José Mari
SE llama José Mariano Gómez del Castillo. Nació en Cádiz, en la calle Torre, número 27, en plena Nochebuena del año 1946. Su ascendencia es montañesa. Su padre, que se vino a Cádiz con tan sólo 11 años, era de Villacivil de Toranzo y su madre, de Arenas de Iguña. La familia, poco antes de nacer José Mari, ya se hizo con el almacén de la calle Torre, esquina a Santa Inés. Un almacén que entonces costó unas 26.000 pesetas y que recibía para trabajar en el año 60, un 21 de marzo, naciendo la primavera, a un chiquillo de reparto, que era lo menos que se daba en el rango almacenero. Era José Mari, que por entonces ya había pasado por el colegio de San Felipe Neri.
Y a partir de ahí, a trabajar y trabajar. De chiquillo de reparto a dependiente; después, dependiente aventajado, encargado y arrendatario. Y actualmente propietario de ese almacén que recibió a la muerte de su padre y que hoy por hoy constituye una de las muestras singulares del paisaje de Cádiz, ora por su clima de amistad, ora por su ambiente colonial, ora por su cultura, sus antigüedades y su gaditanía.
Ahora acaba de cumplir cincuenta años de trabajo en el almacén, medio siglo, que se dice pronto, miles, miles y miles de horas, incontables, todas ellas de pie, presidiendo todo un parlamento de amigos, con los que ha llegado a formar otra de sus muchas colecciones, algo inherente a su trabajo y dedicación. José Mari es un auténtico "buscador" de oro gaditano, nada de oropel, oro puro de muchísimos quilates que siempre ha tenido a la vista de todos para su deleite, cuando no asombro. Oro en los documentos, en sus joyas, en sus medallas, en sus libros. Y en todos, Cádiz y los gaditanos.
Digamos que ese es su tesoro a la vista, que tiene otro bien grande que se refleja nada más verlo, en su cara, en su sonrisa, en su bondad, nunca escondida, siempre a flor de piel, generosa, y en su respeto a cuanto escucha y "tiene" que escuchar.
Pero aún hay otro tesoro para jalonar estos cincuenta años de trabajo, el más apreciado por él. No es otro que el de su mujer, María del Carmen Puente Dopazo y el de sus hijos José Manuel y Carlos. Mari Carmen es de esas personas fieles, unidas a un destino tan hermoso como es el hacer algo más feliz a quien tiene al lado, soportándole, dándole cariño y, sobre todo, comprensión, dos valores lamentablemente en decadencia y que se recuperan nada más verlos.
Mi refresquito con nieve es la aportación de afecto a una persona ante la que hay que rendirse porque no todo el mundo puede dejar atrás cincuenta años continuos de trabajo y alguno que otro que aún le queda. Enhorabuena, señor.
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