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De poco un todo

Enrique García-Máiquez

La rendición de las elites

LA ministra de Cultura se ha confesado admiradora de Belén Esteban. Que la Ministra de Cultura, nada menos, se rinda ante la crutez televisiva me parece una cruda imagen de la que está cayendo (o ya ha caído). No digo que Ángeles González-Sinde no pueda tener una simpatía personal por Belén Esteban, pero el Ministerio de Cultura ha de justificarse por otras razones y Esteban no entra, evidentemente, en su ámbito de competencia, sino, más bien, lo contrario.

No hay que cegarse en el castigo, y reconozco con gusto que otra salida de la ministra, en cambio, me ha encantado. Ocurrió en un encuentro con José Emilio Pacheco, flamante premio Cervantes. Dijo éste que la vida está llena de poesía, y puso como ejemplo las preguntas de los niños. Citó una: "¿Adónde van los días que pasan?" En el auditorio se hizo un emocionado silencio. González-Sinde supo contestar: "Van a la poesía de José Emilio Pacheco". Demostró la ministra una sensibilidad, una delicadeza, una inteligencia y una comprensión de la poesía verdaderamente exquisitas.

Claro que eso, bien pensado, no le quita gravedad a su elogio a Esteban: nos permite dudar de su sinceridad. No es que la ministra de cultura sea inculta, sino que se hizo la sueca para halagar a los índices de audiencia, que corren paralelos, ay, a las mayorías electorales. Lo que nos lleva al meollo de la cuestión: lo cuantitativo no puede confundirse con lo cualitativo, en nada, pero en cultura, menos. Hoy, más que nunca, hay que repetir, con oportunidad o sin ella, el viejo aforismo de Heráclito: "Uno, para mí, es diez mil, si es el mejor".

En una charla con motivo de la feria del libro, recordé una propuesta de eslogan de Mario Quintana: "Los verdaderos analfabetos son los que saben leer y no leen". Yo eso lo pondría por fuera. Por dentro del recinto ferial colgaría esto: "Y los analfabetos sin remedio son los que leen libros inútiles". Como nombré ciertos best-sellers, fui automáticamente replicado con la inapelable sentencia: "Esa será tu opinión". Callado, me puse a pensar en Chuang-Tsé: "Un hombre cuya pierna ha sido cortada no aprecia el regalo de unos zapatos".

"Contra lo que suele creerse ha sido normal en la historia que el porvenir haya sido profetizado", escribió Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, libro profético. En aquellos años, a la vez que el diagnóstico, se nos ofreció el antídoto. Ortega habló del hombre superior, que se exige más, aunque no lo logre del todo; Juan Ramón Jiménez propuso una aristocracia de intemperie; y Eugenio d'Ors soñó con una nueva caballería intelectual y moral. Cada uno a su estilo, proponían la solitaria resistencia de las elites. Ahora que discutimos tanto sobre educación, abrumados por sus fracasos, hay que insistir en que sin una clara ejemplaridad (que no hay) no hay nada que hacer. La escalera por la que el ser humano sube es la escala de valores.

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