Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Turismo constitucional

LA mañana de ayer era espléndida y daba gusto cruzarse con tantos cruceristas por las calles de Cádiz. Los que nos los cruzábamos acudíamos al Palacio de Congresos a oír las reformas institucionales de Albert Rivera, y éramos casi tantos o más. Se ha convertido en una sana costumbre patria venir aquí a hablar de soberanía y constitucionalismo. Lo que demuestra varias cosas.

Primera, que no estamos limitados a un turismo de sol y playas. También cabe un turismo cultural y otro, a lo que se ve, político. El ambiente del Palacio de Congresos, lleno no sólo hasta reventar, sino hasta rebosar, pues no cupimos, lo indicaba a las claras. Y no es el primer evento de repercusión nacional ni internacional (o nacional de ambos hemisferios) que ha convocado nuestra solera constitucionalista. Empieza a ser un hábito.

También se volvía a comprobar una de las leyes más trascendentes e invariables de la política. Por mucho que alguien muy joven venga a proponer cambios para el futuro, el discurso tiene que tomar impulso inexorablemente hacia atrás, hacia la historia y la tradición. El nuevo constitucionalismo (la segunda transición que propuso Rivera explícitamente) necesita un fundamento histórico y, sobre todo, un apoyo moral. Rivera lo busca en nuestra vieja Constitución. La Pepa, pues, como madrina.

Por último, un mensaje de optimismo. Si se reúnen en Cádiz es que no estamos tan mal. Otra cosa sería que estos actos cívicos tuviesen que organizarse ya en Covadonga. Aún colea la esperanza de una España liberal.

De las concretas reformas expuestas por Rivera lo que más debería preocupar a sus rivales políticos es la pura obviedad de la inmensa mayoría. Lo increíble no es que las proponga Ciudadanos, sino que muchísimas, tan de sentido común y de política básica, haya que andar proponiéndolas a estas alturas. Pienso en la separación de poderes, en la eliminación de aforamientos, en la prohibición de los indultos, en la radical transformación del Senado, en la supresión de las diputaciones, etc. Incluso cuando uno de los presentes nos recordaba que Podemos exige (con otro tono) bastantes de esas cosas, me reafirmaba en la idea. Qué fácil se lo han puesto a los partidos emergentes, dejándoles tanto campo franco. Y tan transversal. Rajoy será poco amigo de los cambios, pero ya puede ponerse mirando al sur y a los nuevos aires -una levantera- de reformismo. En Cádiz sube la marea.

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