Su propio afán

enrique / garcía / mÁiquez /

Rajoy no tiene prisa

NO se me puede acusar de rajoyista. Lo critico a menudo, aunque no desde la izquierda, por lo que desconcierto a algunos de izquierda y de derecha. Lo cual es compatible con quitarme el sombrero por el éxito estratégico del marianismo y reconocerlo, a la vez, exasperante. Para añadir una complicación más, hoy vengo a defenderlo de una crítica que se basa en esa misma lentitud que le he afeado tantas veces.

Cunde el desaliento porque no tuviese pensado el gobierno tras trescientos días sin él. Se dice que ya podía haber ido adelantando el trabajo y que no augura nada bueno (ni nuevo) que, habiendo tenido tanto tiempo, Rajoy vuelva a dejarlo siempre para después.

Sin embargo, la dilación está justificada. En la forma y en el fondo. Por fuera, deja claras las jerarquías. El juramento de Rajoy ante el Rey se produjo en solitario, sin más ruido mediático que el de los flashes de las fotos que le hacían y sin entrevistas ni perfiles de los nuevos ministros. El poder de Rajoy se recorta mejor contra la soledad. Ya tendrá tiempo él, cuando vengan mal dadas, de mandar a sus ministros por delante. Ahora es su momento de gloria: suyo.

Esto no es tan vanidoso como pudiera parecer, porque la política también son apariencias y mensajes; pero hay otro motivo de fondo que nos servirá para repasar todo lo que llevamos pasado. Ahora, que todo ha concluido, tras la abstención agónica del PSOE, puede parecernos que ha sido un proceso lento, pero lineal, y que el guión estaba escrito desde el comienzo. Qué va. Las posibilidades han sido muchas y algunas han estado a un tris de realizarse. ¿Cómo iba Rajoy a tener pensados sus ministros si, dependiendo de cómo alcanzase el poder, tendrían que ser unos u otros, de un perfil o del opuesto?

Una gran coalición, por poner el caso más extremo, le habría obligado a ofrecer ministerios al PSOE y a Ciudadanos; y ahora, necesita ministros capaces de bandear el temporal parlamentario. Haber tenido la lista hecha de antemano hubiese sido un ejemplo de mala praxis política: de incapacidad o desinterés para adaptarse a las arenas movedizas de la realidad.

Por último, retrasar los nombramientos le ha permitido mantener prietas las filas a sus espaldas con la zanahoria de la cartera ministerial y con el palo de la destitución. Unos nombres fijos (siempre pocos para el innumerable barullo de la ambición) habría producido un sinfín de agravios latentes.

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