Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Diputado de pavera

RRESULTA de justicia poética o distributiva o, incluso, penal, que un tipo como yo, de querencias tradicionalistas, acabe de diputado de pavera. "Diputado de pavera" suena solemne, dieciochesco y gracioso, pero es sólo el penitente que va a cargo de los niños que salen en la procesión, en alegre manada. El nombre viene por la similitud de su gesto con el del que arrea a los pavitos para que anden y no se desmanden. Con los brazos abiertos, chascando la lengua y medio agachado de acá para allá.

Una postura poca digna para lo que el imaginario colectivo entiende por un tradicionalista, pero ya se sabe que al imaginario colectivo le han vendido una idea de tradición bastante rancia, y así nos va. Lo propio de la tradición, hasta etimológicamente, es transmitir; y, por tanto, el sitio más importante, de las maniguetas para abajo, es la revuelta pavera. Ahí se inicia el futuro de la Semana Santa. Y se cierra un ciclo, que también es algo muy carca. Yo volvía a la pavera cuarenta años después.

Bueno, no exactamente. Me recuerdo bastante suelto de pequeño, sin la organización de ahora. Pero el mérito organizativo no fue mío. Contra mis miedos, ser diputado de pavera es un trabajo facilísimo, casi como ser diputado del Congreso, sin mucho que trabajar. Los pequeños van en su papel, concienciados. Sus madres no los dejan ni a sol ni a sombra. Y, por último, el público, espontáneo, se ofrece a colocar bien la túnica a una o a llamar la atención de otro, que se despista. Yo me esperaba el horror y lo asumía voluntariamente con tal de animar y de acompañar a mis hijos y, sin embargo, resultó todo tan divertido que durante mucho tiempo aquello no parecía una estación de penitencia sino una hermandad de gloria. Es lo que tienen los niños: lo transfiguran todo.

Según avanzaba la tarde, se agotaban. Un niño de tres años demostró una lógica absoluta: "Si paramos tanto, no llegaremos nunca". Amén. Les duelen los pies. Las piernas. La barriga. La espalda. El cansancio, compruebo, sube desde el asfalto. Como son pequeños, les llega pronto a la cabeza, y se tronchan como una flor, y se tiran en el suelo, y acaban saliéndose; menos los heroicos, que también los hay, que perseveran, para un orgullo casi deportivo de sus padres. Pero éstos ya no dan trabajo. Y, entonces, el diputado de pavera puede reconvertirse en un penitente más, como todos los años. Eso es otra historia, íntima.

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