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de todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Hogar, duro hogar

DECÍAMOS el domingo que la tormenta por las excarcelaciones iba para largo. La alarma social que ha creado la puesta en libertad de violadores muy dudosamente rehabilitados es inmensa, y provoca una lógica histeria en aquellos pueblos o barrios donde van a residir esos individuos. Hay muchísima información al respecto, y más que va a haber, me temo.

Yo, que lamento las excarcelaciones, comparto la alarma, comprendo la indignación, aliento a la vigilancia estricta y justifico el miedo, quiero fijarme, sin embargo, en un único detalle positivo sobre el que hasta ahora no he visto que nadie ponga el acento. ¿Han pensado ustedes en las familias que abren sus puertas y acogen a esos violadores, radicalmente rechazados -con razón- por la sociedad? Imaginen el sacrificio que eso ha de suponer para ellos, primero, porque, tras las víctimas y sus seres queridos, probablemente a nadie hayan hecho los criminales más daño que a sus familiares; segundo, por la preocupación por la propia seguridad; y tercero, porque acogerlos implica encarar un reproche social intensísimo y natural de los vecinos y conciudadanos. Y a pesar de todo, les abren las puertas y les ofrecen un techo y un amparo.

Muchas veces se ha dicho que sólo en la familia se te quiere por el mero hecho de existir, con independencia de lo que tengas o de lo que hagas. Pocas veces se puede ver tan claro como ahora, por el contraste con tanta oscuridad. A nada que lo pensemos, se ve que los familiares son heroicos. Y necesarios. Aunque no nos gustaría que esos criminales cayesen cerca de nuestros hogares, es una suerte que exista quien, contra viento y marea, los acoja con una generosidad y un amor capaces de ignorar los dictados de la prudencia y el rechazo frontal de todos. En caso contrario, los antiguos presos estarían condenados a vagar por ahí, escondiéndose, como Caín, incrementándose su peligrosidad. Si alguna posibilidad de rehabilitación tienen, es amparados por un amor familiar más fuerte que el odio, la vergüenza y el miedo.

Decía Chesterton que los que en cualquier ámbito debilitan los vínculos familiares no saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen. Donde no llega nadie, alcanza el hogar, el duro, el resistente hogar. Ojalá éstos que salen de golpe y porrazo de la cárcel estén a la altura de sus parientes. Las familias, en estas situaciones tan tremendas, nos están dando un gran ejemplo.

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