El coreógrafo que unió a Lola Flores con Espinete
Arnold Taraborrelli fue un experto en expresión corporal que asesoró durante décadas a actores españoles. Vino a nuestro país atraído por la personalidad de la jerezana
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Hay vidas que de manera discreta han sido muy influyentes en su entorno y cuyos nombres han pasado de largo, por ingratitud de los demás o por voluntad propia. En este caso hablamos de un profesional que ayudó a decenas de artistas con su experiencia e intuición e hizo brillar a otros aunque él, tímido para sí, no quería nunca aparecer en primer plano. La labor del bailarín, coreógrafo y experto en expresión corporal Arnold Taraborrelli ha quedado disimulada porque él lo quiso así, pero fue el crucial asesor para mejorar el trabajo de intérpretes como Carmen Machi o Ana Belén y de cantantes como Miguel Bosé Miguel Ríos o Luz Casal. Taraborrelli, estadounidense, hijo de inmigrantes italianos en Pensylvania, falleció este pasado enero en Madrid a los 93 años, tras haber trabajado con muchos de los famosos de nuestro país en su academia o allá donde le requerían.
Tuvo pocos reconocimientos púbicos en vida, pero sus alumnos sólo pueden desgranar maravillas como asesor, como formador. Incluso como amigo. En el documental Dos palmas se le hace una acertada semblanza. Su cuerpo quiso que fuera donado a la ciencia.
Es una figura desconocida que merecería la pena alumbrar aún más tras fallecer. Este coreógrafo llegó a España en los años 50 tras conocer a Lola Flores en una gira por Puerto Rico. Arnold formaba parte de una compañía de baile que coincidió con la jerezana que dejó asombrado al entonces joven bailarín. Se convirtió en admirador y de ahí a dar el salto a España para instalarse en Mardrid y conocer a fondo el flamenco, una de sus grandes pasiones. Esa devoción por los desplantes espontáneos de Lola Flores en el escenario dice mucho de la propia cantante y de la perspicacia artística del bailarín. La expresión de Lola le inspiraba y a su vez la ponía de ejemplo para mostrar cómo dominar la escena con naturalidad y hacerla estallar con alardes de talento.
La labor de Arnold Taraborrelli fue prolífica y se convirtió en coreógrafos de distintos programas de televisión a lo largo de su carrera. Uno de esos programas donde dirigía los números musicales y asesoraba la expresión de los actores fue Barrio Sésamo. Su etapa más productiva fue en el período protagonizado por el peluche Espinete, que daba vida la actriz y dobladora Chelo Vivares, bien activa a día de hoy en series de animación como Los Simpson o South Park.
El coreógrafo fan número 1 de Lola Flores se encargó de dar aspecto a la canciones del programa infantil, creando bailes para niños y adultos y pensando en las peculiaridades de los muñecos, de Espinete y don Pimpón (con Alfonso Vallejo dentro) para que interactuaran con los demás actores en esas piezas. Si Espinete tuvo algún momento folclórico en sus apariciones en los años 80 fue gracias a su coreógrafo.
El músico Fernando Luna Vicente fue el principal compositor de esas canciones que exclamaban los alborozados habitantes del bairrio. Una aportación valiosa para azuzar el carácter de naif comprometido de las historias escritas por Carlos Puerto como El cohete de Espinete, Espinete Superstar o Espinete quiere ser camarero (por miedo a no engrosar las abultadas cifras del paro). Los asesores norteamericanos, por el contrario, pedían “menos ritmo” a los segmentos españoles para que pudieran lucirse más los momentos de Supercoco, Pepe Sonrisas o el estrábico engollipador Triqui.
Barrio Sésamo era un improbable rincón de la España de 1983 de felicidad perpetua donde Chema el panadero (el fallecido actor José Ramón Sánchez), Antonio el del bar (el malogrado José Enrique Camacho, fallecido en 1991) y Julián el quiosquero de las caretas (José Riesgo) y la jovial Ana, a modo de tutora (a cargo de la guionista Isabel Castro), compartían vivencias con un erizo imponente de color rosa: un niño hocicudo incapaz de mover los ojos y el brazo izquierdo y que vivía en una chabola. Y de carabina, un ser antropomorfo con aire de búho y voz de persona mayor, viajado y con amigos influyentes como el maharajá de Kapurtala.
Esta barriada obrera vista a través del cristal de casa se convirtió en la vida pararela para los menudos espectadores de aquel país durante cinco años. Bocetos de ciudadanos que crecieron al lado de esos habitantes y de la pandilla llegada de Estados Unidos, del veterano programa de la PBS. En abril de 1983, y hasta 1987, los niños que sólo podían ver los dos canales de TVE aguardaban la eterna carta de ajuste para encontrarse, sobre las seis y media de la tarde, con la sintonía de July Murillo, y la versión española de la franquicia de Children’s Television Workshop (CTW), productora de la cadena pública norteanericana. Jim Henson, el amo de las marionetas, creó en 1969 (el 10 de noviembre el espacio cumplirá 55 años) un audaz programa que con el apoyo de sus muñecos, con su querido Gustavo-Kermit, y fragmentos de animación y reportajes iba a divulgar los conocimientos básicos entre los tiernos espectadores yanquis. Una forma de popularizar los conocimientos en un país tan clasista, racista y lleno de desigualdades. Apareció así la parada de los monstruos de trapo: peludos hippies y protagonistas de telecomedia vanguardista e inclusiva. Aquellos programas tan innovadores, que enseñaban a contar y a leer sin pegar a los niños en la cabeza, llegaron en principio a España con Franco (literalmente) moribundo, en el otoño de 1975, y algo empezaba a moverse dentro del televisor.
En 1979, con la democracia consolidándose, se instaló el programa con la primera versión española, con Caponata y el caracol Perezgil, y Petra Martínez, la veterana actriz de La que se avecina, como amiga de las marionetas. A partir de 1983 tuvo su etapa más popular, la de Espinete, El erizo, por cierto, fue un emigrante involuntario. A la productora americana se le pidió un águila imperial y respondieron a desgana con ese peluche rosa que en principio se había diseñado para la televisión israelí y que es también un personaje muy querido en aquel país (se llamó allí Kippi Ben Kipod). La voz nasal infantil de Chelo Vivares, popular entonces por un anuncio de caramelos balsámicos, fue la ideal para Espinete, animado por el coreógrafo estadounidense. Chelo también se metió dentro de Curro en el 92 y la podemos orí si afinamos el oído en cualquier serie infantil.
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