Un conductor de otro tiempo: Historia de un 'Caditetuano'
Recuerdos de Cádiz
Pedro Marzo, procedente de Tetuán, llegó a Cádiz en 1956 donde trabajó como chófer para el hotel Atlántico, la compañía de Tranvías y Campsa
Pedro Marzo Rodríguez llegó a Cádiz desde Tetuán con veinte años, como se suele decir con una mano delante y otra detrás, y gracias a la amabilidad del hermano de su padre, Alfonso Marzo, que trabajaba en Telefónica, en la sede que la empresa tenía en la calle Ancha, inicia una nueva vida como un humilde conductor de autobuses. Un recorrido donde tuvo que esquivar algún que otro bache.
A sus 85 años de edad, en Cartagena donde reside desde 1991, Pedro recuerda con exactitud ese 31 de julio de 1956 cuando dijo adiós a la ciudad que lo vio nacer y vino a casa de su tío que lo recibió con los brazos abiertos. “Como no podía ser menos aprovecho esta ocasión para agradecer a los familiares de mi tío Alfonso que me acogieron y ayudaron a sobrevivir en una etapa muy difícil de mi vida. Me gustaría destacar el cariño que me dio su hijo Juanito, que durante años trabajó en la ONCE, y a pesar de su ceguera, escasez y penurias de aquellos años, me dejó su cama encantado”.
La infancia de Pedro transcurrió en la ciudad marroquí de Tetuán. Su padre era chófer de la empresa de Juan Rico Otero que hacía el trayecto desde el barrio ‘Málaga’ a la puerta ‘Tánger.’ Se componía la flota de cuatro autobuses, un Ford pequeño que era alquilado para el rodaje de películas, dos Chevrolet de igual capacidad y otro más largo al que apodaban ‘el zeppelín’. En la ciudad marroquí vivía en la calle Xauia situada frente a la casa del Águila (edificio El Fénix).
“El colegio al que yo asistía se llamaba ‘Pedro Antonio de Alarcón’, le apodaban el de artillería por estar junto a este cuartel, y a la salida de clase íbamos en pandilla andando hacia el barrio ‘Málaga’; cuando nos encontrábamos en la cuesta de la aguada al ‘zeppelín’ averiado yo y todos mis amigos empezamos a cantar (con la música de La vaca lechera). “El autobús de Juan Rico; corre menos que un borrico; cuando sube las cuestas, se le rompen las cubiertas... tolón, tolón... tolón, tolón”.
A los pocos meses de instalarse en Cádiz, su experiencia acompañando a su padre en autocar por el norte de África, su pericia como mecánico y la atención que prestaba a los turistas, le sirvió para convertirse en uno de los conductores más queridos del hotel Atlántico, llevando de aquí ‘pa’ allá a la ‘crem de la crem’ de la época como al toreo Luis Miguel Dominguín, Juanito Valderrama o a Antonio Machín, entre otros. También llevó de pasajero al ‘gigante Primo Ternera’, campeón del mundo de lucha libre. A esta mole le tuvieron que adaptar en el hotel una cama especial. Pedro tuvo que quitar un asiento del microbús para que pudiera sentarse. Visitó todas las bodegas jerezanas y pueblos de la provincia. Aficionado al Carnaval, cuando tenía un rato libre se escapaba a la Cárcel Vieja a escuchar los ensayos de la comparsa de Paco Alba.
En 1958 se incorporó a la compañía de Tranvías, inaugurando la línea Puntales-Hospital Mora.
A la pregunta: ¿Pedro, te casaste? Con un ‘tonillo’ emocionado aseveró: “Diego, ese día no se olvida, el 23 de abril de 1960 me casé con la gaditana Pilar Zamorano, del Mentidero, y hasta que me fui a Cartagena vivíamos en la calle Hércules, con la que tengo cuatro hijos. Dos nacidos en Cádiz (niño y niña) y otra ‘parejita’ en Cartagena”.
Ese mismo año, Campsa sacó unas plazas para la factoría de gasolina que había en Puntales solicitando conductores y mecánicos, presentándose y logrando ser el número uno en su puesto hasta 1965, año que fue destinado a Cartagena, jubilándose finalmente en 1991.
Por último, Pedro recuerda con un cariño especial la amistad que lo unía con su amigo Pepe Manteca. “Primero quiero mandarle un fuerte abrazo a toda la familia de Pepe por su fallecimiento. Su mujer era muy amable y cuando viajaba a Tetuán nos invitaba a comer.
La última vez que estuve en Cádiz, hace unos siete años, le regalé una bandera de la plaza de toros del Puerto de Santa María y un libro sobre la biografía del diestro Rafael Gómez ‘El Gallo’. El cuñado de Manteca, Juan Rodrigo, es el padrino de mi hija mayor, Pilar”.
Una de las anécdotas que cuenta Pedro de su etapa en Tetuán tuvo como protagonista a su padre a finales de los cuarenta del pasado siglo. Una de las muchas veces, al terminar la jornada, su padre tuvo una fuerte discusión con los hijos de su jefe Juan Rico que acabó en una pelea. “Mi padre mordió a uno de ellos en la oreja con tanta fuerza que se quedó con el pedazo en la boca. Ingresado, fue atendido por las monjas que hacían de enfermeras y quiso el destino que, una de las religiosas que lo atendió y él se enamoraron y, una vez que le dieron a él el alta, ella se quitó el hábito, se casaron y fueron felices. En cierto modo, mi padre contribuyó a ese encuentro. Juan Rico era muy buena persona así como sus hijos y yo los conocía muy bien; eran esclavos de su trabajo, mi padre también era buena persona pero los vicios no perdonan y los vuelven agresivos y crueles”.
Tras comentar este relato en un ‘chat’ de internet de personas que han vivido en Tetuán, y al hacer referencia a las empresas de autobuses que por los años cincuenta circulaban por aquella ciudad, recibió un mensaje de unas de las nietas de Juan Rico, diciéndole que era el único que mencionaba a su abuelo y quería conocerle para que le contara cosas de él. “Acepté la invitación y me trasladé desde Cartagena, a San Fernando (Cádiz). Mari Carmen que así se llama la nieta se lo dijo a su hermana que vive en Tenerife y me pidió que esperara a que viniera su hermana para conocerme. Ya una vez reunidos los cuatro, estuvimos recordando muchas historias de aquellos felices años y cuando estábamos terminando para despedirnos, les pregunté a las nietas ¿sabéis vosotras quién era mi padre? Al contestarme que no… les dije, mi padre se llamaba Gregorio, trabajaba con tu abuelo y a unos de los hijos le arrancó una oreja, y con cara de asombro me dijeron: “Pero, Pedro, no me digas que fue tu padre el que le dio un mordisco a mi tío, pero si este hecho lo he escuchado mucha veces en mi casa y no sabíamos quién había sido”.
Con un cordial saludo se despidieron no sin antes prometer que guardarían el contacto.
Rasgo de honradez de un conductor
Con este titular destacó el Diario el 27 de octubre de 1960 la honradez de Pedro Marzo después de encontrarse una cartera con más de cuatro mil pesetas que entregó a su dueño.
Así se contaba la noticia. “Cuando cumpliendo su servicio desde la playa hasta la plaza de San Juan de Dios conducía el trolebús por la Avenida de López Pinto, Pedro Marzo Rodríguez, de 25 años, vecino de la calle Hércules 12, segundo, observó en las inmediaciones de la gasolinera, que de un ‘Wolswagen’ matrícula
M 13707 había caído un objeto sobre la carretera. Detuvo el trolebús y resultó ser una cartera que contenía 4.425 pesetas y un documento -carnet de conducir- a nombre del súbdito austríaco Edgar Spraiter, de profesión ingeniero, así como una autorización para usar el coche, concedida por el propietario del mismo Heinz Joedl, vecino de Madrid, calle Triana 10. Pedro Marzo, examinó la cartera, llamando a un inspector de su compañía y a un compañero, para que fueran testigos de lo que contenía y al terminar su servicio se personó en Comisaría, donde hizo entrega de todo.
El interesado telefoneó a Comisaría, primero desde Sevilla y más tarde, desde Madrid, comunicándosele que todo había sido entregado en dicha dependencia, mostrándose conforme con el contenido, y dando instrucciones para que se entregara una gratificación de 425 pesetas a tan ejemplar empleado da la Compañía de Tranvías por el rasgo que le honra”.
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