Si algún día me atreviera a sacar una chirigota les pondría los “Cara Choco” e iríamos de los turistas recién salíos de los trasatlánticos que “aparcan” en el muelle, y que se sientan entre asustados y sorprendidos en la terraza de Las Flores I para comerse cuarto y octavo de chocos y unas tajaítas de cazón.

Los majaras, que es mi caso, tenemos costumbres extrañas fruto de nuestro estado mental de caraja permanente. Una de mis pasiones es ponerme más o menos a la altura de uno de los puestos de flores de Topete (Columela, carrera oficial) y observar a los turistas.

Especialmente me llaman la atención los matrimonios de entre cincuenta y sesenta años en los que él luce pantalón corto, con las rodillas más blancas que un plato recién lavado con Fairy Ultra, y ella se ha puesto como un bambito de flores y lleva las uñas pintás de un rojo fresón de Huelva.

Sus bocas se abren ligeramente y casi no atinan a sacar la primera foto cuando ven la inolvidable imagen del gallego lanzando las tajás de cazón en adobo contra el cristal, con la misma virulencia con la que Nadal hacía los saques en los partidos de tenis.

La habilidad con que hacen los cartuchos de papel de estraza, la destreza en el manejo de la cuchara para alojar los chocos en el cucurucho y el elegante juego de dedos para cerrar el cuarto y octavo les produce la misma sensación que escuchar el concierto de Año Nuevo por la filarmónica de Viena…Que buen nombre ha tenido siempre esa ciuda. Siempre me la he imaginado rellena de tortilla de papas... Las cosas de los niños.

Los cara choco, una vez que han asistido al ritual del despacho de pescado del freidor, ya están totalmente entregados a Cádiz. Hasta podrían salir en un cuarteto del Peña, dado el baño de gaditanismo que han recibido.

Con los cartuchos en la mano, quemándose ligeramente las palmas por la calor que desprende el cazón, se sientan en la terraza de Las Flores I, como con expectación, como la que se vivió en Cádiz con su primera procesión “ilegal”, en la que los capillitas han vuelto a demostrar que están muy por detrás de los carnavaleros que ya inventaron “las ilegales” hace lo menos 40 años.

Llega entonces el momento inigualable, cuando el franchute coge el choco con los dedos y se lo lleva a la boca entre curioso y asustado. Descubrir la textura del choco, es como cuando tú de chico descubriste la mojama de atún. El turista mira al infinito, mastica pensativo y trata de buscar en su archivo de sabores algo parecido. No lo encontrará, la textura del choco frito es algo único, celestial. Será lo único del mundo que no logre imitar la inteligencia artificial.

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