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Tribuna

Javier gonzález-Cotta

Fútbol, ultras croatas y genocidas

Cada vez que los ultras croatas viajan a nuestro país, aprovechan el periplo para exaltar a dos genocidas ustachas que se encuentran enterrados en España

Fútbol, ultras croatas y genocidas

Fútbol, ultras croatas y genocidas / rosell

La actual Croacia, tan turística y europeísta, acumula desde hace tiempo un severo problema con los ultras de sus equipos de fútbol y de su selección nacional. Sin olvido de la Torcida del Hajduk Split (la peña radical más antigua de Europa), los Bad Blue Boys del Dinamo de Zagreb son quizá el grupo más virulento de entre la ensalada ultra europea (ultraizquierda vs ultraderecha). Los BBB se inspiran en el nacionalismo croata más extremo y católico (deben su nombre a la película de los 80 Bad boys con Sean Penn). Su ideario muestra su fervor por el pasado fascista del Estado Independiente de Croacia y su caudillo Ante Pavelic. Afín a la Alemania nazi, Pavelic rigió el llamado régimen de los ustachas (rebeldes).

Los hinchas del Dinamo no han podido viajar ahora con su equipo hasta Sevilla en la eliminatoria de la Conference League que enfrenta al club croata con el Betis. El partido de ida fue el jueves 15 de febrero (la vuelta se disputará el 22 en Zagreb). Por orden de la UEFA, los seguidores del Dinamo tienen prohibido viajar por Europa desde lo acaecido el pasado verano. En un partido de clasificación para la Champions, un seguidor del AEK griego murió en Atenas en una trifulca con las celestiales criaturas del Dinamo.

El siguiente episodio es muy desconocido. Cada vez que los ultras croatas viajan a nuestro país por motivo del fútbol, aprovechan el periplo para exaltar a dos genocidas ustachas que se encuentran enterrados en España. Pese a algún que otro reportaje olvidado (entre ellos la pieza maestra de Pablo de Llano en El País), pocos conocen la historia que rodea a ambos finados. Uno de ellos es el ya citado Ante Pavelic (Poglavnik o “Caudillo iluminado”). El otro criminal de guerra es Vjekoslav Maks Luburic, siniestro matarife y responsable de los campos de concentración en la Croacia filonazi (1941-1945). El primero está bucólicamente enterrado en el cementerio de San Isidro de Madrid (junto a su esposa María y sus hijos Velimir y Vinsja). El segundo reposa en el cementerio de la localidad valenciana de Carcaixent.

Hace unos meses visité los túmulos de ambos genocidas. Junto al panteón de Cánovas del Castillo y el de los Valmaseda, se halla el tumulario de los Pavelic. Sus restos estaban profanados con pintadas de serbios. Con esfuerzo pude saber que obedecían a radicales del FK Rad, un equipo menor de Belgrado. Pero sobre las tumbas había velas con pegatinas del Hajduk Split y del Dinamo, florecillas, enseñas de Croacia y de Herzeg-Bosna (entidad de los croatas de Herzegovina, donde el santuario de Medjugorje). En la guerra de Bosnia de los 90, los paramilitares croatas solían cantar evocando al líder que descansa en una “tumba de oro” en Madrid.

Recordé entonces la aprensión que envolvió a la hija de Pavelic, Vinsja. Durante años custodió presencialmente la tumba familiar para prevenir ataques de sus odiados serbios. Vía Franco, en 1957 Pavelic recaló en Madrid. Había sufrido antes un confuso atentado en Argentina, donde se hallaba oculto desde la Segunda Guerra Mundial. La familia vivió en un piso por Concha Espina. El dictador croata, de severas cejas y enormes lóbulos orejeros, murió en 1959 en el Hospital Alemán de Madrid. Impresiona la fotografía que muestra su cuerpo yerto, escoltado por dos candelabros, con un adusto crucifijo en el cabecero de la cama y ramos de flores sobre las sábanas.

La tumba de Luburic, responsable del campo de Jasenovac que también visité en Croacia junto al río Sava (casi 85.000 asesinados –la mayoría serbios– con horrendos métodos), se halla en la calle principal del camposanto de Carcaixent. Luburic vivió en este pueblo valenciano, donde montó una imprenta. El genocida fue asesinado misteriosamente en 1969. Nunca quedó claro si su asesinato –ya prescrito– fue realizado por espías yugoslavos de Tito o por ustachas de la diáspora mal avenidos (es lo que defiende Ilija Stanic, el extraño asistente de Luburic en España). Francesc Bayarri le dedicó su libro Cita en Sarajevo.

Un taxista y operarios del cementerio me contaron que más de una vez hicieron de cicerones a los croatas que venían a visitar la tumba del genocida. En los años de Compromís, la alcaldía de Carcaixent intentó trasladar sus restos. No fue posible (la discutida Ley de Memoria Histórica se ciñe a la guerra civil española). En 2026 vence la titularidad de la licencia mortuoria (un hijo de Luburic se mantiene ojo avizor). Tocará decidir entonces una posible exhumación a la nueva corporación del PP. Hasta hoy, la embajada de Croacia en España se ha desentendido de estas dos macabras figuras de su historia reciente.

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