Brigada especial . Por Yolanda Vallejo
Hace casi dos años Bruno García hacía balance de sus cien días al frente del Ayuntamiento de la ciudad, y lo hacía en el parque Genovés, «un sitio simbólico», decía, que iba a servir de ejemplo del cambio que había prometido en su programa electoral. «Hemos pasado de la dejadez a la dedicación», afirmaba entonces sacando pecho de lo que habían conseguido en apenas tres meses. Nadie puede –a día de hoy- negarle al alcalde lo de la dedicación, aunque la dejadez siga formando parte de nuestro paisaje casi setecientos días después del cambio municipal. El parque Genovés sigue siendo un sitio simbólico, usted y yo lo sabemos, más bien una metáfora de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que podríamos ser. Jardines secos, mal cuidados, una verja herrumbrosa y rota, bancos descarnados de un suelo que hace años abandonó el escenario y un teatro –se llame como se llame, que no quiero pensar en otra polémica por el nombre cuando se lo pongan- abandonado, que nadie se atreve a terminar. Porque «el sitio más maravilloso del mundo», ese que el alcalde decía hace apenas un mes, que iba a convertirse «en un símbolo del actual equipo de Gobierno» sigue esperando la voz que le diga levántate y anda. Sin teatro, ni cerramiento, y con una pérgola ruinosa y oxidada cubriéndole toda la espalda, el parque Genovés no es, precisamente, nuestra mejor tarjeta de visita.
En aquella cita de los cien días decía nuestro alcalde que había estado «en las cosas grandes y en las cosas pequeñas». Siempre me gustó esa idea de Bruno, lo de las pequeñas cosas, lo de no perder de vista el dedo que señala la luna y lo de no dejarse deslumbrar por estrellas fugaces que, al final, resultan ser basura espacial –lo de la gente aplaudiendo el domingo pasado a los restos de un satélite chino también es muy metafórico y muy grande- ni por los cantos de sirenas que se ocultan entre las toneladas de algas asiáticas que se retiran cada día en La Caleta. Las cosas pequeñas, las que le importan a la gente pequeña, las que –decía Galeano- cambian realmente el mundo. Ahí es donde la ciudadanía espera encontrar a su alcalde: en la limpieza, en la retirada de enseres –habría que preguntar por qué terminamos tirando los muebles a la basura y no los recoge el servicio municipal- de la vía pública, en los baldeos a las calles –lo de los perros, el agüita jabonosa y el calor es muy mala combinación-, en los autobuses urbanos –nos dijeron que había que ser sostenibles y usar el transporte público y ahora nos castigan sin aire acondicionado- en los jardines -¿nadie ve cómo está Canalejas?-, en los árboles, en las sombras, en los refugios climáticos –no todo el mundo tiene aire acondicionado en casa, ni presupuesto para pasar las horas en un centro comercial-, en el ruido que hacen los camiones de la basura, en lo poco –o nada- que friegan los bidones de los que vivimos en el centro, en las farolas que se funden, en el aparcamiento y en la lucha diaria de los que dependen del coche para trabajar y siguen queriendo vivir en Cádiz, en lo mal que huelen algunas calles. En las cosas pequeñas, ya ve.
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