Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Leer o no leer

EN el debate al que faltaron Rajoy y Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera se liaron con sus citas de Kant. Se han convertido en objeto de críticas y bromas virales.

Una idea clara y distinta, que diría Descartes, es que el que tiene boca se equivoca. El que no va a ningún debate no mete la pata en ningún debate, que es un silogismo que aprobaría Aristóteles. Partamos, pues, de la indulgencia. No deberíamos pedir debates y usarlos luego de trampas letales. Pero no nos quedemos ahí: de esta anécdota, hay una lectura que hacer.

Pablo Iglesias, profesor universitario, recomendó al auditorio, público universitario, que leyese la "Ética [sic] de la razón pura" de Kant. Cierto que esto no llega a cuando explicó que a Newton le cayó una manzana en la cabeza y, zas, descubrió la Teoría de la Relatividad [sic], demostrando, eso sí, que todo es relativo. Sin tanta gravedad, citar mal el título que se recomienda resta autoridad. Podemos admitir, sin embargo, que la ética le preocupa tanto que Iglesias la ve por todas partes.

Lo de Albert Rivera ha escandalizado más, aunque al final lo arregla. No es elegante recomendar a Kant si no se le ha leído, pero mucho peor sería presumir de haberlo leído, si no. Y no lo hizo. Un privilegio de los grandes maestros es que sus lecciones pueden aprenderse en manuales o explicaciones de clase. Mejor leerlos, pero fatal ignorarlos. En Zelig, de Woody Allen, las andanzas del falsario comenzaron, precisamente, cuando mintió al decir que había leído Moby Dick. Y no queremos un candidato a presidente de gobierno que siga los pasos camaleónicos de Leonard Zelig. Lo preferimos socrático: "Sólo sé que no sé nada".

Pero ¿no podía haber recomendado a uno que sí hubiese hojeado? ¿O ni siquiera ha leído ni a Ortega ni a Gasset, tan regenerador? Vaya defensa de la asignatura de Filosofía han hecho los dos líderes, que la cursaron. Albert Rivera, al menos, ha postulado el derecho a no haber leído algo aún. Cuando a André Gide le preguntaron qué libro se llevaría a una isla desierta, dijo La Vie de Marienne, que no se había leído aunque es un clásico fundamental, por lo visto. La respuesta es doblemente genial por el ingenio inédito de escoger un libro nuevo y por la intrépida ingenuidad de reconocer una falta de lectura imperdonable. Es lo que ha hecho Rivera y lo que, en efecto, no le están perdonando muchos que, me temo, tampoco han leído a Kant.

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