Alberto Campo Baeza: "Tuve la suerte de vivir intensamente las azoteas de Cádiz"

El Premio Nacional de Arquitectura estrena el ciclo ‘Arquitectura, paisaje y territorio’ en la terraza de Unicaja

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Alberto Campo Baeza en una foto de archivo en Cádiz
Alberto Campo Baeza en una foto de archivo en Cádiz / Jesús Marín

Alberto Campo Baeza, Premio Nacional de Arquitectura, regresa a su querida tierra para inaugurar este miércoles, a las 20.30 horas, el ciclo ‘Arquitectura, paisaje y territorio’ que organiza la Fundación Unicaja con la colaboración del Colegio Oficial de Arquitectos de Cádiz en su recién estrenada terraza con una charla sobre su obra.

Pregunta.–¿Vuelve a Cádiz después de recoger hace cinco años el Premio Nacional de Arquitectura del Ministerio de Vivienda. ¿Qué significa para usted esta ciudad que, aunque no le vio nacer, siempre siente tan suya?

Respuesta.–Me arrepiento de no volver más a Cádiz y sigo buscando regresar. Llegué a comprar una de las bonitas casas de las Cuatro Torres con la intención de irme a vivir allí. Pero me fue bien en Madrid y en un momento dado tuve que venderla, al igual que la casa de mis padres en la calle México. Así que vuelvo periódicamente, siempre está en mi cabeza, pues en Cádiz he sido felicísísimo de niño con toda mi familia, la quiero con toda mi alma y su gente es la mejor del mundo. Me siento gaditano, pese a ser vallisoletano. Así que si me hicieran hijo adoptivo como me han insinuado, ya tendría el gran honor de ser gaditano, y también romano, como dijo Julio César cuando nombró romano a todos ciudadanos de Cádiz, y sería un honor inmerecido. Es más, cuando muera, quiero que me entierren en Cádiz, en la cripta de la iglesia de San Francisco, junto a mi padre.

P.–El título de su conferencia ‘Desde la azotea’ es toda una declaración de intenciones…

R.–Voy a hablar de mis últimas obras, de la belleza y de mi vínculo con las azoteas de Cádiz. De niño vivíamos en el Campo de las Balas, en un pabellón maravilloso para los militares, pues mi padre era médico militar. Vivíamos cerca de la familia del exalcalde de Cádiz Carlos Díaz, de la de Evaristo Maira, etc., y fue una pena que lo echaran abajo y construyeran esos pisos tan altos. Desde aquellas casas tenías en primer plano la Caleta y sus castillos, era un regalo, y sus azoteas eran preciosas. Recuerdo cuando subía a ayudar a mi madre a tender, sus maravillosas vistas. De ahí, destinaron a mi padre como cirujano del Hospital Militar a la plaza del Falla, a un pabellón que tenía un balcón sobre la iglesia, e igualmente tenían unas azoteas enormes y preciosas, donde ya hacía casas con telas para mis hermanas, previendo que iba a ser arquitecto. Las azoteas de Cádiz son muy vivibles y yo tuve la suerte de vivirlas intensamente.

P.–¿Cuáles son estos proyectos y obras que nos va a contar?

R.–Hablaré de un retablo en Madrid, en la iglesia de La Milagrosa, en la calle de García de Paredes; del Museo de Nueva York y de la Caja de Mojácar, que ha sido un proyecto muy premiado.

P.–A lo largo de su carrera ha atendido en sus proyectos a las necesidades propias de las personas: habitar, estudiar, trabajar... ¿Qué han tenido en común sus respuestas arquitectónicas?

R.–He utilizado siempre la razón, de la que siempre hablo a mis alumnos, como primer instrumento del arquitecto, que debe ser precisamente la cabeza y la lógica. De alguna manera, un proyecto puede ser similar al diagnóstico de un médico. Un arquitecto no es un artista caprichoso, que hace una cosa rara y exótica como pueda hacerla un pintor o un músico, porque los arquitectos no están para que le digan qué artistas son. Están para resolver la función, la construcción y alcanzar la belleza. Y esto es lo que pretendo en todas mis obras y es lo que he transmitido en mis 50 años de profesión y como catedrático en la Escuela.

P.–Enseñar y escribir, docencia y pensamiento, siempre le han acompañado en su ejercicio de la profesión. ¿Qué importancia concede a esta interacción que definen su perfil?

R.–No soy ni un teórico que solo enseña, ni un práctico que solo construye. Al enseñar he aprendido más de lo que he enseñado, eso sí. Y todo lo que hago y he hecho converge en una situación ideal para mí. Un arquitecto que estudia, escribe, enseña y trabaja da un resultado indiscutible.

P.–Si tuviera que quedarse con una sola obra de toda su producción arquitectónica ¿Cuál sería y por qué?

R.–Siendo Cádiz, la Casa del Infinito en Zahara y la Casa Gaspar, pues han tenido una difusión y reconocimiento enormes. La Casa Gaspar es un patio abierto al cielo, una casa blanquísima que solo es entendida en Cádiz. E igual ocurre con la del Infinito, que fue por culpa de una casa medio derruida que llegaba al borde de la duna, que la ley permitía sustituir por otra. Su singularidad es su hermosa azotea, que es una plataforma al mar que mira al infinito. Es como estar viviendo en la cubierta de un barco, y solo puede pensarse o vivirse así aquí.

P.-¿Y cómo ha influido la luz en su obra?

R.Esta influencia se extrapola al resto de mi obra, la luz no es un descubrimiento. Fíjese en el Panteón de Roma, que es una esfera de 43 metros de diámetro en todo lo alto, un círculo de 9 metros de diámetro por donde entra el sol. Pues con esta lección aprendida y la de toda la historia de la arquitectura, saco la conclusión de que la luz es un material con el que se trabaja. Igual que la música es aire, la arquitectura es luz.

P.–Mirando al futuro de la arquitectura, ¿Qué tendencias emergentes le emocionan o le generan preocupación? 

R.–Mi abuelo era arquitecto, la técnica de ahora me permite hacer cosas que antes no, pero ahora y en el futuro siempre tiene que hacerse con sentido común y lógica. Y añadiría una cosa particular mía, que es la sobriedad. Me dicen que soy minimalista, pero esto es como en la poesía, no es minimalismo cuando cada palabra surge en el momento preciso. Y este debe ser el futuro: la sobriedad y la lógica. Y es lo que me emociona, cuando voy a mis obras ya terminadas y pasa lo que esperaba que pasara.

P.-Después de recibir reconocimientos y premios tan importantes como la Medalla de Oro de la Arquitectura, el Premio Nacional o la Colegiación de Honor del Colegio de Arquitectos de Cádiz, ¿qué consejo le daría a los jóvenes arquitectos emergentes que quieren marcar con su trabajo el futuro de la profesión?

R.Trabajar, trabajar y trabajar y estudiar y estudiar y estudiar. Mi padre siempre lo decía. Trabajar mucho con sentido común, con serenidad, leyendo más libros de poesía que de arquitectura. Para ser un buen arquitecto tienes que ser culto.

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