La vida y obra pictórica de un isleño de cartel
El Centro de Congresos acoge durante estos días la exposición 'Ojos que pintan', de Antonio Ramírez Roldán
Autodidacta, talentoso y feliz. Con estas palabras definen al recientemente fallecido Antonio Ramírez Roldán, 'Toni', como le llamaban cariñosamente. Al entrar en la exposición, no se observa a un pintor aficionado cuyos cuadros se muestran por compromiso: se descubre a todo un artista. Porque no todos pueden copiar un Velázquez, no señor. ¡Y vaya copias! Toni ha dejado un legado pictórico lleno de sorpresas, con similitudes pero a la vez diferencias evidentes. Barroco, impresionismo, a óleo, a lápiz, a carboncillo... Toni era muy buen dibujante, "con cuatro trazos conseguía reproducir un rostro perfecto", comenta para este periódico una de las hijas del artista, Fátima Ramírez. Ojos que pintan es el nombre escogido para esta exposición, que tiene un sentido muy emotivo y sentimental. "Cuando mi padre estaba ya muy mayor, con parkinson, dijo que quería pintar otra vez. Nosotros, preocupados, le comentamos que cómo iba a pintar sin poder mover bien las manos. Y él respondió: no os preocupeis que no pintan las manos, lo que pintan son los ojos", evocó Fátima.
La sala acoge a más de 40 obras del pintor isleño que estaban repartidas por las casas de los familiares. Réplicas, bodegones, retratos e incluso dos fragmentos de antiguos carteles de cine. Porque Toni fue el cartelista oficial de los cines durante tres décadas, y aunque esas obras eran efímeras, aún se ha podido conservar estas muestras para que la memoria colectiva de La Isla pueda contemplar la grandeza de un oficio que en su día pasaba desapercibido, pero que está lleno de arte, pasión y tesón.
La familia ha querido hacer entrega de uno de los cuadros de Toni a la ciudad, cediéndoselo al Ayuntamiento: un retrato del príncipe Felipe.
Toni no sólo pintaba, también escribía sobre la propia pintura, la vejez y la perspectiva de las personas, para conseguir con empatía no mirar al mundo desde un sólo ángulo. Esto también se puede ver en la exposición que estará abierta al público hasta el día 20. Su último cuadro fue un bodegón que quiso regalarle a su esposa. Cuadro que también se muestra en esta exposición. Fátima recuerda que en los últimos días de su vida le gustaba sentarse frente a sus propias obras expuestas en el salón de su casa y repetía en voz alta: "¡Qué maravilla!". Sus hijos, sobre todo Antón, comisario de la exposición, se empeñaron en que todo el arte que estaba concentrado en unas manos desconocidas y apasionadas, saliera a la luz para que no se perdiera en la memoria de una sola familia, para que toda la ciudad tuviera el privilegio de contemplar tanta belleza en cuadrados de arte. Velázquez, Sorolla o Dalí están presentes de alguna manera en esta muestra, que más que una mera colección de algunas obras es una exposición de vida. De todos los pasos de un hombre dedicado a su pasión desde un segundo plano. Un hombre feliz que supo conjugar sus obligaciones con su mayor deseo: la pintura.
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