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Cádiz

Mitad médicos, mitad Dioses

  • Doctores del Puerta del Mar viajan cada año a una leprosería de Madagascar para ayudar a los enfermos

Cada septiembre, justo antes de que la estación de las lluvias haga acto de presencia, un puñado de dioses abandona su paraíso terrenal y vuela a la más pobre región del más pobre país de África. Cada septiembre sustituyen la comodidad de su hogar y las consultas en hospitales del primer mundo por una leprosería en Farafangana, en la costa sudeste de Madagascar. Tres días de viaje, 72 horas de aventura para ir y otras tantas para volver. De París a Antananarivo, la capital de la nación, en avión y de ahí a su destino por carreteras estrechas y polvorientas donde su mejor salvoconducto son sus batas médicas y un instrumental que sanará a cientos de personas que esperan ansiosas el milagro anual.

Cada septiembre, desde hace cinco años, el doctor Julio Rodríguez de la Rua, jefe de servicio de Traumatología del hospital Puerta del Mar, organiza una expedición a Madagascar y recluta un equipo donde figuran oftalmólogos, neonatólogos, ginecólogos, traumatólogos, cirujanos, pediatras o enfermeras. Dos de estos valientes cooperantes son los doctores Simón Lubián, neonatólogo; y José María Calandria, oftalmólogo, ambos destinados en el Puerta del Mar, donde estos días se puede ver una exposición divulgativa sobre el proyecto con fotografías y textos explicativos sobre esta misión humanitaria.

A esta última misión se apuntaron algunos médicos de la comunidad madrileña y una ginecólogo de Asturias. En sus casos no sólo emplean su tiempo, sino también su dinero, ya que durante las tres semanas que permanecen en Farafangana dejan de percibir sus sueldos. "En eso el SAS tiene un comportamiento ejemplar -apunta el doctor Simón Lubián-, ya que sigue pagando nuestro sueldo". José María Calandría tercia en la conversación para explicar que "las primeras veces que fuimos a Madagascar no había nada de instrumental, lugo el SAS ha ido donando material, sobre todo de oftalmología que es imprescindible para realizar las intervenciones".

Desde la primera vez, los cooperantes sí que portaron fármacos para intentar curar algunas enfermedades que se combaten fácilmente en Europa pero que en Madagascar hacen descender la esperanza de vida de una población abandonada a su suerte por el gobierno.

Puede que sea esa necesidad o ese espíritu inquebrantable lo que da fe y alegría a la población malgache. Simón y José María coinciden en señalar que lo que les enganchó del lugar es la forma en que los reciben. "Sin tener nada son muy hospitalarios. Te dan todo lo que tienen y son muy cariñosos. Nunca hemos sentido temor".

Esa es una de las preguntas que se vienen a la mente rápidamente. ¿Cómo sobreponerse al mecanismo del miedo al visitar un país con tantas carencias en materia de seguridad? "Nosotros vamos a la Leprosería de Farafangana, que regentan las monjitas de las Hijas de la Caridad, que llevan allí más de 100 años ocupándose de los pobres, por lo que son sagradas. Ellos saben que vamos a ayudar".

El choque de culturas es tan fuertes, que el doctor Calandria asegura que la primera vez que se llega resulta un auténtico shock. "Al llegar me quedé como si me hubieran dado una piña y me hubieran dejado grogui durante tres días. Luego te acostumbras a lo que hay, a ver penalidades y te pones a trabajar con los medios de que disponemos".

Y es que en esta parte del mundo, en pleno siglo XXI, aún se vive como en el Neolítico. "No hay diferencia entre el poblado y una choza de Atapuerca, por ejemplo, duermen en el suelo, en una estera, sin luz, ni agua, ni alcantarillado, ni nada de nada. Es algo que no se puede describir. No nos hacemos una idea de lo que tenemos aquí", dice Calandria. "Y a pesar de todo lo que no tienen llama la atención la felicidad tan grande que desbordan -asegura Simón Lubián-, sobre todo los niños. Con cualquier cosa que les des hacen una fiesta. Allí aprendes a valorar las cosas y cambia tu forma de ver la vida. Todos desearíamos vivir con esa felicidad. Lo ideal sería tener los medios de aquí pero con la filosofía de vida de allí".

Los doctores gaditanos han tenido que ver morir a niños de hambre, pero reconocen que con sus visitas también aprovechan para enseñar al médico que desde hace poco tiempo trabaja en la leprosería. "Que es muy inteligente y tiene ganas de aprender".

Entre sus anécdotas, el doctor Calandria recuerda una. "Llegó un hombre que llevaba ciego cuatro años, iba con un lazarillo y todo. Lo operamos de cataratas y al quitarle los apósitos se volvió loco. Salió corriendo de alegría. Lo malo -dice socarrón- es que hicimos un parado más, el pobre lazarillo".

En este último viaje, el equipo del doctor Rodríguez de la Rua realizó 87 intervenciones quirúrgicas, 450 consultas y 160 ecografías.

Aquellas personas que quieran colaborar con la Asociación Andaluza de Cooperción Sanitaria pueden hacerlo en la siguiente cuenta: 00495709612416033171.

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