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Vivienda
  • La finca de Feduchy, 20 está okupada por 13 familias que trabajan mano a mano para poner a punto el inmueble

  • Algunas eran personas sin hogar y otros tenían desahucios pendientes

Comunidad vecinal okupa en el centro de Cádiz

Parte de la comunidad okupa en el patio de la finca de Feduchy,20. Parte de la comunidad okupa en el patio de la finca de Feduchy,20.

Parte de la comunidad okupa en el patio de la finca de Feduchy,20. / Lourdes de Vicente

Escrito por

· Melchor Mateo

Redactor jefe

“Ahora mi sueldo es el techo que tengo”. Dani, a sus 20 años, ya las ha visto de todos los colores en su vida. Vino de Sevilla andando huyendo de una situación familiar complicada. Llegó a estar empleado como camarero en algunos bares pero se quedó parado y residió en la famosa Corrala de la Bahía, pero allí sufrió alguna que otra agresión. Por ello, decidió que estaba mejor siendo un sin techo en la calle que vivir atemorizado. Hace un par de meses a través de la asociación Somos Cádiz le llegó la oportunidad de vivir como okupa en una finca en el casco histórico. Esta entidad y una de Barcelona, Buenas Costumbres, lograron entrar en ella y la han ido llenado con personas que necesitaban una vivienda.

El forma parte de una de las 13 unidades familiares que viven en la finca de Feduchy, 20, un inmueble que pertenece a un banco por el embargo a los promotores que la habían rehabilitado casi al completo.Esta es la segunda ocupación completa del edificio. La primera dio mucho problemas a los vecinos. De hecho, la Policía Nacional llegó a realizar una operación contra el tráfico de drogas y se llegaron a detener a cinco personas. Todos ellos fueron abandonando la finca poco a poco con la táctica de la tierra quemada, es decir, con muchísimos destrozos, suciedad acumulada y dejando la finca en muy mal estado.

Ahora, a mediados de diciembre, pasadas las doce y media del mediodía una furgoneta aparca en la puerta. Los vecinos saben que llega una de las numerosas donaciones que reciben. Esta vez son materiales de obras para seguir haciendo trabajos de reparación en la finca para ponerla a punto lo mejor posible y hacen una cadena para descargar el género. La comunidad en sí casi se ha convertido en una cuadrilla de albañiles en la que cada uno aporta su trabajo.

En Feduchy, 20 conviven distintos perfiles. Están los que han sido sacados de la calle, como Vilmanta, Juan de Dios o hasta el propio Dani, y otros que vivían una situación de desahucio de sus viviendas, entre ellas dos de la mujeres de la asociación Desamparadas que durante los últimos meses se han manifestado por los desalojos que iban a sufrir.

Juan de Dios, después de estar tres años en la calle, dice que un mes después de volver a vivir bajo un techo con sus dos perros y gatos, “empiezo a sentir que el colchón no me traga acostumbrado como estaba a dormir sobre una superficie dura”. Los que están allí con él dicen que ha engordado gracias al haber mejorado algo su situación. Juan de Dios se vio en la calle al ser engañado por la propietaria del piso en el que vivía en Torre del Mar. Salió para una reforma que se iba a hacer y fue realojado en un camping en Granada pero nunca pudo volver. Se fue para Cádiz y estuvo viviendo en la calle durante un tiempo bajo las setas del Paseo de Astilleros “pero allí sentía que molestaba”, por lo que se instaló en las bóvedas de las Puertas de Tierra. Ahora enseña orgulloso la casa y presume de unos animales que se han acostumbrado igual de bien que él a volver a vivir cubierto.

José Joaquín García García 'Nene', en la casa que tiene ocupada. José Joaquín García García 'Nene', en la casa que tiene ocupada.

José Joaquín García García 'Nene', en la casa que tiene ocupada. / Lourdes de Vicente

Lo primero que ve el que entra en la finca es un dispensador de gel hidroalcohólico en el portal. También una luz roja que indica la alarma, porque si algo tienen claro es que quieren protegerse para que no pueda entrar gente que acabe trayendo problemas como ha ocurrido en la Corrala de la Bahía.

En el patio hay un inmenso bidón que recoge agua. Ese es el caballo de batalla que tienen en la finca ya que no disponen de agua corriente. La luz la tienen gracias a unas placas solares que tienen en la azotea. Desde la asociación Somos Cádiz su portavoz, Alejandro Fernández, asegura que quieren intentar por todos los medios que desde el Ayuntamiento se pueda facilitar el servicio de agua, pero se tropiezan con el problema legal de que la propiedad de la finca no es municipal.

Nene es el más veterano de todos los que están en Feduchy, 20, ya que es de los que vivió la anterior okupación: “Tenía aquí el mismo piso que ahora pero prefería dormir en la calle y no venir aquí porque daba miedo lo que había”. Nada que ver con lo de ahora: “Nos hemos reunido unos buenos vecinos. Ahora hay calidad de vida, hay higiene aquí y lo que nos falta es el agua, que es muy necesaria sobre todo para los que tienen hijos”.

Nene tiene historias para escribir un libro. Vivió en el barrio de Los Chinchorros y después acabó siendo una de las personas que se refugiaron en el edificio que quedó abandonado en ese barrio. Antes también estuvo en la cárcel, fue okupa en otra finca en Guillén Moreno y también se vio durmiendo en la calle. Tiene el 104 en el Registro de Demandantes de Viviendas municipal tras estar nueve años apuntado.

“Estoy acostumbrado a no estar seguro con nada. Estamos de okupas y no sabemos lo que va a pasar el día de mañana. Lo que intentamos es tener compañerismo entre los vecinos”.

Lo de la comunidad vecinal es literal, ya que se ha montado una para afrontar las necesidades y los gastos comunes. De hecho, incluso tienen un tablón en el patio donde ponen los distintos avisos, entre ellos los horarios de la alarma.

En una de las plantas sale de una ventana que da a las zonas comunes un belén y en la puerta de una de las casas hay un dibujo de Papá Noel que indica la presencia de niños en la finca. Por ejemplo, en el ático vive Israel con su pareja María de los Ángeles Gamaza, una de las miembros de la asociación Mujeres Desamparadas, y tres hijos. La casa de la que iban a ser desahuciados “era un zulo” y ahora enseña cómo ha acondicionado la que tiene. Israel es cocinero profesional pero la pandemia le cortó el empleo. A punto de ser desalojados, “cuando nos surgió la oportunidad de tener una vivienda, aunque sea en estas condiciones, nos tiramos de cabeza”.

Cristina también tiene dos niños y estaba en la misma situación que María de los Ángeles, es decir, se tenía que enfrentar a un desahucio inminente, el tercero que ha tenido: “No estamos aquí para ahorrarnos un alquiler. Yo tengo 400 euros de ingreso por ayuda familiar y pagaba 350 de piso. Cuando surgió esta posibilidad quise aprovecharla porque me iba a ver en la calle. No es una situación estable pero ahora mismo tengo la tranquilidad de que tengo un techo”.

En el bajo hay una zona casi comunitaria donde se almacenan alimentos que reciben de donaciones y también está previsto que allí se pueda confinar alguien en el caso de que haya un contagio por Covid. Los miembros de esta comunidad singular se sienten muy orgullosos del trabajo que han hecho en la finca. De momento, viven el día a día mientras puedan.

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