De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Honores

UNO siente vergüenza ajena al oír a los políticos amenazar a los etarras después de cada atentado. Quien tiene en su mano endurecer las leyes, expulsar a ANV de los ayuntamientos, evitar todo trato con ideologías nacionalistas radicales, quien pudo, puede, podrá hacer todo eso y mucho más debería dejarse de amenazas de salón y ruedas de prensa, no vaya a írsele toda la fuerza por la boca, como ha ocurrido ya tantas veces. Resulta espeluznante, pero todavía está por ver un presidente democrático español cuyo gobierno no se haya sentado con los terroristas a negociar. Es un honor a estrenar.

Los medios de comunicación también tenemos una responsabilidad que asumir. Damos demasiada importancia a la banda terrorista, a sus miembros, a sus estrategias, a sus ideólogos, a sus movimientos internos y a la madre que los parió. Hay que manejar con mucho cuidado la violencia, también informativamente, porque ejerce una oscura fascinación.

De ninguna manera defiendo que no se cubran los atentados de ETA, sino que pasemos el foco de la atención de los asesinos hacia las víctimas. Una imagen ilustrativa de lo que digo son las fotos de portada de los periódicos, que en su inmensa mayoría se han concentrado en la chatarra en la que quedó convertido el coche, y no en los rostros de Diego Salvà y Carlos Saénz de Tejada, mil veces más valiosos. En general se han reproducido en pequeño, tipo foto de carné, y en grande una chatarra humeante. Habría que invertir los términos. Y no sólo en las portadas de prensa. Se hace necesario un firme giro de muñeca en la sociedad española que ponga a las víctimas en el lugar que les corresponde: en el centro de la vida política, y que empuje definitivamente a los etarras no sólo a la cárcel sino a la marginación y a las escombreras.

¿Hace el Estado y sus representantes todo lo posible por honrar a las víctimas? Todavía queda muchísimo que hacer. El inmenso gasto en cartelería del Plan E podría justificarse mejor si las vallas esas se dedicasen a poner fotos de las víctimas de ETA. Su presencia social tendría que ser constante: nombres de calles, de colegios e institutos, espacios en la televisión (aunque no haya ocurrido ningún atentado), premios periodísticos, homenajes en sus aniversarios, títulos nobiliarios a sus familias, ventajas económicas, puestos de honor en todas las celebraciones públicas, etc. Sin miedo a exagerar, porque no se puede exagerar.

Esa presencia tendría que ser aún más intensa en las zonas donde se justifique el terrorismo o donde se fomente el odio a España. Es importante encarar a la gente con el resultado de sus opiniones y de sus silencios. Lo mínimo que tendría que hacer cada pueblo o ciudad de origen de un asesino es dedicar una plaza y un monumento a la víctima de su paisano. Hasta el más torpe del lugar tendría que tener clarísimo a estas alturas quienes son los héroes auténticos.

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