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De poco un todo

Los futbolistas cobran poco

ESTA fue una de las más importantes conclusiones que saqué de mi paso por el ejército español. Agonizaba la mili cuando fui llamado a filas y, aunque me hice el sordo lo que pude, al final no me quedó otra que ponerme firme. Mirando atrás, la nostalgia, que todo lo endulza, me ordena que agradezca aquellos meses de mi vida, entre otras cosas, porque allí comprendí con meridiana claridad que los futbolistas están muy mal pagados. No me di un golpe en la cabeza durante unas maniobras -como estará sospechando algún que otro lector-, y sé que las cantidades que cobra un futbolista son bastante superiores a las que gana cualquiera, un profesor de secundaria, sin ir más lejos. Sin embargo, comparativamente hablando, ¿quién genera tanto tema de conversación, tanto entretenimiento, quién promociona tanto la lectura (véanse las cifras de venta de Marca) o el interés por la actualidad (compruébese el tiempo que les dedican a los futbolistas y a sus lesiones musculares y sintácticas en los informativos)? La mili yo me la pasé, ¡los nueve meses!, a base de bocadillos de mortadela y conversaciones futbolísticas. A partir de entonces, en el trabajo o en mi ocio apenas he conseguido hablar de otra cosa. Reconozco, por tanto, que en la mili me hicieron un hombre, me prepararon para la vida a conciencia. Quien está bien pagado es Joan Barceló, que ha pintado un churro o, para ser más exactos, unos churretes en una cúpula de la ONU, que han costado más de once millones de euros. El Estado español ha extraído la pasta de los Fondos de Ayuda al Desarrollo. Para defender la cosa y defenderse, Moratinos ha citado a don Antonio Machado y ha recordado que "todo necio/ confunde valor y precio". Hace falta valor para venirnos con eso, porque sale solo responder a Moratinos: "Precisamente, jefe".

La mejor performance del arte contemporáneo va a suceder cuando los que lo pagan (entes públicos y enterados privados) caigan en la cuenta de que eso no era arte comprometido ni arte por el arte, sino arte por desplumarte. Entonces se sentirán como víctimas del timo de la estampita, y empezará la estampida: todos querrán desprenderse de las clamorosas pruebas de su estupidez. Como suelen ser objetos voluminosos, veo ahí un nicho de mercado: especialistas en desintegrar adefesios. Los futbolistas mientras tanto se hartan de correr en los partidos y no engañan a nadie. O sólo al árbitro, si se deja. Y ya que hablo de engaños, permítanme una última comparación. Calculen cuánto cobra un diputado que no se digna ni a aparecer por el Congreso, o lo que nos va a costar el minuto de aparición de Zapatero en Washington. Quizá no habría que subirles el sueldo a los futbolistas porque en verdad falta, falta no les hace. Pero no me discutirán ustedes que habría que bajarle los emolumentos a más de uno. Así están muy discriminados los futbolistas, los pobres, con lo que sudan.

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