Cádiz

60 años del “contubernio” de Munich

  • El congreso del Movimiento Europeo celebrado en 1962, con españoles de todas las sensibilidades políticas marcó un punto de inflexión en la oposición al Franquismo

Recorte de ‘Diario de Cádiz’

Recorte de ‘Diario de Cádiz’

ENTRE el 5 y 8 de junio de 1962 se celebró en Munich el IV Congreso del Movimiento Europeo que, fundado en 1948 bajo distintas ideologías, tendía a una mayor afinidad económica y política, siendo sus más inmediatos logros la creación del Consejo de Europa y luego el naciente Mercado Común.

En esos días acudieron allí representantes españoles cuyas sensibilidades políticas iban desde liberales a socialistas, pasando por democristianos y nacionalistas vascos y catalanes. Unos desde el exilio, como Rodolfo Llopis (PSOE) o Manuel de Irujo (PNV), confluyeron con otros venidos del interior, como José María Gil Robles, Dionisio Ridruejo, Joaquín Satrústegui o Fernando Álvarez de Miranda. Todos ellos bajo la indiscutible autoridad moral de Salvador de Madariaga, intelectual liberal, diplomático y ex ministro de la Segunda República. Por contra, a otro ex ministro republicano, el catedrático sevillano Manuel Giménez Fernández, que perteneció a la CEDA como democristiano, se le negó el pasaporte.

José María Gil Robles José María Gil Robles

José María Gil Robles

Los principales protagonistas de Munich respondían a dos momentos distintos de nuestra reciente Historia. De un lado aquellos que frisaban la sesentena y permanecían todavía en el recuerdo de la Guerra Civil; de otro, quienes recogerían su huella, una generación más joven, que aún no tenía nombre propio, pero que emergería con fuerza en la Transición. 

Desde Munich hasta las Cortes Constituyentes de 1977, elegidas democráticamente, nunca más volverían a reunirse los dos bandos de aquella guerra. Muerto Franco, los primeros eran ya muy mayores y los segundos empezaban a alcanzar la madurez.

En unos momentos en que España trataba de acercarse a las instituciones europeas, en este Congreso se puso de relieve por los asistentes españoles las graves carencias democráticas en relación con Europa, reclamándose una plena democratización de España con sus debidas garantías constitucionales. Aún así, no faltaron gestos tendentes a la reconciliación, más teóricos que reales, pues, según Satrústegui, Rodolfo Llopis le había garantizado que el PSOE “respaldaría lealmente la Monarquía, si ésta conseguía un pleno sistema democrático para España”. Incluso, clausurado ya el congreso, Madariaga afirmaría con cierta solemnidad presuntuosa que “hoy ha terminado la Guerra Civil”.

De todas formas Munich marcó un punto de inflexión en la oposición al franquismo, pues hasta ese momento se había ejercido desde fuera y, a partir de 1962, tomó la delantera la oposición interna, con especial énfasis en un intento de unidad que resultó más aparente que real.

Exclusión del Partido Comunista

Era el partido por definición en los ámbitos políticos, excluido en Munich por los recelos que suscitaba el marxismo leninismo en plena Guerra Fría y con el levantamiento del muro de Berlín el año anterior. Además, estaba todavía reciente el recuerdo de la violenta invasión de Hungría en 1956 por las tropas soviéticas ante las protestas civiles contra la dictadura estalinista. En España, las líneas maestras del Partido Comunista en aquellos años eran la consecución de la huelga general, seguida de su compromiso irrenunciable para con las directrices totalitarias que dictaba Rusia. Sobre dicha huelga, según el propio Secretario General, Santiago Carrillo, se trataba de “algo que debemos tratar de realizar en el plazo más breve posible”. Con todo, independientemente de su actividad clandestina en los ámbitos preferentemente laborales, contaría con la simpatía y, a veces, el activismo de destacadas personalidades culturales como Buero Vallejo, Vázquez Montalbán, Luís Goytisolo, Paco Rabal...

José María Pemán José María Pemán

José María Pemán

El PCE, pues, mostró desde el principio su escepticismo y, luego, abiertamente sus discrepancias con lo acaecido en Munich. Siguiendo a Carrillo, “los comunistas difícilmente podemos estar en una reunión auspiciada por el llamado Movimiento Europeo”, aunque, a renglón seguido, paradójicamente mostrara su tácito acuerdo con “los procedimientos democráticos”. Como telón de fondo, se argumentaba que todo obedecía a una maniobra más del capitalismo europeo, siempre auspiciado por los Estados Unidos.

Un dilema para la Monarquía

El Consejo Privado de Don Juan, presidido entonces por José Maria Pemán, emitió un comunicado precipitado y no exento de cierta torpeza, como reconocerían luego algunos monárquicos. Se especificaba que el Conde de Barcelona nada había tenido que ver con aquella reunión de Múnich, de la que solo tuvo conocimiento poco después por la radio cuando navegaba. Se hizo especial hincapié en que nadie había llevado a Munich ninguna representación de su persona ni de sus ideas, concluyendo tajantemente que “si alguno de los asistentes formaba parte de su Consejo, ha quedado con este acto fuera de él”.

Estas declaraciones pusieron José Maria Gil Robles, único miembro de su Consejo presente en Munich, en una situación muy violenta, provocando que dos semanas después dimitiera de su pertenencia al Consejo Privado. Paradójicamente, aunque era muy difícil la disociación, Gil Robles no acudió al Congreso como monárquico en sentido estricto, sino como representante del sector democristiano. De todas formas, el cuestionamiento de la Monarquía resultaba evidente, sobre todo en muchas esferas del franquismo contrarias a su reconocimiento. Para colmo, el periódico France–Soir mezcló, siempre con medias verdades, a la figura de Don Juan en aquella operación política, sin que éste apenas pudiera defenderse de aquellas imputaciones. A partir de aquí las suspicacias en su propio entorno hicieron que se tardara casi un año en convocar de nuevo su Consejo. Fue en mayo de 1963, cuando Don Juan decidió escribirle a Pemán en estos términos, “si crees que la reunión puede disipar los malos humores, puedes convocarla”.

Cuatro años después, un controvertido artículo de Luís María Ansón, La Monarquía de todos, publicado en ABC, levantaría una gran polvareda en los cimientos del Régimen, que a punto estuvo de cerrar el periódico. Se apostaba por un proyecto institucional capaz de unir el país en torno a un sistema democrático con la Monarquía como eje inspirador y arbitral. A pesar de todo tipo de cortapisas, el recambio al franquismo se ponía lenta y sigilosamente en marcha.

Santiago Carrillo Santiago Carrillo

Santiago Carrillo

La reacción de Franco

Franco acusó mal todo aquello, en unos momentos en que se estaban dando los primeros pasos para nuestra integración europea formalmente solicitada por España el 9 de febrero ante el Consejo de Europa. En realidad se trataba de “una apertura de negociaciones” en una línea parecida a la que por aquellos días habían realizado también otros países como Irlanda, Dinamarca o Reino Unido. La particularidad consistía, pues, en que España no cumplía con los exigidos criterios homologables desde el punto de vista democrático. Todo ello no fue óbice para que la idea de traición prevaleciera como argumento preferente. Muy significativamente Camilo Alonso Vega, ministro de la Gobernación, se apresuró a manifestar que en Munich “hubo algo más que mera coincidencia con los dirigentes exiliados, siendo su propósito dificultar la petición de nuestro Gobierno para el acceso al Mercado Común”.

Ni que decir tiene que la prensa española dedicó un tratamiento hostil a lo sucedido, buena prueba de ello es que se acuñó el término ‘contubernio’, al que todavía hoy hacemos referencia. Incluso, no se omitieron realmente injuriosos como los sufridos por Gil Robles, acusado de traidor a la Patria. Tampoco faltaron enfrentamientos entre los periódicos del Movimiento y los simpatizantes con la causa monárquica. Diario de Cádiz, siguiendo las obligadas directrices gubernamentales, calificó estos hechos como “un ataque contra la paz del pueblo español”, calificando a sus participantes como “políticos que no representan a nadie y que no fueron capaces en épocas pasadas de encontrar soluciones para España”.

Sin embargo, esta actitud numantina del régimen franquista contrastó, en cierta medida, con la postura del propio Franco, quien hábilmente y mucho más pragmático que su propio entorno, hizo una manifestación de sentimientos europeístas que, desde luego, no se tradujeron en respuestas políticas concretas tal y como se le pedía desde fuera. A pesar de que la imagen del régimen quedó claramente deteriorada en Europa, hasta se trató de minimizar la cuestión, reduciéndola poco menos que a un asunto interno. Con todo, destituyó al ministro de Información, Gabriel Arias Salgado, nombrando como sustituto a Manuel Fraga Iribarne, considerado más aperturista, si bien se suspendió por de dos años el derecho a la libre residencia.

Las represalias contra los participantes en aquel Congreso tampoco se hicieron esperar y, entre otras, podemos citar los casos de Alvarez de Miranda, Satrústegui e Iñigo Cavero, que quedaron confinados en diversas islas del archipiélago canario. Por su parte, Gil Robles, José Federico de Carvajal y Ridruejo optaron por el exilio.

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