El Cristo del Amor sigue vivo en el recuerdo de los portuenses
La impresionante imagen del convento de las capuchinas
Este crucificado procesionó en Vía Crucis a mediados del siglo pasado
Se trata de un Crucificado de 205 centímetros de altura tallado en madera policromada que representa a Jesucristo muerto y sujeto a una cruz arbórea mediante tres clavos y sogas encoladas amarrando manos y pies. La cabeza, coronada de espinas e inclinada hacia abajo y su derecha, presenta plácidas facciones ajenas a la interpretación expresionista del resto del cuerpo, de carnes laceradas y desprendidas que dejan ver hasta los huesos a través de múltiples heridas, muy detalladas y con profusión de sangre. Un sudario cordelífero anudado en el costado derecho, unas expresivas manos y la disposición forzada de los pies superpuestos y atravesados con único clavo son otros elementos iconográficos de interés.
ASPECTOS HISTÓRICOS Y ESTILÍSTICOS
Según una tradición conventual, su primer capellán encargó a un anónimo escultor que reflejara en una talla la visión mística donde presenció a Cristo malherido y muerto en la Cruz. Al parecer, el cliente al contemplarlo quedó un tanto defraudado y sentenció que "aún estaba más destrozado el que yo ví".
Por lo que respecta a la cronología de este portentoso Crucificado, tras el análisis formal y estilístico y repasar algunos aspectos históricos podemos concluir que este Cristo del Amor es una escultura tallada por encargo durante el segundo tercio del siglo XVIII. Se le citaba en 1750 con motivo de su salida procesional en rogativas para remediar una pertinaz sequía y en 1778 cuando el obispo de Cádiz concedía indulgencias a quien orase ante él, ya por entonces con fama de milagroso.
Entre 1943 y 1958 procesionó en viacrucis durante la tarde del viernes santo y más tarde, hasta 1975, como titular de una asociación piadosa en un ambiente de fervor, austeridad y silencio absolutos. Visitaba la prisión portuense en la noche del jueves santo y en el claustro del antiguo monasterio de la Victoria los propios reclusos lo portaban sobre sus hombros. El estado de conservación de la imagen y el traslado de las religiosas capuchinas desde su convento -hoy convertido en Hotel Monasterio- a la nueva ubicación en el Pago de la Caridad pusieron fin a esta devota penitencia.
El estilo, barroco, resulta evidente en la mayoría de las características iconográficas y morfológicas: su realismo exagerado, el dramatismo que emana la figura o el tratamiento del paño de pureza, muy dinámico en composición y profundos pliegues ondulados.
En cuanto a la posible autoría de esta talla, Tejada Romero lo atribuyó en 2005 al escultor castellano Salvador Carmona. Yo, en cambio, propongo asociarlo al quehacer artístico de una serie de imagineros italianos activos en Cádiz a lo largo del siglo XVIII, autores, entre otras muchas obras, de varios crucificados conservados en la capital y su entorno, porque presentan características similares a este portuense. Me decanto por adscribir nuestro Cristo del Amor a la órbita de Francesco Mª Maggio, escultor genovés afincado en Cádiz, documentado desde 1742 y ejerciendo gran influencia en discípulos o colaboradores con numerosas esculturas en esta zona.
EL CRISTO DEL AMOR, HOY
En cuanto a los aspectos más devocionales, desde 1982 el Cristo del Amor preside el presbiterio de la actual iglesia del convento de las Capuchinas, siendo venerado por las religiosas desde el coro bajo. Recientemente ha sido además rescatado del aparente olvido por un grupo de devotos autodenominados "Fieles del Amor". Con sus reuniones mensuales para rendirle culto y la organización de actos en su honor pretenden recordar la existencia de tan singular talla y potenciar su fervor rememorando la exteriorización de aquella devoción popular por este "Cristo Negro" a mediados del siglo XX. Y es que la policromía original se fue oscureciendo al paso del tiempo, como se puso de manifiesto en la restauración de Enrique Ortega en 2003 y en la que se ha efectuó una limpieza pero sin rescatar la primitiva encarnadura para evitar un cambio drástico en la apariencia de la imagen.
Su contemplación es estremecedora y cumple perfectamente con el encargo del caprichoso comitente (identificación del fiel con los sufrimientos de Cristo e invitación al arrepentimiento) al conseguir una expresiva, extraña y casi irrepetible imagen, la talla pasionista más impresionante de El Puerto de Santa María. Sinceramente pienso que, aunque no se sea creyente, su contemplación continúa sobrecogiendo y desde estas líneas les invito a que lo visiten, le recen o simplemente valoren su mérito artístico, al igual que el de otras esculturas y cuadros procedentes de aquel antiguo y céntrico cenobio portuense trasladados al actual.
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