Su propio afán

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Ciclo de vida de liderazgo

IGNORO si la breve experiencia como profesor de secundaria de José María González le habrá dejado la secuela de la desazón septembrina. Sin embargo, seguro que le ha bastado para entender que el mote que te clavan los alumnos en los primeros días de clase deviene definitivo. Lo digo porque cabe que se esté imponiendo una imagen del alcalde como alguien simpático, bienintencionado, con enormes y muy meritorias ganas, pero sin maña ni fuerzas.

Como yo sí ando en plena desazón, me vienen a la cabeza retazos del temario que volveré a dar de nuevo este curso. Uno de ellos puede aplicarse o, mejor dicho, explicarse al Sr. Alcalde. Se trata de la teoría del ciclo de vida de liderazgo, de Paul Hersey y Ken Blanchard. El nivel de madurez de los trabajadores, afirman, viene determinado por los dos grandes campos de madurez: la laboral, fundada en la experiencia profesional, el conocimiento del puesto, la formación anterior, la laboriosidad, etc.; y la madurez psicológica, que surge de la voluntad de asumir responsabilidades, la constancia, la seguridad en uno mismo, el realismo…

Basándose en esos campos, distinguen cuatro tipos de trabajador, según su madurez: el M1, que ni sabe trabajar ni quiere; el M2, que quisiera, pero no sabe hacerlo; el M3, que no quiere, pero sabe; y el M4, que sabe y quiere. Al principio, me extrañaba que se considerase mejor trabajador al M3, que sabía y no quería, pues uno prefiere alumnos M2, que no sepan (y así poder enseñarles algo), pero que quieran. Luego comprendí que, pedagogía y moral aparte, desde el punto de vista de la eficacia, es mucho más fácil motivar a quien no quiere que enseñar a quien no sabe, que es lo caro y lo complejo.

No me he perdido en la teoría. Llego a la actualidad. Rajoy da un perfil M3, o sea, el de alguien que no quiere emplearse muy duro, aunque sabe de qué va esto. Kichi, con sus análisis catastrofistas, los plenos caóticos, sus planes desorganizados…, va adquiriendo el tipo de un M2, esto es, de alguien con grandes ganas y capacidad recortada. Y puede no ser verdad, pero empieza a cristalizar en el imaginario colectivo.

Alguno de sus asesores quizá le podría sugerir que le conviene, incluso, no mostrar tanta predisposición a las promesas, los proyectos y los buenos propósitos, al menos hasta que no concrete y realice algo, para que no cante tanto la desproporción entre el querer y el saber. Hay famas letales.

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