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Cádiz

Síntomas de una barriada

  • Las huellas que deja el trapicheo de droga en la rutina urbana se están haciendo visibles desde hace tiempo en Guillén Moreno

Un crimen no debe estigmatizar un barrio, pero en ocasiones un crimen es un síntoma. Y un síntoma con un paralelismo notable, el del móvil, el de la droga, con otro crimen sucedido en un cercano escenario hace cuatro años, cuando el Kiki, un chaval de 21 años, asesinó a su benefactora, Mercedes, que le había confiado las llaves de su casa. Lucy, un hombre con cuerpo de mujer, hizo lo mismo con María, nonagenaria, buscando lo mismo que Kiki, según apunta una investigación policial que no ha sido demasiado complicada porque cuando se mata a la desesperada se dejan a la vista chapuceramente todas las evidencias. Que Lucy había matado a María era algo que los policías tenían muy claro a las pocas horas de presentarse en la avenida de San Severiano, donde vivía la víctima.

En esos cuatro años de diferencia entre un crimen y otro podríamos encontrarnos con la fatal casualidad de que ambos hechos se hubieran producido en las inmediaciones del mismo barrio, en Guillén Moreno, pero cualquier responsable municipal o policial sabe que no es tal casualidad. Que el caldo de cultivo estaba ahí y, si tenía que suceder un nuevo crimen con la droga de fondo, era muy posible que el escenario fuera éste. Cuando Mercedes Tello fue asesinada en el verano de 2010 las asociaciones y los vecinos dijeron que podía haber sucedido en cualquier otro sitio, que Guillén Moreno no es un lugar conflictivo. No les faltaba razón. Por esta barriada se puede pasear tranquilamente por el día e, incluso, por la noche. Aunque por la noche da más respeto. Los crímenes, sí, pueden ocurrir en cualquier lugar, pero Kiki y Lucy necesitaban dinero para comprar lo que el cuerpo les exigía allí mismo. Mataron por una mercancía que se mueve en ese entorno porque lo saben los vecinos y porque sólo en 2014 la Policía ha practicado más de una veintena de detenciones desarticulando puntos de venta.

El libro publicado por la UCA Marginados, disidentes y olvidados de la Historia, coordinado por Santiago Moreno Tello y José Rodríguez Moreno, cuenta cómo la barriada Guillén Moreno, con el nombre de uno de esos gobernadores civiles franquistas apurados por su eternidad, se convirtió en un lugar al que llegaban en aluvión familias procedentes del que era el gran barrio marginal de Cádiz, El Cerro del Moro, con su propia historia de mala suerte y su propio aluvión. Es decir, se huía a finales de los años 60 del Cerro del Moro, entonces un barrizal, siempre marcado por la vía del tren, para buscar la comodidad de los pisos de protección oficial de Guillén Moreno, a la que le marcaría igualmente el tren, las vías y sus barreras invisibles. Nadie de fuera del barrio iba a allí si no tenía una razón muy convincente para ir a allí. Eso, naturalmente, ya no es así. Seguro que habrá centenares de personas que se han criado en el barrio y que tienen buenos recuerdos del lugar. La vida de barrio siempre tiene momentos de convivencia y solidaridad, establecimientos y recuerdos comunes. Pero la bondad de la memoria no puede olvidar el concepto, que era el mismo que el del Cerro del Moro, un urbanismo de gueto.

Allí, por tanto, acudieron personas como María, asesinada a los 92 años después de toda la vida sirviendo en casas del centro, querida por toda su comunidad. Una muerte, que si así se demuestra, fue provocada por Lucy, otro producto de Guillén Moreno, criada/o en el lugar, en un ambiente desafavorable, no necesariamente mala persona, ni mucho menos, una persona que formaba parte del paisanaje del barrio. Y ese barrio está poblado de fantasmas, los que dejó la heroína y el sida a finales de los años 80 y principios de los 90. Durante un tiempo hubo trabajo y Guillén Moreno se asentó como el barrio que siempre quiso ser, el barrio que quisieron los colonos que huían del Cerro del Moro. El trabajo flaqueó y en las esquinas de los bloques, desde hace tiempo, se siseaba, los aguadores volvieron a estar presentes, en algunas casas se trapicheaba con cocaína y, para sorpresa y desmemoria de los supervivientes como Lucy, regresó la heroína.

Fuentes policiales ya habían manifestado hace tiempo su preocupación porque lo que se encontraba en los puntos de venta desmantelados era heroína de una mayor pureza de la que los veteranos recuerdan de los años de los esqueletos, de los años de los yonquis. También esa heroína se vendía mucho más barata que hace veinte años. La heroína ha desaparecido, pero ha vuelto. La crisis la trajo y, como las moscas de la fruta, ponen sus huevos en la humedad de los lugares más castigados. La muerte de María es una desgracia y es muy posible que Lucy no supiera lo que hacía cuando lo hizo. Ese es el hecho, el síntoma. Ahora hay que preocuparse de hasta qué punto se extendió el tumor.

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