La Tribuna Cofrade
El Huerto se queda en San Severiano (por ahora)
La mañana de Corpus en Cádiz, su procesión por las calles de la ciudad, es una fugaz vuelta al pasado; una especie de pestañeo por ese Cádiz que cada vez queda más en lo que cuentan las generaciones anteriores que en lo que uno ve, y vive, en la actualidad. La fiesta eucarística es una de las más tradicionales del calendario gaditano, y eso se nota en la calle, se palpa, se percibe en el entorno de Candelaria, San Agustín, Catedral o San Juan de Dios cuando las campanas de la Catedral empiezan a repicar anunciando la salida de la Custodia.
La tradición del Corpus de Cádiz está en el público que se sienta en las sillas de la plaza de Candelaria y de la calle Nueva; siempre los mismos rostros; siempre personas que tiene uno la sensación de que solo pisan la calle esa mañana de procesión, caballeros tocados con elegantes y veraniegos sombreros, señoras con elegantes trajes que podrían llevar el calificativo de normales, hoy tan difícil de definir con los modelos que se ven (fuera y dentro de los cortejos).
El Corpus de Cádiz es Guillermo Domínguez Leonsegui colocando y retirando el Santísimo de la Custodia, este año exornada con flores de color rojo que nadie recordaba haber visto nunca alrededor de esta joya de plata; es Manolo Cerezo leyendo la primera lectura del pontifical; es otro Manolo, Bernal, cargando con el lábaro, es el altar del Perdón en la calle Nueva (cuarenta años ininterrumpidos lleva ya la hermandad de la Madrugada participando de esta tradición), es el Señor de la Cena en calle Nueva a la espera de un traslado glorioso de regreso a Santo Domingo, es una legión de niños de Primera Comunión que aún conservan en sus caras y en sus ojos la bondad de las promesas hechas en el mes de mayo. Y es Levante. ¿Qué sería del Corpus de Cádiz sin el viento de Levante?
Ese mismo viento que deriva en otra tradición, como es no poder disfrutar de la alfombra de San Juan de Dios, completamente desdibujada por ese empeño de la organización de crearla con arena en lugar de a base de sal gorda. Y el Corpus es también el lamento de no apreciar prácticamente una sola colgadura en ninguna de las casas por las que pasa el Santísimo, signo de la pérdida de identidad del gaditano con sus cosas y con sus tradiciones.
La ciudad llevaba desde la tarde del sábado viviendo la fiesta del Corpus en la calle, con el montaje de los altares, con los niños intentando dibujar una alfombra imposible o con los traslados del Beato Diego y de la Patrona. Y lo ha hecho desde primera hora de la mañana con los traslados del San Juan de Las Aguas y del Señor de La Cena o con la diana floreada que ofrecía la banda de Agripino Lozano de San Fernando previa a la salida de la procesión, que pasadas las diez y media de la mañana ponía rumbo rampa abajo.
Con cierta agilidad mantenida y respetada durante estos últimos años en el andar del cortejo, posiblemente más largo cada año, la procesión ha vuelto a demostrar que quizá necesita cierto recorte en su itinerario, que conviene evitar las zonas donde más hace de las suyas el sol (como la segunda mitad de Candelaria o San Agustín, ya que el tránsito por San Juan de Dios y sobre todo por Pelota es inevitable) para ganar frescura y público en las aceras, en algunos tramos prácticamente vacías.
A la una y cuarto de la tarde, casi tres horas después de que el cortejo iniciara su andadura, era retirado el Santísimo de la Custodia, procediendo luego a un final cuya fórmula idónea sigue sin encontrar el Cabildo Catedral o el Consejo de Hermandades; con una megafonía insuficiente y con demasiada gente tapando la escena protagonista, muy pocos se han enterado del momento de la bendición final, ayudado además porque la banda de música interpretó el himno nacional antes de tiempo.
En cualquier caso, este final light para una jornada tan grande ha dado paso a una suerte de segunda, o tercera, parte de este domingo de Corpus, la de los traslados de regreso de las imágenes participantes en la procesión o que han presidido altares.
A pie de rampa, en una especie de magna exposición aguardaban al final de la procesión los pasos y parihuelas del Dulce Nombre de Jesús, la Patrona, el Beato Diego y los Patronos Servando y Germán. Y tras la bendición final ha tomado la delantera la Corporación Municipal, que este año regresaba con todos sus avíos (bajo mazas, con el alcalde portando el bastón de mando y con un buen número de concejales, aunque en la oposición no fueran con el protocolario chaqué) a la procesión, se han ido sucediendo las salidas de estas parihuelas y pasos hacia sus respectivos templos.
La banda de música Maestro Dueñas seguía, pues, poniendo sus sones tras la Virgen del Rosario, muy diferente a la estampa habitual con ese terno de color azul y esas flores en diversos tonos rosáceos. Música habría también para el Señor de La Cena, que regresaba desde Nueva con Polillas en ese paso que tanto ha ganado con el nuevo canasto estrenado el año pasado; y para el San Juan de Las Aguas, que regaló a Cádiz en esta mañana el único oasis de romero que en la plaza de Candelaria hizo regresar, fugazmente, a ese histórico Corpus de Cádiz.
También te puede interesar
Lo último