apoderaron del arsenal, donde las tropas de un lado y del otro se aunaron bajo el grito de ¡Viva España!. Así pues, los sublevados cada vez iban ganando más adeptos y pronto aquellas tropas se denominaron ‘El Ejército Nacional’.

Con la Carraca en su poder, la siguiente ofensiva era la toma de la Cortadura, lo que exigía mayor pericia y más fuerzas ante una ciudad que, al parecer, seguía fiel a Fernando VII.

Cádiz resiste

Con todo, no cabe duda que, a pesar de estos momentáneos triunfos, el pronunciamiento había sufrido un duro revés, más moral que efectivo, ante la negativa de Cádiz por sumarse a él. Su ocupación era clave para el éxito de la empresa, pues, según publicaba la ‘Gaceta Patriótica’ del día 28 de enero, “en Cádiz debía consolidarse la insurrección, nombrando un gobierno provisional y reuniendo el soldado con el paisano”.

Era gobernador de Cádiz el brigadier Alonso Rodríguez Valdés, teniendo como ayudante al general Álvarez Campana, quienes, tan pronto como tuvieron conocimiento de lo ocurrido, se dispusieron a defender la ciudad al temer el avance de los sublevados, a los que Valdés tachó de inobedientes y perjuros. En consecuencia, prohibió las concurrencias en sitios públicos, como primera medida de una serie de órdenes que inmediatamente cursó, pasando a la situación de disponibles todos los militares de la plaza, incluso los retirados. Tampoco el obispo Francisco Javier Cienfuegos, que por entonces aspiraba al arzobispado de Sevilla (lo conseguiría en 1824) ahorró epítetos denigrantes contra ellos, a los que calificó de “perros rabiosos”, ordenando que en las iglesias gaditanas se recitara la oración “Contra persecutores et malignantes”.

Era vital la defensa de la Cortadura a fin de evitar la caída de la ciudad en manos del ejército de Quiroga que, por cierto, consideraba que con solo dos compañías era suficiente para conseguir su objetivo. El encargo de rechazarlas lo recibió un joven oficial, Luis Fernández de Córdova, quien, con apenas cuarenta hombres y dos viejos cañones, que ni siquiera tenían mecha, logró poner en fuga a las fuerzas procedentes de San Fernando. En medio de la oscuridad de la noche, no pudieron calibrar debidamente el verdadero alcance de la resistencia gaditana, que, por supuesto, creyeron mayor de lo que realmente era.

El éxito conseguido por Fernández de Córdova, como es de suponer, fue muy superior a lo que se pensó en un principio, dada sus escasas posibilidades y al sacar de su situación un partido superior a lo posible, por lo que aumentó la incógnita de cuál sería el auténtico alcance de la resistencia gaditana.

Un desenlace precipitado

Resulta bastante elocuente el testimonio personal del propio Fernández de Córdova, quien, después de su afortunada defensa de la Cortadura, nos trasluce el estado de ánimo de los oficiales que habían quedado en Cádiz como tropa de guarnición. Se queja de que se les impusiera el engorroso cometido de vigilar y arrestar a todas aquellas personas sospechosas de liberalismo, denunciando el atropello de que fueron objeto las casas, así como el encarcelamiento de paisanos, que él fue siempre “el primero en reprobar”.

A partir de este intento fallido de tomar Cádiz, se produjo una situación embarazosa, casi de punto muerto, donde no hubo acciones importantes, dándose paso a una curiosa sucesión de comunicados y manifiestos dentro del más clásico estilo de lo que pudiera ser una guerra psicológica por parte de ambos bandos. El 27 de enero, a fin de desatascar la situación, se puso en marcha desde San Fernando la llamada ‘Columna de Riego’, quien, al frente de mil quinientos hombres durante mes y medio, recorrió Andalucía y parte de Extremadura. Supuso un sonoro fracaso, entre la hostilidad y la indiferencia, acabando su recorrido el 7 de marzo en la localidad de Bienvenida (Badajoz), justamente cuando, sin él saberlo, el Rey ante las fuertes presiones de otros puntos del país, sobre todo de Madrid, juraba la Constitución de 1812.

Así acabó una aventura extraña, de azarosa vivencia, que en esta zona tuvo a San Fernando como principal centro de decisiones en vez de Cádiz. Lo cierto es que, a medio camino entre la indecisión y la fuerte represión de sus autoridades, la ciudad se mantuvo renuente, durante esos poco más de dos meses, a aceptar el cambio hacia un nuevo régimen, esta vez constitucional.

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