Anonimato. Por Fernando Santiago

ANONIMATO

¿Qué lleva a unos manifestantes a cubrirse la cara con pañuelos o pasamontañas? Pues poder cometer todo tipo de fechorías sin consecuencias. Así se queman contenedores, se agrede a policías, se corta el tráfico , se prenden hogueras en el , se obstaculiza la vía férrea, pero cuando la policía detiene a los sospechosos todos niegan su participación. El anonimato provoca la valentía de quienes se creen impunes, luego se asustan a las primeras de cambio. Es lo que pasa en las redes sociales, donde una legión de descerebrados insultan con virulencia porque se sienten a resguardo de la acción de la justicia. Yo bloqueo a todo aquel que insulta, doy por supuesto que aumentará el tono al saberse excluido. El anonimato es una técnica tan antigua como la humanidad, unas veces con el uso de seudónimos y otra sin firmar , no ya el “Lazarillo” o el “Mío Cid”, sino nuestra escritora Cecilia Böhl de Faber, que firmaba Fernán Caballero porque pensaba, con razón, que tendría éxito como varón, hasta que nuestro paisano José Joaquín de Mora desveló el secreto. Entre los políticos ha sido normal durante la dictadura, desde el Isidoro de Felipe González al Federico Sánchez de Jorge Sempún. En el periodismo también fue habitual en algunos casos, aunque lo corriente eran los seudónimos. Cuando yo era un tierno aprendiz en ABC durante 1979, me obligaron a escribir sobre la disparatada propuesta de Horacio Lara al Comité Provincial del PCE para que se cambiase el nombre de la provincia por Sierra y Mar, los naturales seríamos serrimareños, usé Fermín Muñoz, mi segundo nombre y mi segundo apellido. Es habitual usar seudónimos, no siempre es para esconderse, como el Ramiro Noel de Emilio de la Cruz, por citar un caso gaditano, o todos los seudónimos de carnaval como Batato, Astro, Piojo, Zoleta, Brujo, Chimenea. Solo escondió su nombre Miguel Villanueva en 1976 por Oscar Iradi, como hizo luego en un blog donde firmaba Sendero Luminoso. En el fútbol desde Mágico a Niño, Pulga, Araña y otros. Seudónimos en Cádiz hay a miles: los clásicos Cabeza, Gafa, Chino, Rubio, Chimenea, Largo a otros más elaborados como Mortadela o Rubio del Aceite, pero nunca tuvieron como objeto ocultar la identidad. Ahora los más tontos sacan enseguida a relucir la Ley de Protección de Datos, que nadie ha leído pero todos esgrimen sin rubor . Comprendo que a las víctimas de violencia sexual o a los que no han sido condenados , se les guarde la identidad, pero los que se escudan tras falsos nombres para insultar son unos canallas. Lean “La perversión del anonimato” de Alex Grijelmo.

Fernando Santiago

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