Tribuna

aDELA MUÑOZ PÁEZ

Catedrática de Química Inorgánica y escritora

8-M, camino de la igualdad real

A finales del siglo XX el feminismo fue desprestigiado por muchas mujeres con brillantes carreras profesionales, que habían podido realizar en parte gracias a las feministas

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8-M / Rosell

Hace algo más de cincuenta años yo vivía en un pueblo de Sevilla, estudiaba en un colegio de monjas y decía que quería ser modista, peluquera o monja, a pesar de que no tenía vocación religiosa y no me gustaban las agujas ni los peines. Pero pensaba que de algo había que vivir, no quería que me mantuviera nadie y esas eran las únicas profesiones de las mujeres que yo conocía. A mí lo que de verdad me gustaba era leer, pero pensaba que eso no era una profesión. Entre los pocos libros que había en mi casa encontré uno muy grande encuadernado en tela morada, que leí de cabo a rabo a pesar de que su título no era muy atractivo La mujer en España. Cien años de su historia: 1860-1960, cuya autora era otra mujer, la sevillana María Laffitte y Pérez del Pulgar, condesa de Campo Alange. En ese libro descubrí muchas historias interesantes sobre mujeres que, obviamente, no estudiábamos en el colegio. Para mi sorpresa, también descubrí que en España, unas décadas antes de yo naciera, había habido mujeres periodistas, políticas, pintoras, directoras de prisiones o escritoras.

Leyendo, leyendo, llegué a uno de los institutos de enseñanza media mixtos que se crearon a mediados de los sesenta, donde me dieron clase excelentes profesoras, una de las cuales llegó a ser la directora del centro. Llegué a la universidad justo el año que murió Franco, y allí descubrí los movimientos feministas europeos y norteamericanos de las décadas anteriores y la obra de otros muchos autores que habían escrito sobre las mujeres. Del socialista alemán de finales del XIX August Bebel aprendí que había otra forma de interpretar la historia y de Simone de Beauvoir que "la mujer no nace, se hace". Esas y otras lecturas me confirmaron lo que yo intuía desde pequeña: que las mujeres eran esencialmente iguales a los hombres, tenían las mismas capacidades y por tanto debían tener los mismos derechos. Como ese hecho tan evidente para mí no lo era para todo el mundo, yo soy feminista desde que puedo recordar, mucho antes incluso de haber oído esa palabra por primera vez.

Pero a finales del siglo XX el feminismo pasó por horas bajas, fue desprestigiado hasta el extremo de que muchas mujeres con brillantes carreras profesionales, que habían podido realizar en gran parte gracias a las luchas de las feministas del pasado, renegaron de él. Esta situación fue aprovechada por los reductos más machistas que se lanzaron al ataque de las "feminazis" como dieron en llamarnos. Las feministas irredentas fuimos envejeciendo sin que las nuevas generaciones tomaran el relevo, pero en los últimos tiempos el término feminista vuelve a estar de moda. No sé si el detonante del cambio fue que una cantante norteamericana con varios millones de discos vendidos se declaró feminista, o que algunas agresiones a mujeres particularmente violentas quedaran impunes. El hecho es que la violencia que han sufrido las mujeres de la India, China o del África subsahariana durante tantos siglos que parecía inherente a su naturaleza, empieza a ser vista como lo que es: una aberración intolerable que hay que erradicar. También las agresiones sexuales sufridas por algunas mujeres del primer mundo que han tenido que pagar un alto peaje para cumplir sus sueños.

El pasado 8 de marzo, la voz de las mujeres clamó al unísono en todos los rincones del mundo y de forma muy especial en España, haciendo que incluso líderes de partidos conservadores, que hasta un día antes había hecho oídos sordos a este clamor, se subieran al carro del feminismo. Obviamente esta respuesta no ha sido improvisada, la sociedad española, -sí, la sociedad en su conjunto, no solo sus mujeres- ha evolucionado extraordinariamente en estos últimos 50 años en el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Por ello, después de haber vivido y trabajado en ocho países del primer mundo, puedo asegurar que España es el mejor país del mundo para las mujeres (excepto si son científicas, pero ese es otro cantar, también se trata mal a los científicos).

Aunque los sesenta años que yo he vivido son un periodo de tiempo insignificante en la historia de un país, más aún de la humanidad, he tenido la suerte de ver un enorme cambio en la percepción social de las mujeres. Ese era el sentimiento mayoritario entre las mujeres de cierta edad que participamos en la manifestación: ¡habíamos vivido para verlo!

¿Qué hacer ahora? En la carrera de fondo que es la vida, la manifestación del pasado 8M es el mejor estímulo para llegar a la meta final: la consecución de la igualdad real para nosotras y para las que vienen detrás.

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