Gafas de cerca

José Ignacio Rufino

'Asumir': palabrería

SUCEDIÓ hace poco en casa de unos amigos. Su hija mayor, una adolescente todavía, hizo una trastada, da igual aquí cuál. Al ser pillada en el rehúse, ella intentó fagocitar el castigo en origen: "Lo sé, papis, lo he hecho mal. Asumo mi responsabilidad". Aparte de ser redicha desde pequeña, la muchacha reproducía un cliché de muchos políticos en los últimos años, los de la purgación de la corrupción que ha coincidido con el terremoto económico: digo, solemnemente, las palabritas mágicas, quedo como una chica responsable, y a otra cosa, mariposa. Como el que practica la gran coartada y se refriega el árnica moral gratuita de la confesión, obteniendo del sacerdote el mágico conjuro: "Te perdono lo que tú me digas, si además dices que estás arrepentido y que no lo volverás a hacer hasta la próxima. Ea, vete en paz".

Antes de ayer tuvimos una puesta en escena de esa falsa asunción de responsabilidad. La interpretó Esperanza Aguirre, cabeza visible política de Madrid, la arena capitalina, donde el ratio "medrador por metro cuadrado" alcanza cifras muy altas, propias de los centros políticos donde radican las institucionales y las sedes empresariales señeras. Esperanza ha entonado el milagrito antigrasa: "Asumo mi responsabilidad", y mancha que me quito. Pero, de nuevo, se trata de un paripé. La aguerrida Aguirre, tenida por "nuestra Thatcher" y para algunos una liberal que ríete tú del Nobel Hayek, dimite poco, tarde y mal. No deja su cargo municipal, sólo el orgánico en su partido (poco dimitir: sólo ante los suyos). Le quedaba poco tiempo ya de mandato en el PP, y no dimitió cuando se fueron conociendo los continuos casos de corrupción de sus correligionarios en las tramas Gürtel y Púnica y en otros casos (dimite tarde, pues, y por pura conveniencia personal). Y dimite mal: para fastidiar -de nuevo- a su presidente, un Rajoy con pinta de acabado, capaz de perder incluso la cortesía que siempre pareció tener.

"Asumir la responsabilidad" emitiendo ese abracadabra, tan ético y tal, es como mucho "pedir perdón", algo que normalmente ni siquiera sucede (al rey Juan Carlos, ya casi abdicado, sí lo obligaron al papelón del dolor de los pecados y el propósito de la enmienda por matar elefantes). Pero por la cantidad de asuntos sucios que han sucedido entre su gente -nombrada por ella y directamente afecta a ella- asume cero responsabilidad. Pide perdón en falsete, juega sus cartas. Y de paso vuelve a asestarle una enorme bofetada táctica a su hermano de militancia, el presidente Rajoy.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios