Actuación en el Teatro Falla

Tino 'destapa' la comparsa soñada en 'Clandestino'

  • ‘Clandestino’ cierra su paso por el Falla con tres días de aforo completo y entregado a una propuesta donde el carnaval brilla por encima de la dramaturgia

Tino Tovar con el elenco de 'Clandestino' en la tercera representación en el Falla.

Tino Tovar con el elenco de 'Clandestino' en la tercera representación en el Falla. / Jesús Marín

Clandestino, además de un simpático juego de palabras entre la idea central de un proyecto musical-carnavalesco y el nombre de un autor, Tino Tovar, es, casi por encima de todo lo demás, la materialización, casi morbosa, de una comparsa soñada. Carli, Subiela, Ramoni, Dani Obregón, Toni Piojo, Jose Otero, Milián Oneto, Manolín Santander... Todo el coro de ángeles del Orfeón de las columnas de Hércules juntos al servicio de un conjunto de coplas de demostrada solvencia. Es decir, reconocidas y reconocibles por el respetable que durante tres días ha llenado (y casi tirado pabajo de) un Gran Teatro Falla que recuperaba su aforo y (¡más madera!, que dirían los hermanos Marx) envuelto en plena polémica del cambio de fechas de la fiesta. El escenario perfecto y el ambiente perfecto para la comparsa perfecta.

Y en esa línea, en ese universo carnavalero que cada vez es más amplio y donde cada vez caben más estilos, es donde Clandestino funciona sin fisuras. Grietas que, sin embargo, aparecen como abismos en una dramaturgia que se modela como una simple excusa para hilvanar las coplas y justificar un logrado título de espectáculo. Porque el contenido de Clandestino funcionaría tanto en este bujío donde se cantan coplas de tapaíllo (no queda muy claro si a principios del Golpe o ya en los primeros años de la Dictadura) como si hubieran optado por enmarcarlo en Los Pabellones a finales del siglo pasado.

Dani Obregón, Carli Brihuega y Ramoni, en 'Clandestino'. Dani Obregón, Carli Brihuega y Ramoni, en 'Clandestino'.

Dani Obregón, Carli Brihuega y Ramoni, en 'Clandestino'. / Jesús Marín

Al fin y al cabo, las protagonistas son las coplas de Tino Tovar –mostrándose todos los colores de su paleta estilística, desde su faceta más tierna a su pluma más afilada y combativa– y ese plantel de clandestinos (...Julio Aragón, Sergio , Chicho, José Helmo, Perico Campos, Sergio Gómez) a los que se suman el bajista Ale Benítez, el batería Isra Katumba y el pianista Sergio Monroy.

Músicos profesionales que son los artífices de que Clandestino suene a ese Carnaval fusión al que, en vistas de lo que ha ocurrido en el Falla estos días, ya se ha hecho el oído hasta del aficionado (público y componentes) más ortodoxo, siempre y cuando no se altere en demasía las melodías originales de la pieza carnavalera. Y así ocurre en esta obra, la base melódica de las creaciones de Tovar siguen siendo la brújula para no perderse en un mar a veces más coplero, a veces más jazz, a veces más popero, a veces... A veces más desnudo, y cuanto más desnudo, más verdadero... (cómo pía esa comparsa en las postrimerías de la obra entonando la última cuarteta de ‘Los gadiritas’).

Con todo, Clandestino tiene dúos, solos y tríos muy del gusto del asistente al Falla (Obregón y Brihuega en el pasodoble de ‘Las estaciones’; Ramoni a solas con la presentación de ‘Los gadiritas’; Jose Otero con la presentación de ‘Juana la loca’...) aunque el corazón se acabe poniendo del revés cuando en formación grupo se canta el pasodoble de 'Voces' a la peña Nuestra Andalucía.

Milián Oneto y José Helmo, en 'Clandestino'. Milián Oneto y José Helmo, en 'Clandestino'.

Milián Oneto y José Helmo, en 'Clandestino'. / Jesús Marín

Porque aunque el brillo de las figuras de la fiesta (y Clandestino presume de contar con buena parte de todas estas estrellas del firmamento carnavalero) sea innegable, la magia, la fuerza, del espectáculo reside en su conjunción. Cuando la sinergia se apodera de la escena es cuando Clandestino se vuelve imbatible, derribando incluso las posibles reticencias que pueden provocar un sonido mejorable (en la tercera función todavía había micrófonos que se entrecortaban), las lógicas flaquezas dramáticas de sus intérpretes (excluyendo a Chicho en el papel de dueño del bujío que funciona hasta en los tonos más melancólicos), el alegato final de Ángel Subiela (que, quizás, se salga un poco del espíritu de la obra al asegurar que da igual “el carnaval en febrero o en junio” porque “en Cádiz es Carnaval todo el año”) y los chistes extemporáneos (Rociíto, Pablo Iglesias, la peluca de ‘Los Perfumistas’ y... Falete (¡no!, ¿por qué, señor?)con los que se corre el riesgo de romper el ya de por sí tambaleante clima.

Aun así, se agradece que en la parte guionizada de la obra de Eternidad Eventos –sobre todo las líneas del dueño del bujío– se introduzcan palabras del argot gaditano de antaño (moyate, el propio bujío, principiar, darse el pire, o las prestadas del caló, duquelas y jindoi, entre otras) o la declaración de intenciones al nombrar al alcalde Carranza como perseguidor de carnavaleros. Y se agradecen las coplas, claro. Y las voces, ¡qué voces!

Porque en Clandestino está la comparsa soñada, sí, pero en él puede habitar mucho más. Porque sobre el boceto que es su dramaturgia se puede trabajar. Se puede engrandecer. Se puede soñar.

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