El Puerto Accidente de tráfico: vuelca un camión que transportaba placas solares

Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

La cochinilla del carmín

NO tengo nada contra la cochinilla del carmín. Su nombre, casi un oxímoron, me hace mucha gracia. Encima produce un colorante natural y no sólo para las barras de labios, ¡como si eso fuese poco!, sino también para los helados, um, y los yogures de fresa, psé, y para los licores, chin, chin, y también, ay, para los medicamentos. El color que da la cochinilla del carmín tiene además un nombre precioso: nocheztli.

Lo triste del caso es que yo ignoraba todo de la cochinilla del carmín. Sólo ahora que ha roto en plaga de las chumberas he sabido de su existencia. Lleva la cochinilla poniendo color a nuestras vidas un buen montón de siglos y hasta el momento en el que se le va la mano con la gula y amenaza con dejarnos sin chumberas no caemos en su existencia, y para lamentarla. Es lamentable.

Hay que encontrar con urgencia un equilibrio que nos permita volver a apreciar los grandes valores de la cochinilla sin sombras ni manchas. Por lo visto el aceite de parafina y el jabón potásico no le agradan y ella, en cambio, agrada bastante a una mariquita llamada Cryptolaemus, que se la come como si fuese algodón dulce. Son soluciones, además de ecológicas, estupendas, porque a las chumberas hay que salvarlas. Si no puñales, sí espinas por la espalda me ha clavado la noticia de la posibilidad de su desaparición.

Al contrario que con la cochinilla del carmín, de las higueras he sido consciente desde mi más tierna infancia. ¿A quién no le impresionan sus púas en guardia, velando el frescor fluorescente de su pulpa acuosa? Eran los charcos del verano. En invierno tirábamos piedras al barro, pero en agosto a las higueras, y saltaba un agua verde, de golpe.

Y qué decir de los higos chumbos, que a veces hemos cogido con el mismo gesto del banderillero que se mete entre los cuernos del toro. Sólo a veces. Las más, los hemos comprado en bolsitas de plástico, ya pelados. El mundo se podría dividir en dos: los que preferimos los higos chumbos, frescos y crujientes, y quienes prefieren, como mi mujer, los cálidos y melosos higos strictu sensu, que son, en el 50% de las veces, brevas. Que mi mujer y yo, perteneciendo cada uno a un partido higuero distinto, convivamos razonablemente bien, me hace concebir grandes esperanzas de que las chumberas y las cochinillas, con un poco de ayuda de los biólogos y de la parafina y del potasio, puedan reconducir, para alegría de todos, sus relaciones.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios