"Él siempre me dice: si tú estás bien, yo lo estoy"
Manuela Oneto, esposa de Clemente, acude como cada semana a su cita tras el cristal
El 4 de noviembre cumplirá un año en la cárcel, como principal, pero no único, imputado en la desaparición de 7,8 millones de euros del Ayuntamiento isleño. En la cárcel ha pasado las navidades, su cumpleaños, el de sus tres hijos y sus bodas de plata. Lo explica Manuela Oneto, mujer de Clemente Ruiz, montada en la parte trasera de un coche que va desde su domicilio en San Fernando hasta la prisión de Puerto II a las afueras de El Puerto de Santa María.
Un trayecto de media hora que repite cada fin de semana -antes los domingos, ahora los sábados, desde que lo cambiaron de módulo-. "Me sé el camino de memoria", confiesa. "Lo podría hacer con los ojos cerrados". Junto a ella, uno de sus hijos, el mediano, con semblante serio y callado, muy callado. Alternativamente mira la ventana y a su madre, asintiendo sobre lo que ella dice.
Además de estos encuentros tras el cristal, mensualmente tienen dos horas de vis a vis, una hora íntima y la otra familiar, así como una decena de llamadas semanales. "Pero sólo de cinco minutos y en ese tiempo apenas me da tiempo a contarle nada", se queja. En estas visitas a veces le lleva ropa, a veces la recoge para lavársela y devolvérsela a la semana siguiente.
En casa, afirma, ella se siente sola. Desde que el nombre de su marido saltara por el asunto del desfalco ha ido perdiendo amigos día tras día. "Pero ya sabemos que ésos no son amigos. Los puedo contar con los dedos de una mano. Hay muy pocos que quieran quedarse contigo a las malas. Me han decepcionado mucho, pero gracias a Dios he encontrado fuerzas para salir adelante", apunta.
Manuela tiene esperanzas. El nuevo abogado de su marido, José Luis Tellado, está trabajando en nueva documentación que permita a Clemente salir de prisión y esperar en casa el juicio. Ella no entiende por qué fue encerrado por riesgo de fuga. "Desde que lo imputaron hasta que se decretó su ingreso en prisión pasaron siete meses en los que estuvo encerrado en mi casa de la cama al sofá y del sofá a la cama, completamente hundido", explica.
La cita es a las seis y media, pero una hora antes ella y su hijo esperan ya en la puerta de comunicaciones. A las seis comprueban la documentación y poco después avisan para pasar por el control de seguridad. El camino, recto y al aire libre, es un camino extraño, en el que la alegría por ver al ser querido se contamina con la cruda realidad de la situación. "Está muy cambiado, mucho. Se ha dejado el pelo largo, dice que no se lo quiere cortar. Y está muy delgado", explica.
Pocos instantes después se constata esta descripción. Ttanquilo, saluda a su mujer. Practica yoga, afirma, y eso le ayuda a mantener la calma. También estudia en la biblioteca, y trabaja en su caso, elaborando escritos, que entrega a su abogado. Así pasa el tiempo. Aunque la procesión va por dentro. "Pero él siempre me dice: si tú estás bien, yo lo estoy".
"La verdad es que somos un matrimonio que nos llevamos muy bien -continúa-. Siempre nos hemos ayudado mucho el uno al otro y ahora nos ha tocado esto. Pero tenemos que salir adelante", insiste. "Hay noches que me parece que estoy viviendo una pesadilla. Me despierto y me pregunto si esto es real o si lo estoy soñando". Pasan los 45 minutos de la visita y la sala de comunicaciones se va despejando. Salen y antes de marcharse, recoge ropa sucia.
El camino de vuelta es triste, pero Manuela intenta animarse hablando de otras cosas. Cuenta de su vida, de su rutina diaria, de su familia. Cuenta que ha pasado mucho, que tiene un hijo con problemas de discapacidad. Cuenta que vive con su madre en una casa alquilada, la misma que registraron cuando se produjeron las detenciones de su marido y de su otra compañera en la caja municipal. Recuerda momentos felices. Los añora.
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